Bravo!, de Sorry Girls

Autor:

DISCOS

«Es una delicia, en gran parte, porque no tienen ningún tipo de complejos, pueden utilizar cualquier fantasma del pasado y salir totalmente airosos»

 

Sorry Girls
Bravo!
ARBUTUS RECORDS
, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

El segundo disco de Sorry Girls se abre con “Parade”, una canción que no da la medida del resto del trabajo en su tempo —es una balada, mientras que el resto son medios tiempos—, pero que sí resulta una buena introducción en cuanto a pretensiones y medios. Son tres minutos íntimos y minimalistas que se desenvuelven con una acústica y una voz quebrada, y que tanto pueden recordar a deliciosos dúos noventeros como las olvidadas The Softies o a otros que florecieron en los setenta, Steely Dan, por ejemplo, me temo que también olvidados. Y si seguimos con olvidados, “Otherside” es puro Randy Van Wormer, aunque quizá la potencia final la entronque, en este mismo estilo, con Christopher Cross.

Es “Pillar of salt” la que contiene esencia de esos Steely Dan, y confirma —a mitad del disco— esa tendencia a la delicadeza y ese rodeo a los setenta que no eran AOR, pero que entraban en la idea de que el pop se debía de cuidar en su sonido, sin llegar a la exageración, una vía —entre sinfónicos y protopunks— que fue despreciada por ambos pero que ha demostrado tener recorrido.

Los artífices de estas maravillas —Sorry Girls— son también un dúo, formado en Montreal en este caso, por la vocalista Heather Foster Kirkpatrick y el productor y multinstrumentista Dylab Konrad Obront. Un grupo de universidad, de esos que se conocen en un campus, visitan pisos compartidos y bromean componiendo canciones que les amenizan las tardes. Esto fue en 2008, pero tuvieron que pasar ocho años para que las musas de verdad les visitaran, les hicieran escribir “This game” y de ahí surgiese un epé; las buenas críticas y una gira por pequeños locales hicieron que se tomaran más en serio su inspiración.

Gracias a Dios, porque si su primer elepé —Deborah, de 2019— era más que aceptable, el segundo, Bravo!, es una pura delicia. Y es una delicia —dejando de lado las maravillosas canciones—, en gran parte, porque no tienen ningún tipo de complejos, pueden utilizar cualquier fantasma del pasado —esos que su potencial público odiaría— y salir totalmente airosos.

Tomemos al azar dos canciones:“Prettier things” y “The exiles”. La primera sorprende con un inicio un tanto country rock, a la manera de los Fleetwood Mac de Trust, incluso la voz coincide en el timbre con la de Stevie Nicks; pero es en la segunda donde el proceso artesano llega a su culminación y se convierte en una voz quebrada que se recompone en el fraseo y siempre acaba sonando melancólica. Son dos canciones trabajadísimas en la instrumentación y las mezclas, y —sin prejuicios— el saxo final de “The exiles” es puro Supertramp, pero les queda de lujo aplicado a esas letras veraces que hablan de la nostalgia, la soledad y las relaciones humanas.

Sí, letras y voz parecen conectadas por un fluido mágico, porque lo que recibe el oyente es una caricia sonora que revela indefensión, esperanzas, ilusión, desengaño. Si una de las premisas del pop es que ha de transmitir, la voz de Heather Foster consigue llenarse de todo eso con creces. En “Breathe” —cercana a Suzanne Vega—, recrea esos sentimientos sobre instrumentos contundentes.

Los cuatro últimos cortes encaran esos dos caminos. “Used to be” y “Sorcery” son más animadas y coloristas. La primera casi de music hall, aunque el espíritu de cabaret resulte triste, a un paso de ser malsano, y la segunda, más vulgar en las bases, ideal para una feria de atracciones primaveral y nocturna.

La parte final del disco es la de las baladas. “The wait” apura más lo íntimo, y aquí los fondos son más sutiles y sugerentes y la voz se vuelve a romper, después se serena, se vuelve dulce y susurra sensual. Todo en la misma canción. “Enough is enough” es mucho más angelical, una de esas canciones que se ponían de lentas en las discotecas de los setenta, a lo KC & The Sunshine Band, y para cerrar, palabras mayores. “If you’re done I’m done” es otra balada sentida, a piano y voz suspirándote al oído. Nada más sencillo, nada más emocionante. Parece incluso tocarte con sus labios. Y siente lo que cuenta, esa búsqueda de identidad personal que abordan sin conclusiones ni mensajes grandilocuentes.

La impresión es grata, pero la sorpresa es máxima. Sonidos que se creían olvidados, músicas de ambientes agradables, formas de componer que hacía lustros que no se tocaban, vuelven a surgir y resultan serenas y luminosas.

Anterior crítica de discos: The greater wings, de Julie Byrne.

Artículos relacionados