Chris Robinson en Madrid: El viaje lisérgico del rock and roll

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“Esta vez la noche reventará de lisérgia y las seis cuerdas que tocara el ex Black Crowes, serán las de una Stratocaster marrón”

 

El pasado lunes, el fundador de Black Crowes Chris Robinson actuó en Madrid para presentar su último trabajo, “Barefoot in the head”. Al borde del escenario de la sala But estuvo David Pérez Marín.

 

Texto y fotos: DAVID PÉREZ MARÍN.

 

Llueve sobre mojado, y el temporal que aún se aferra al sur no invita a recorrer los quinientos kilómetros de rigor que nos separan de Madrid. Pero la ocasión lo merece: esta vez, el viaje será lisérgico y parte de la historia.

Llegamos a la estación de autobuses y el nuestro no es el de siempre: nos espera un viejo autobús escolar americano, pintado de colores y motivos psicodélicos que nos retrotraen a la época hippie primigenia. Sobre la luna delantera, un rótulo con la palabra “Further”. Entramos y el conductor nos suena, se parece sorprendentemente al Dean Moriarty del “On the road” de Jack Kerouac. Tomamos asiento, Neal Cassady arranca y comienzan a sonar por los altavoces Grateful Dead. Durante unas horas, nos dejamos llevar por la experimentación lúdica y espiritual de la música más auténtica, somos parte de aquellos Merry Pranksters que acompañaron a Ken Kesey en los inicios de la contracultura norteamericana. Sin darnos cuenta, nos encontramos bajando las escaleras de una Sala But que cuelga el cartel de no hayentradas, rodeado de cientos de almas expectantes y entregadas al estado de conciencia que trae la hermandad Robinson bajo el brazo.

Es lunes y poco importa, la buena nueva comienza con un explosivo ‘Seven nights to rock’, versión del clásico de Moon Mullican y filosofía de vida que le corre a Chris Robinson por las venas. Hace tres años, en la primera y última visita de los Brotherhood a Madrid el blues tuvo bastante peso en el set, con Chris rasgando en todo momento una Vox roja. Esta vez la noche reventará de lisérgia y las seis cuerdas que tocara el ex Black Crowes, serán las de una Stratocaster marrón.

Comienza a desplegar nubes de LSD sobre nuestras cabezas, con “una voz tan suave como el crepúsculo”, ‘Rosalee’, uno de los himnos del debut de los Brotherhood, “Big moon ritual” (2012). Las cuerdas vocales de Chris marcan el rumbo y la banda vuela con los ojos cerrados, con Tony Leone y Jeff Hill llevando el ritmo a la sombra, Neal Casal haciendo magia a la guitarra y Adam MacDougall demostrando que puede desatar lluvia ácida con tan solo tocar una tecla.

 

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“Vuelve a oler a incienso y las melenas y barbas de la hermandad pisan las tablas con fuerza, abriendo el segundo set con una versión del ‘Loving cup’ de los Stones”

 

Nos sacudimos la psicodelia por un momento con la sureña ‘High is not the top’, primer tema que nos presentan de su aún humeante “Barefoot in the head” (2017), del que caerán tres más seguidas al final del segundo set, la luminosa ‘Hark, the herald hermit speaks’, con ese fraseo tan dylaniano, seguida de la canción que abre el álbum, ‘Behold the seer’, con la sala al completo a los coros, y el tema que lo cierra, ‘Good to know’, con MacDougall haciendo de las suyas al teclado y Mr Robinson rapeando por momentos sobre el.

La jam sigue en el primer set con ‘Reflections on a broken mirror’, ‘Meanwhile in the Gods…’ y ‘Tulsa yesterday’, con el espíritu de los Allman Brothers y los Grateful siempre presente. Neal Casal (camiseta de Jerry Garcia incluida) encadena un solo extraterrestre tras otro, seguido muy de cerca de un MacDougall espacial. Recuperamos la garra sureña de los Black Crowes en ‘California Hymn’ y rematan la primera parte como empezaron, con un ‘Lazy Days’ de The Byrds a todo gas, con Robinson dejando claro que sigue siendo la voz del Rock ‘n’ Roll.

Vuelve a oler a incienso y las melenas y barbas de la hermandad pisan las tablas con fuerza, abriendo el segundo set con una versión del ‘Loving cup’ de los Stones, que por si sola compensa el precio de la entrada y los kilómetros recorridos. Más madera con ‘Venus in chrome’, ‘The chauffeur’s daughter’ y ‘New cannonball rag’, tejiendo una enredadera de luz que rebota y transforma la realidad al ritmo que gira la bola de espejos de la sala. El penúltimo baile llega con el funky soul psicodélico de ‘Narcissus soaking wet’, con el público moviendo las caderas y consumiéndose al completo en la llamarada que escupe Chris a la armónica. Se despiden tras una ovación antológica.

Casi tres horas de amor y música dividido en dos pases, con un repertorio que cambia cada noche y teletransporta al mítico Fillmore West de finales de los sesenta. ¿Qué más se puede pedir? Que salgan y se hagan como bis una de sus queridos Grateful Dead.

Pisamos la calle y volvemos a la realidad… Hemos perdido el autobús de vuelta. Solo nos queda quitarnos el reloj y tirarlo al suelo, mientras tarareamos el ‘Mr Charlie’ final y cruzamos los dedos para que Ken Kesey, Neal Cassady y el resto de Merry Pranksters se acuerden de nosotros.

 

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