Melodía durmiente, de Félix Arias

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DISCOS

«Lo que resulta una certeza es el don que posee este artista para hacer bellas y pegadizas las composiciones. Félix Arias es sinónimo de canción»

 

Félix Arias
Melodía durmiente
AUTOEDITADO, 2022

 

Texto: JAGOBA ESTÉBANEZ.

 

Tuve la oportunidad de vivir en Japón durante una temporada y empaparme de la austeridad y el minimalismo en todos sus sentidos. Uno de los máximos exponentes de esta corriente es el haiku, poesía ancestral muy breve, habitualmente compuesta por solo diecisiete sílabas (métrica 5+7+5), aunque cargada de preparación y contenido. Pero hay algo más: por un lado, referencias meteorológicas y estaciones del año (kigo), y por otro, la emoción a dicha contemplación (haijin), como puede ser la melancolía.

El pasado mes de diciembre vio la luz Melodía durmiente (autoeditado, 2022), el nuevo elepé del coruñés Félix Arias, que ha removido mi experiencia en el país del sol naciente. Una producción sencilla y nada grandilocuente, por lo que precisamente ese keep it simple nipón, sumado al talento como compositor del gallego, lo ha convertido en uno de los álbumes con los que más he disfrutado últimamente.

Diez canciones en media hora cargadas de referencias meteorológicas (aguacero, hielo, viento, marejada, chaparrón, lluvia en el cristal, helado de sol, noche de lluvia, huellas de otoño, luz de febrero, lágrimas de invierno, eterna primavera) y mucho sentimiento nostálgico ante tales escenarios, con cierta autocompasión. Quizá, el culpable de dicha fijación sea el clima gallego o la morriña divisando el océano Atlántico desde el barrio de Montealto; pero ya sea continente o contenido, la fórmula funciona y gana notablemente con cada escucha. En ocasiones, el mensaje queda tan inmiscuido que no es tarea fácil presagiar si va dirigido a una persona o un escenario, aunque lo que resulta una certeza es el don que posee este artista para hacer bellas y pegadizas las composiciones. Félix Arias es sinónimo de canción.

Este experimentado cantautor con una larga carrera en solitario, así como componente de Lovely Luna, desde 1995, junto a Xoel López y con quien ha publicado tres discos, o con Guru Deva, entre 2001 y 2009, que también está centrado en la música como elemento pedagógico para niños y para la tercera edad, alcanza su punto álgido con esta obra austera, su kigo y su haijin.

Una guitarra con una brillante melodía que evoca a los Beatles introduce “Cielos eternos”, un canto a la nostalgia donde el gallego demuestra un dominio absoluto de las tonalidades, para incrementar el barómetro de los sentimientos. Esta bella canción, que explota acompañada de batería y guitarra eléctrica, es un claro ejemplo para percibir la destreza compositora de nuestro protagonista, en la que instrumento y voz suenan tan acompasados como los cascos de un caballo al trote. Un inicio folk da paso a la acústica “Ruinas interiores”, en su totalidad a las seis cuerdas. Breve pieza cargada de derroche poético y figurativo con joyas como «con su vestido de viento» o «manchaste de luna el salón», insuperable forma de referirse al paso de las noches en vela por amor.

“Melodía durmiente”, la homónima del disco, es una autorreflexión a modo de nana, en la que fracaso y resignación pugnan con una sugerente melodía soportada solamente por dos guitarras. Como si de un tema de Tucaratupapi, de la banda G5, se tratara, las desafiantes cuerdas western y el idiófono sacudido abren las plegarias desatendidas de “Pa que me tuvo usté”, una de las mejores pero más oscuras piezas del álbum. “Qué será, será” hace alarde de esa ya bien introducida tendencia del elepé, donde siempre hay luz desde el prisma de la añoranza, con esta oda a la incertidumbre tras una melodía eléctrica que nos retrotrae a Deluxe.

Pasamos el ecuador de la obra con “Préstame tus fans”, una vanagloria de este trovador con un pegadizo estribillo que bien podría encajar en “Chang y Eng”, de Lovely Luna: «Hay que tener mucha cara para hacer lo que yo hago». Bajamos revoluciones con “Desdén”, preciosa composición con destreza de cantautor que infunde temor entre coros y tímida percusión. “Noche de lluvia” es una sátira sobre la pérdida, jugando con los tiempos entre el canto y el habla, como el famoso trío de Sabina, Krahe y Alberto Pérez lo hacía en La mandrágora.

Tiempo para la compasión en “Duelo”, triste canto a la soledad y la rutina: «Las hojas también se quejan de mis zapatos arrastrándose. Qué pena que no lo veas». El ritmo y la producción minimalista evocan similitudes con Avería y Redención #7, de Quique González. Una marcada percusión y un piano ponen el broche de oro a esta aventura a lo Tom Waits, con la magníficam”Luz mercurio”, poética y urbanita representación de lo que viene siendo recurrente en esta decena de hermosas canciones: la añoranza entre paisajes atmosféricos en forma de creíbles canciones que calan hondo.

Anterior crítica de discos: Mercy, de John Cale.

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