Conversando con Cecilia, de Lídia Pujol

Autor:

DISCOS

«Un camino en el que la cantante catalana se vuelca en canciones ajenas para hacer una peregrinación propia»

 

Lídia Pujol
Conversando con Cecilia
SATÉLITE K, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La carrera de Cecilia, Evangelina Sobredo, quedó estragada la madrugada del 2 de agosto de 1976 en una carretera de la provincia de Zamora cuando su Seat 124 chocó contra un carro tirado por bueyes, pero su figura se ha ido agrandandopoco a poco. Quizás tenga que ver con ello el montón de inéditas que dejaba, sobre todo maquetas y pruebas para grabaciones, que dormían en una caja custodiada por su hermana Teresa. Nadie se había preocupado de qué había ahí hasta que el sello Ramalama hizo el necesario esfuerzo de ordenar y masterizar todo ese material cuarenta años después. Si no, quién sabe lo que hubiera pasado con él. Quizás también el concierto benéfico Mi querida Cecilia que organizó Santiago Alcanda hace cuatro años. Y desde luego, esta nueva hornada de compositores y compositoras que hacen de la canción popular y de las composiciones intimistas de los años setenta un cauce con el que regar sus criterios estéticos.

Entre ellas está Lídia Pujol, que se dio a conocer a finales de los noventa junto a Sílvia Comes para abordar desde lo medieval o la música yiddish hasta los versos de poetas como Lorca o Maria Mercè Marçal. Ahora, establece un pacto con las canciones de Cecilia en un disco que recupera su obra y que más que un disco es un relato, un camino en el que la cantante catalana se vuelca en canciones ajenas para hacer una peregrinación propia.

Una peregrinación que discurre por dos senderos. En una primera parte, tras el prólogo que se establece con un recitado de Teresa de Jesús —que nunca escribió la santa, está extraido de la serie de televisión protagonizada por Concha Velasco— y un patrón con cantos gregorianos e hindúes, Cecilia aparece desnuda, con una instrumentación mínima en la que únicamente aparecen guitarra y voz. Aun así, Lídia Pujol comienza a crear pasajes nuevos en los finales de las canciones y así concluye “Doña Estefaldina” con personalidad brasileña, y en unos segundos de “Mi primera comunión” aparecen dejes propios de en copla. Son las canciones de Cecilia que enfocan personajes, los ya citados y el “Soldadito de plomo” o la madre de “Me quedaré soltera”.

En la segunda parte las canciones se decostruyen, saltan de la visión canónica a los trasgos de los arreglos con riesgo. “Amor de medianoche” y “Nada de nada” se contentan con un monótono golpear del piano, aunque esta última, al final, se convierte en una sonata en la que las cuerdas toman el protagonismo. En “Dónde irán a parar” un bansuri aparece y se cuela poco a poco para conseguir acabar la melodía de manera bucólica. “Mi querida España” es la última estación, comienza casi a capella, pero después se hunde en el sollozo de un violín y acaba ahogada en piano.

El final, vuelve a remover la parte espiritual, con poemas de Verdaguer y Maria Merçe Marçal y comuniones católicas e hindúes. Es, como el prólogo, un apartado necesario para destensar, pero el grueso del aire que llena los pulmones está en las canciones de la cantautora madrileña, una Cecilia que suena rabiosamente actual y que, como ella misma decía, sus canciones no eran para su época, eran para el futuro. Y aquí, en el futuro, las volvemos a tener.

Anterior crítica de discos: Jubilee, de Japanese Breakfast.

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