Cine: «La teoría del todo», de James Marsh

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«Una narrativa que explota ese aspecto paradojal, consciente de su potencial como relato de superación tan del gusto del Hollywood oscarizable»

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«La teoría del todo»
(«The theory of everything», James Marsh, 2014)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

En uno de los momentos más inspirados de «Interstellar» (Christopher Nolan, 2014), la cosmonauta interpretada por Anne Hathaway justifica el posible destino de un viaje espacial a vida o muerte en el amor, como fuerza inexplicable que en última instancia guía los movimientos del ser humano. En un pasaje de «A brief history of time» (Errol Morris, 1991), el propio Stephen Hawking reconoce que su romance con Jane Wilde fue lo que le salvó la vida cuando le diagnosticaban apenas dos años de vida. El sentimiento es, pues, la materia primaria que guiaba tanto la odisea espacial de Christopher Nolan como la carrera llena de obstáculos a superar por Hawking, y lo es también de «La teoría del todo», adaptación oficial –con permiso del telefilme «Hawking» (Philip Martin, 2004), con Benedict Cumberbatch encarnando al personaje– presta a redimensionar la figura del astrofísico por la vía del biopic a medida del gran público.

James Marsh, que había firmado un acercamiento más estimulante y desafiante a la figura del funambulista Philippe Petit en «Man on wire» (2008), no ha explorado con la misma densidad la del científico. Quizá el problema se halle en el espectro emocional escogido: la película toma como referencia las memorias de Jane Wilde y prioriza el «tour de force» de un matrimonio marcado por la enfermedad degenerativa de Hawking, inspeccionando solo de manera secundaria las vinculaciones entre la faceta emocional del genio y sus descubrimientos capitales para el avance de la ciencia. Para entendernos, se encuentra más cerca de la escueta y prescindible autobiografía «Breve historia de mi vida» que del ineludible «Breve historia del tiempo», que Morris supo releer en imágenes con mejor fortuna.

Y no es que la intención no esté en el tejido del filme: en su primer tramo, un plano abstraído sobre el remolino que forma un café puede invitar a un recorrido algo más profundo, a un sugestivo viaje que supere la paradoja espectacular –y espectacularizada– de una mente brillante atrapada en un cuerpo disfuncional. Pero la realidad es que Marsh pronto deja esos apuntes en el tintero y se entrega a una narrativa que una vez más explota ese aspecto paradojal, consciente de su potencial como relato de superación tan del gusto del Hollywood oscarizable. Ciertamente lo hace de manera sensible y no sensiblera, y es innegable que la entrega al deterioro físico y psicológico que respectivamente ponen Eddie Redmayne y Felicity Jones ayuda a sostener el conjunto ligeramente por encima del biopic estandarizado. No obstante, alcanzados sus créditos finales, y  pese al agradecido montaje que rubrica la historia con la idea del tiempo reversible, el espectador más versado en la figura del biografiado no podrá sino sentir que lo esencial se ha perdido entre los recovecos de las imágenes. Precisamente allí, en lo esquivo y lo invisible, donde el propio Hawking sigue buscando las respuestas al origen del todo.

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