Carlos Ann: «Estamos obviando nuestra relación con la muerte»

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«Parece que estamos gozando del síndrome de Peter Pan, sobre todo nuestra generación»

 

Tras publicar Mapa mental (2018), Carlos Ann regresó el pasado noviembre con un nuevo elepé, El disco negro. Un trabajo marcado por la denuncia, la ironía y la oscuridad, entre otras cuestiones. Sobre ello habla con Carlos H. Vázquez.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: PEINGA RAYO / NOEMÍ ELÍAS BASCUÑANA.

 

Las percepciones son flashes que las «personitas» ignoran (tal vez) por distracción. Se habla de las «red flags», de las terapias y las llamadas mochilas, pero no tanto de los fantasmas heredados por consanguineidad o al adquirir un inmueble. Los hay que hacen feng shui en el salón, otros velan por la vida de ese ser querido. «Cuidas la dieta / te has largado de la ciudad / Ya no juegas a la ouija, ni buscas voces que sugieran / ¿Hacia dónde ir?», canta Carlos Ann en “El mal y el bien”, cuarto tema de su último álbum, el undécimo, titulado El disco negro (Altafonte, 2022), compuesto de nueve cortes. Contra la dictadura de Mr. Wonderful, música para el espíritu. Hay futuro.

 

Como dice la letra, ¿“La canción de los vivos” podría sonar en la fiesta de la muerte?
“La canción de los vivos” es más mantra. Al principio, lo que salió fue el estribillo, que es un pequeño mantra, un loop. Es un poco la reflexión de los tiempos en los que estamos ahora; parece que estamos —sobre todo nuestra generación— gozando del síndrome de Peter Pan. Parece que no nos vamos a morir nunca. Estamos obviando nuestra relación con la muerte. Es muy importante saber que esta, a lo mejor, puede ser tu última entrevista. Seguramente no lo vaya a ser y ojalá no lo sea, o quizá puede ser la mía, ¿eh? Soy muy consciente de que todo puede ser un final o un lindo final, y lo que quise hacer es una invitación a las personas. Simplemente. “La canción de los vivos” invita a la reflexión, que normalmente no hago, pero creo que es importante. En otros países, por ejemplo en Latinoamérica, la conciencia del acto de la de inmediatez lo tienen completamente insuflado.

 

¿Es este un disco para pensar o para hacer pensar?
Es un disco crítico. El color negro, culturalmente, es un color de maldad, de luto, de negatividad. Pero, para mí, el color negro es lo contrario: un color de elegancia, de poder y de crítica. El disco negro es un álbum en el que las canciones podían convivir muy bien bajo ese nombre, pero es crítico y autocrítico. Si te fijas, no hay una sola voz que lo cante; es coral. Marina Garcés está haciendo una crítica vitalista, aunque es muy reaccionaria la crítica. Pero es para que te levantes y puedas empezar a conseguir unas herramientas que, si no las tenemos, difícilmente en un futuro vamos a poder gestionar la vida.

 

Un poco lo que hay en “Defender lo nuestro”, ¿no?
Ahí sí que juego un poco con la dualidad del bien y del mal. Yo he recibido una educación que no ha sido católica ni mucho menos, pero sí que está ese yugo. Lo que intenté en “Defender lo nuestro” a nivel metafórico es plasmar los diferentes planos de la existencia que hay. Nosotros, como seres humanos, vivimos en un dial, pero te aseguro que, si lo cambiamos, veremos que están sucediendo otro tipo de cosas. Ahora la física cuántica habla de estos temas como si fuera más normal, pero se lleva hablando desde el principio de la humanidad, entonces es cuestión de dónde estés. En “Defender lo nuestro” quise dar ese punto de vista: la defensa de lo nuestro no es la defensa de la raza ni de nuestra especie. Nuestra raza, nuestra especie, probablemente está condenada a la extinción, pero por nosotros mismos y, a lo mejor, nosotros no vamos a ir a otros planetas ni vamos a ver muchas cosas, porque nos estamos devorando. No podemos vencernos a nosotros mismos. Todo lo que hacemos es autodestructivo. El capitalismo es depredador, siempre va hacia adelante y jamás recula. El capitalismo, si fuera para atrás, sería maravilloso. El ser humano siempre va hacia adelante, tanto con la tecnología como con todo. Pienso que el ser humano difícilmente se va a salvar de su propia autodestrucción tecnológica.

 

 

Si hablamos de la dualidad del bien y del mal, ¿el ser humano es maniqueísta?
Creo que, en cierta manera, sí. Por otro lado, en nuestra especie también hay una vertiente a la que me quiero aferrar; veo que están haciendo una nueva derivación de la raza; una nueva raza que parece salida del embrión, que está enterrando patrones antiguos que ya no funcionan y está creando unos nuevos que, a lo mejor, sí que van a acabar con el maniqueísmo. Pero todavía no lo sé. Es muy temprano para verlo. De lo que habla esta canción (“El mal y el bien”) es de la sobrevaloración que tenemos de sentirnos bien. La sociedad nos obliga a sentirnos bien, porque si te sientes mal, algo pasa. Y no, al contrario; sentirse mal es muy necesario. No pasa nada por sentirte mal. No pasa nada por estar hecho una mierda, por levantarte deprimido. No pasa nada porque sea un desastre todo, porque forma parte del mismo todo. El dolor es del alma y, para reparar el alma, lo que tienes que hacer es sincronizarte o conectarte a un lugar mucho más lejano del que nos pensamos. Evidentemente, ahora los terapeutas no han dejado de ser más que una exaltación del yo del paciente: «Es que a ti lo que te pasa…», «es que tú lo que tienes que decir ahora…», «es que no tienes que tolerar eso…». Es una exaltación de todo el paciente, igual que los gurús antiguamente, pero no hace falta ningún gurú en la historia; los gurús tenían importancia cuando no había libros, cuando no había internet, pero esos gurús pasaban después toda la información que tenían por un ego increíble y hacían que toda la gente fueran sus esclavos directamente.

 

Aun sí, este disco termina de una forma muy luminosa con “Han secuestrado el futuro”.
Muy luminosa. Cuando compuse esa parte final, tenía una imagen visual en la que me veía yo en un estrado, muy político, como si fuera un eslogan, diciendo: «Hay futuro, hay futuro». Quise poner un poquito de humor. Evidentemente, hay futuro, pero hay futuro si también coges las riendas de la situación. Es muy difícil coger las riendas porque estamos tan dispersos y estamos con tantos ladrones de tiempo, con tantas interrupciones, que cuesta mucho tener una dirección. Nuestros padres estaban en la época del «deber hacer» y nosotros estamos en la época del «poder hacer». Podemos hacer lo que queramos. Ellos lo debían hacer y lo hacían. Entonces, si querían tener algo, lo conseguían y podían comprar una casa o una casa de verano, y podían currárselo de una manera. Nosotros no. Estamos en el «poder hacer» y estamos como en el mar; el «poder hacer» ya es una gran marea.

 

«Hace tiempo detecté al capataz que llevaba dentro y me sindicalicé contra él»

 

Pienso en la carrera de la rata, en correr en círculos como pollos sin cabeza. Tal vez nuestros padres sabían hacia dónde ir, pero nosotros no.
Sí. Y tampoco existe la figura de un soberano en la tierra que nos lo marque, que nos enseñe los límites. Nadie nos muestra los límites ni tampoco los caminos. Es una carrera en la que todos somos ratones.

 

¿No es irónico? No nos ponen límites, pero por eso mismo nos sentimos perdidos.
Esto quizás es el neoliberalismo. La democracia no pone límites aparentes. No los tienen. El neoliberalismo tampoco te pone los límites para que sigas inmiscuyéndote, sigas avanzando y acabes siendo tu propio esclavo. Quizás esa es la trampa. Es decir: «Hasta aquí llego, pero no avanzo porque si sigo avanzando voy a ser mi capataz y mi esclavo». Hace tiempo detecté al capataz que llevaba dentro y me sindicalicé contra él.

 

¿Cómo se hace eso?
Viendo lo que te llega a explotar. Nosotros mismos nos explotamos.

 

¿Cómo te manifiestas en contra tuya?
Hice un sindicato en contra de Carlos Ann. Era un tirano, un malvado.

 

¿Ese tirano te mandaba antidisturbios? ¿Te mandó algún poder para acabar contigo?
No me mandaba ningún poder, sino que me empoderaba para que cada vez fuera a más. Ese tirano, cuando lo detectas y le plantas cara, se va. Puedes llegar a ser tantas cosas, siendo tú mismo, que, si identificas las dos cosas que son básicas, eres más feliz. Lo que hice fue crear un partido contra Carlos Ann.

 

¿Cómo llamaste al partido?
Vivir Sin Trabajar (V.S.T.).

 

Decía Wallace Stevens que el dinero era una clase de poesía.
Sí, y es una energía maravillosa, también. Es que el dinero es muy poético. El dinero es un juego, de hecho. Siempre, cuando hablamos de dinero, se asimila más a algo negativo. Cuando hablas con personas judías, para ellos el dinero es algo sagrado. Para mí, el dinero no es algo negativo, sino positivo… mientras lo utilices como energía.

 

Si hablamos de El disco negro, ¿significa que en el futuro hablaremos de El disco blanco?
Es una buena pregunta… A lo mejor, podría ser, pero sería instrumental.

 

¿Por qué?
Porque este disco es un disco de mucha crítica y de autocrítica. ¿Te has dado cuenta de que, ahora, en el momento que estamos, quizás sobren las voces y haga falta volver a los noventa para que las personas en su cabeza le metan texto? Un disco blanco no me lo imagino con letra, me lo imagino instrumental.

 

¿Qué te ha llevado a hacer este disco? Grabación, composición…
Compongo de una manera muy especial. La canción tiene que nacer y morir el mismo día y acabarse, no la puedo dejar para el día siguiente. Si al día siguiente no la he acabado, la tiro. Compongo de manera muy impulsiva. Me salen la melodía y la letra y el texto a la vez, prácticamente. En las letras sí que hay retoques, porque a veces he grabado canciones con muchas agramaticalidades, pero porque las he querido dejar así. Tiene que ser de golpe, pero ahora lo intento tener un poquito más controlado. Por ejemplo, en el disco El tigre del Congrés, hacía una técnica que no sé si existe o no: me ponía en medio de una habitación, tranquilo, y empezaban a bajar cositas. Entonces la canción es dictada. Tenía que coger la canción, la acababa, tiraba la guitarra, me daba un ataque de ansiedad brutal, daba golpes, me retorcía durante una hora… Tenía un dolor terrible. Y cuando me podía enderezar, volvía al sillón y la siguiente. Una noche compuse seis y al día siguiente estaba tan cansado que estuve un mes en cama. Pensé: «Nunca más volveré a hacer más una canción de este método». Admiro a las personas que dicen que han estado un año y medio para hacer una canción, pero no lo entiendo. ¿Cómo lo hacen? ¡Qué aburrimiento! ¿Y la frescura? Si hoy soy de esta manera, y mañana, después de despertar, he nacido, he muerto y han pasado muchas cosas por medio, ya no soy el que era. Te aseguro que no soy el de ayer. Yo soy otra persona. En la música pasa igual.

 

«La canción tiene que nacer y morir el mismo día y acabarse, no puedo dejarla para el día siguiente. Si al día siguiente no la he acabado, la tiro»

 

¿Componer es sufrir?
No. Pero cuando se tiene que sufrir, se sufre.

 

¿Sufres mucho?
Depende. En algunas canciones, sí. En algunas canciones no me corto las venas de casualidad.

 

¿También cuando ha sido compartidas?
Cuando han sido compartidas, no. Tampoco te van a ver de la misma manera que cuando estás solo. Cuando estás solo, dependiendo de la canción, puedes estar completamente destruido. Cuando haces una canción es como si tomaras mucho MDMA; estás en otro lugar y luego tienes que bajar en la tierra, pero después viene el bajón.

 

¿Cómo fue con la canción de “Buenas noches, Madrid”, con Santi Campos?
Habíamos hecho dos canciones antes, “Los desubicados” e “Historias de animales”. Para “Buenas noches, Madrid” le pasé la canción y la letra que yo había hecho. Le quité unas partes y le dije que pusiera lo que quisiera. Entonces me lo pasó y ahí se quedó. No hay más.

 

¿Es una canción muy orgánica?
Totalmente orgánica. Está viva.

 

¿Hay que canciones que haces pensando en que solo se defienden con una guitarra y, por lo tanto, nacen siempre de un solo instrumento?
Nunca pienso nada. No pienso ni si va a gustar, no pienso ni cómo sale… Lo hago, pero nunca me he planteado si esto le va a gustar a las personas. Debo ser egoísta en esto, no lo sé, pero jamás he hecho un disco pensando que va a gustar, que va a entrar, que lo voy a tocar de esta manera… Jamás. No hay complacencia.

 

¿Hay fantasmas de tus discos anteriores en los nuevos? ¿Queda algo por exorcizar?
Siempre. Creo que hay cosas que han quedado pendientes y que igual no lo tienes en el subconsciente, pero aparecen como flashes.

 

¿Sin esperarlo?
Creo que sí. Aparecen cuando estás abierto a lo que suceda. No había pensado nunca en esto, pero estoy convencido de que sucede. Cuando haces un disco es como una radiografía del momento y, al cabo de un tiempo, cuando lo escuchas, notas que quedan cositas pendientes que te vienen a visitar. Todo está vivo: los pensamientos, las personas… Tu pensamiento, igual que el mío, son entidades que se llaman. Hay algunas que sí, que se tienen que exorcizar, y otras que hay que encerrar en un castillo con siete cerraduras.

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