Ataque celeste, de El Columpio Asesino

Autor:

DISCOS

«Lo que vienen a contarnos es, ahora y en este disco, más importante que el cómo»

 

El Columpio Asesino
Ataque celeste
OSO POLITA / LAST TOUR, 2020

 

Texto: SARA MORALES.

 

Hay un rincón al noreste de la capital de Lituania, en Vilna, que hace veintidós años se declaró independiente. Un barrio bohemio y destartalado donde habitan los orfebres del arte y la cultura alternativa del país, que cuenta con su propia moneda, su propia bandera, su propio parlamento, su presidente y sus leyes. Se llama la República de Uzupis y uno de los artículos de su Constitución —también se desmarcaron proclamando la suya particular— reivindica el derecho a ser infelices. ¿Por qué no? En las batallas internas que libra el individuo contra sí mismo por usurpar retazos de una felicidad impuesta, narrada y publicitada socialmente, se nos ha olvidado que a la tristeza, a la melancolía y a la desazón también hay que dedicarles un tiempo. Dejar de huir, aprender a morar en ellas cuando asolan y humanizarlas de nuevo hasta el punto de que la vergüenza y el miedo no solo no nos corroan llegado el momento de enfrentarlos. Que volvamos a ser capaces de reconocerlas en nuestro fuero interno y en el atril público sin complejos, sin temores, sin presión. Desde allí, desde aquel edén creativo a orillas del Báltico, parecen haber llegado los cuatro de El Columpio Asesino tras este lustro de silencio discográfico, porque de esto va precisamente Ataque celeste, su nuevo álbum.

Esta vez la ansiedad del balancín más punzante de nuestra escena no va tan ligada al sonido como al concepto. Mantienen su apuesta por el rock electrónico, por la virulencia kraut; sin duda son ellos, sí; siguen siendo ellos unos cuantos años después. Pero en ese atrevimiento inaudito hoy, de ponerle palabras a los dramas del alma en un ejercicio de confesiones y autohonestidad, el pop y la melodía luminosa se han alzado como los mejores consejeros. Así, los discursos, escritos por Albaro y casi siempre entonados por Cristina —aunque en ocasiones también por él mismo— toman el relevo de la primera fila y protagonizan la atención; lo que vienen a contarnos es, ahora y en este disco, más importante que el cómo.

«Es mediodía y ya me sobra la otra mitad» canta ella sin autocomplacencia en la psicótica e intermitente «Sirenas de mediodía». Una letra para sentarse a escuchar y a escucharnos, que nos invita a mirarnos en un espejo que no apetece porque su reflejo nos va a devolver algún momento de nuestras vidas digno de olvidar. Pero toca ser valientes y asomarse al precipicio, ese por el que se pasean en la letra de «Tu último relato», e inciden con «Mi general» en un inquietante pasaje plagado de soledades «bajo la luz de un sol indiferente». Enfrentarse a la existencia tal y como sucede, siendo fieles a nosotros mismos y a nuestro estado de ánimo parece obvio, pero no lo es tanto en estos tiempos que corren. La felicidad tiene premio, y saber venderla todavía más.

Que tampoco han llegado los de Pamplona en este 2020 para joder el patatal, alzando el desaliento o condenando la alegría; de ahí que con la pegajosa «Preparada», que sirvió también como single de adelanto, nos empujen a buscarla. Pero a hacerlo desde la autenticidad, sin florituras, a pelo, tal y como suena en «Lechuzas, cúters y somníferos» en voz de Albaro, o en ese mecanismo primitivo de autodefensa que asoma en la progresiva «Siempre estás tú».

Las obsesiones, las frustraciones y la decepción se abren camino desde el primer corte del disco que es «Huir» para ponernos en situación. Y mientras el pulso sintético va marcando las bases instrumentales de estos ocho temas que danzan entre la hipnosis y la ensoñación, terminan de bordar esta declaración de intenciones, a modo de diario personal, con la eclosión definitiva de la homónima «Ataque celeste». Sin apenas palabras porque, si lo has entendido, ya no hacen falta.

Firmemos una tregua con nosotros mismos, asistamos a los capítulos de nuestra propia serie como nos nazca, dediquemos tiempo a curar nuestras heridas y permitámonos la infelicidad cuando toque. Esa libertad de expresión y movimiento que andamos reclamando a los demás, empecemos por concedérnosla nosotros. Ataque celeste será, sin lugar a dudas, la mejor de las bandas sonoras en ese viaje.

Anterior crítica de discos: There is no year, de Algiers.

Artículos relacionados