Cincuenta canciones para celebrar a Louis Armstrong (en el 50 aniversario de su muerte)

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«De su trompeta y de su privilegiada garganta surgieron buena parte de los himnos canónicos que escribieron la historia de nuestra época»

 

Louis Armstrong murió en Nueva York el 6 de julio de 1971 por un infarto de miocardio. El día anterior, maltrecho de salud, había estado tocando con su grupo. Un mes después habría cumplido 70 años. Celebramos su legado con cincuenta canciones, una selección heterodoxa de su repertorio inmortal.

 

Selección y texto: LUIS LAPUENTE.

 

 

En una escena de la película Manhattan, el personaje encarnado por Woody Allen le hablaba a la chica, Mariel Hemingway, acerca de las cosas por las que merece la pena vivir, y una de ellas era una canción maravillosa de Louis Armstrong titulada “Potato head blues”, literalmente “El blues del porrero”, que había sido vetada durante años en las emisoras de radio norteamericanas por sus alusiones a la marihuana (recordemos que Armstrong, gran aficionado a fumar canutos, se topó más de una vez con la censura por su tendencia a incluir referencias a las drogas en los títulos de sus composiciones).

Afortunadamente para los devotos del cine, Woody Allen no ha pasado de la categoría de clarinetista aficionado, como habrán comprobado quienes le han visto en directo con su banda de jazz o han escuchado alguna de sus grabaciones, pero gracias a su amor por el clarinete y el jazz arcaico podemos disfrutar de auténticos momentos mágicos en sus películas. Por ejemplo, la divertida La maldición del escorpión de jade, en la que el motivo principal que acompaña al detective hipnotizado cuando va a robar joyas es una soberbia interpretación del clásico de Ketelbey “En un mercado persa” recreada en clave de jazz por un oscuro músico que había trabajado con Louis Armstrong, el trombonista Wilbur de Paris & His New Orleans Jazz Band.

Pero volvamos al viejo Pops y a su importancia capital en el devenir de la música negra del siglo XX. En 1925, Louis Armstrong grabó el primero de una serie de discos para Okeh Records al frente de los Hot Five y los Hot Seven, dos bandas absolutamente memorables. La interpretación del trompetista de canciones como “Saint James Infirmary”, “Basin street blues” y “Muskrat ramble” «contribuyó a cambiar el curso de la música estadounidense», como señaló el escritor Charles Hiroshi Garrett en una reseña de una colección del año 2000 de las grabaciones completas. «Esta música ha sido descrita como el lugar de nacimiento del jazz, el golpe musical que se escucha en todo el mundo, los Alpes del jazz; de hecho, tanto el Santo Grial de la música como su Piedra Rosetta».

Louis Armstrong, nadie lo discute ya, fue el gran profeta de la música del siglo XX, no solo del jazz o de la música popular negra. De su trompeta y de su privilegiada garganta surgieron buena parte de los himnos canónicos que escribieron la historia de nuestra época y sirvieron de guía para miles de artistas de todo el mundo, que hoy reconocen su legado como un foco de inspiración absolutamente único. Como por ejemplo, Elvis Costello, que animó al público en una entrevista promocional a comprar los discos de Louis Armstrong en lugar de los suyos: «Si realmente quieres comprar algo especial para tu persona amada en este periodo de regalos navideños, recomendamos de todo corazón Ambassador of jazz, una simpática maletita cubierta con pegatinas y el nombre Satchmo grabado. Pero lo más importante es que contiene diez álbumes remasterizados de uno de los revolucionarios más amables y maravillosos que han existido: Louis Armstrong. Su música, francamente, es bastante superior a la nuestra».

Aparte de en sus grabaciones clásicas e imbatibles, desde los imprescindibles acetatos registrados con los Hot Five y Hot Seven hasta “What a wonderful world”, “A kiss to build a dream on” o “Hello Dolly”, es una delicia recordar a Satchmo en piezas más oscuras de su discografía, desde aquella gloriosa versión de “Volare”, del concierto parisino de 1965 (con el trombonista Tyree Glenn en estado de gracia), hasta su recreación del tema del film de Disney Blancanieves y los siete enanitos “Whistle while you work” (1938), con silbidos incluidos. O disfrutarlo en su pasmosa recreación de esa canción popular de Zambia titulada “Skokiian” (1954), en su colaboración casi póstuma con Leon Thomas, en el monumental “The Creator has a master plan” (1970) de Pharoah Sanders, en el góspel jubiloso de su álbum Louis and the Good Book (1958) o en ese mágico dueto con Frank Sinatra titulado “Ad lib blues” (1957).

Esta es la historia del jazz, la genuina historia del jazz. Quien todavía no sepa lo que significa el jazz, mejor que no se aventure a definirlo, porque, como decía el propio Armstrong: «Si necesitas definirlo, no sabes lo que es».

 

 

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