Las doce canciones esenciales de Miguel Ríos

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miguel-rios-20-03-18

 

Josemi Valle, autor del libro “Rock & Ríos: lo hicieron porque no sabían que era imposible”, se enfrenta a una tarea titánica: condensar la inabarcable carrera de Miguel Ríos en una docena de piezas brillantes. Aceptó el reto, porque él tampoco sabía que era imposible.

 

Selección y texto: JOSEMI VALLE.

 

Hoy me enfrento a una tarea imposible. La directora de Efe Eme, Arancha Moreno, me pide que liste las doce piezas esenciales de un repertorio nacido a lo largo de medio siglo, catedralicio en su tamaño editorial, heterogéneo en sus sonidos y con copioso oro en los muchos cofres en los que su autor ha ido guardando sus canciones. Como me gusta el desafío, ahora mismo me remango la camisa, enciendo el ordenador y me pongo manos a la difícil labor de compendiar los doce momentos esenciales del cancionero de Miguel Ríos.

Comienzo la redacción de este texto la mañana del 6 de marzo. Para un profano esta fecha no tendrá ninguna significación especial, pero cualquiera que conozca los entresijos del folclore rockero patrio sabe que ese día, hace ya treinta y seis años, se grabó el disco en directo más mítico de toda la historia de la música española. Aquella noche de 1982 Miguel Ríos entregó a la posteridad el “Rock & Ríos”, el doble álbum en vivo que concedió carta de ciudadanía al rock creado en España. Diseñado por su progenitor como una obra cerrada, y asumido por sus adeptos casi como una religión secular, siempre he considerado un sacrilegio desmembrarlo. Resulta paradójico que lo más esencial en una lista de canciones esenciales recaiga en la totalidad de un disco.

 

1.‘Bienvenidos’ (“Rock & Ríos”, Polydor, 1982).

Como no me queda más remedio que citar canciones, empezaré por la más emblemática de todas. Es con la que aquella noche del 6 de marzo del 82 Miguel Ríos se presentó ante un enfervorecidamente abarrotado y ya extinto pabellón del Real Madrid para dar la bienvenida a los hijos del rocanrol. Miguel tenía ganas de componer una salutación al estilo de las bandas inglesas, y unos días antes de subir al escenario compuso esta pieza. Tato Gómez, bajista y director de la banda, ideó cuatro acordes que suben de intensidad emocional hasta alcanzar el paroxismo. En ellos colocaron la palabra bien-ve-ni-dos y surgió la magia, el estribillo perfecto para que la gente lo dé todo nada más arrancar el concierto. Miguel recelaba del texto porque le salió de un tirón, y por aquel entonces, con treinta y siete años sobre la faz de la tierra y ya veinte en el tajo, deducía que lo que se creaba de un modo rápido y sin aparente esfuerzo podía adolecer de falta de calidad. He escuchado esta canción millones de veces, y cada vez que la pongo y empiezo a escuchar esas dos baterías entrando a degüello es imposible no venirse arriba. Pura adrenalina.

 

 

2.‘El blues del autobús’ (“Rock & Ríos”, Polydor, 1982).

Esta pieza formaba parte de las cuatro que se estrenaron en la grabación del “Rock & Ríos”. La descriptiva letra la firma Víctor Manuel. Miguel había escrito un solo verso, pero no daba con el desarrollo argumental de la idea. La temática nos habla de la condición nómada del músico, el cansancio atroz de kilómetros interminables por carreteras criminales (por entonces una autopista no es que fuera una entelequia, lo era dar con una carretera asfaltada decentemente), la ausencia del hogar, la odisea de encontrar un teléfono público o una cabina para llamar y preguntar por los tuyos. La música se mueve entre el blues y la balada, y esa cadencia imprecisa pero adhesiva es la que la convierte en genial. Cuando escribí el ensayo “Rock & Ríos. Lo hicieron porque no sabían que era imposible” (Efe Eme, 2015), Tato Gómez me confesó que todo el encanto del álbum se agazapaba en el tempo de las canciones. Ni demasiado rápidas ni demasiado lentas. Ahí residía su embrujo. ‘El blues del autobús’ es perfecta para comprobarlo.

 

 

3. ‘Santa Lucía’ (“Rock and roll bumerang”, Polydor, 1980).

Es la balada con mayúsculas en el repertorio de Miguel, la canción que le regaló notoriedad después de unos años penando por el polvoriento underground del precario rock español de los setenta con discos humanistas, ecológicos, de orgullo identitario, o experimentos grupales en torno al hermanamiento del rock (“La Noche Roja”) y la inmersión en el incipiente rock urbano que eclosionaba en Madrid (“Los viejos rockeros nunca mueren”). ‘Santa Lucía’ pertenece a “Rocanrol bumerang”, publicado en 1980. Fue número uno de los “Cuarenta Principales” en agosto de aquel año, cuando la lista poseía una audiencia mareante y un elogioso eclecticismo que no discriminaba a la hora de poner a The Rolling Stones y acto seguido a Perales, o a ACDC y después a Mocedades, o a la mismísima Rocío Jurado entre Blondie y Rainbow.

La canción pertenece al argentino Roque Narvaja, en esos momentos afincado en España para dejar atrás la dictadura de Videla. La intrahistoria de este tema merece ser contada. El productor y mano derecha de Miguel, Carlos Narea, le propone a Roque la posibilidad de presentar canciones a Miguel para el nuevo disco que están empezando a preparar. Narvaja le lleva unas cuantas piezas, pero no ‘Santa Lucía’, que se la guarda celosamente. Es la joya de la corona y entre sus planes no está compartirla. Días después Narea persuade a Narvaja para que se la ceda a Miguel, que probablemente la popularizará y a él le vendrá muy bien, tanto para su reconocimiento profesional como para la nada banal cuestión de las regalías. Cuando por fin accede, es Miguel el que no quiere grabarla. Teme que los rockeros le tilden de demasiado ñoña. Carlos le convence y lo que vino después lo sabemos todos. “Dame una cita, vamos al parque, entra en mi vida, sin anunciarte”. Que tire la primera piedra el que nunca haya canturreado este estribillo.

 

 

4. ‘Nueva ola’ “Rock and roll bumerang”, Polydor, 1980).

Trallazo sonoro perteneciente también a “Rocanrol bumerang”. La canción la rubrican Fernando Vázquez y Javier Vargas (actualmente en la Vargas Blues Band) cuando formaban parte del grupo Pasarela. Antes de volar para Alemania, donde se iba a registrar el álbum, Miguel pasó por el local de ensayo y Vargas y Vázquez le enseñaron la canción. Fue la última seleccionada. El texto nos habla de la nueva ola que se está cociendo en Madrid (no confundir con la posterior movida madrileña), del neón de color rosa que se ha colocado en El Sol para pasar de discoteca a sala de conciertos. Si la canción tuviera más suciedad y más velocidad, sería una muestra de punk. En el “Rock & Ríos” la dotan de músculo, Miguel la llena de poderío con su voz, la gente se vuelve loca cuando la recibe en este formato. Fue el primer single de “Rocanrol bumerang”.

 

 

5. ‘Reina de la noche’ (“Rock & Ríos”, Polydor, 1982).

Otra de las canciones que se estrenaron la noche del “Rock & Ríos”. Balada con estructura heavy firmada por Salvador Domínguez, quien la toca con su guitarra en los momentos en los que el concierto se balancea hacia el rock duro. Salvador conocía bien los nuevos sonidos heavies que se estaban fraguando en Londres, y esta composición se aprovecha de ese magisterio. La pieza tiene una arquitectura típica de las grandes baladas del rock en el que los momentos de paz sonoro se compenetran con otros de distorsión greñuda. La letra nos habla de cómo le gustaría morir a Miguel. Lo explica durante todo el tema, pero lo resume bien cuando con jerga típicamente cheli y ochentera le pide a la parca que “si me tienes que llevar, háztelo legal”. El riff de Salvador es antológico.

 

 

6. ‘El rock de una noche de verano’ (“El rock de una noche de verano”, Polydor, 1983).

Tras la alucinante, tumultuosa y llena de peligros gira del 82 por los pueblos y ciudades de España, se encuentra ante un desafío descomunal. Quiere hacer el mayor concierto que nunca antes se haya dado en la piel de toro, algo así como el “Rock & Ríos” pero profesionalizado, sin resquicios para la improvisación, la usura de empresarios, y lugares y escenarios indignos en los que siempre planea el posible aplastamiento de los asistentes. Una gira como nunca antes se ha visto por estos pagos. Para ello se pone a componer un nuevo disco y dar con una canción fetiche que tutele y bautice toda la faraónica aventura. Ahí está ‘El rock de una noche de verano’. Un auténtico himno con guiño incluido a Shakespeare para abrir los inminentes bolos estivales. La canción es completísima, inyectada de épica y galope, con las guitarras maravillosas de Paco Palacio y John Parsons jugueteando durante todo el minutaje, con un coro infantil en su parte final que invita a la epopeya. El tema es otra salutación, pero a la vez un recordatorio y un agradecimiento a la gente por lo que vivió en el alucinante verano del 82, el verano del “Rock & Ríos”.

 

 

7. ‘No estás sola’ (“El rock de una noche de verano”, Polydor, 1983).

He tenido dudas a la hora de elegir entre ‘No estás sola’ y ‘Todo a pulmón’, ambas paradigmáticas del Miguel Ríos que se enfrenta a partituras reposadas en las que su voz asume mayor protagonismo aún. Ambas aparecen en el breve repertorio de “Symphonic Ríos”, el disco editado estos días aunque grabado en julio en el Palacio de Carlos V de la Alhambra junto Los Black Betty Boys y la Orquesta Ciudad de Granada. Al final me he inclinado por ‘No estás sola’, una pieza sobre el poder de acompañamiento que ejerce la radio nocturna en las almas noctámbulas. Posee una poderosa arquitectura sonora firmada por el teclista Rafael Guillermo, que ya construyó otra catedral para el repertorio de Miguel, la canción Compañera de 1979.

En la introspectiva y publicada al año siguiente ‘Todo a pulmón’, del argentino Alejandro Lerner, un estupendo diagnóstico del momento en la carrera de Miguel tras tanta ininterrumpida apoteosis, se hace acompañar de tan solo un piano en sus primeros compases. Una anécdota. La primera casete que llegó a mis manos de “La encrucijada”, disco de 1984 en la que está alojada, se habían equivocado, y en vez de ‘Todo a pulmón’ habían titulado la canción como ‘A todo pulmón’. Recuerdo que al leer el enérgico título pensé que allí habría una canción acelerada y anabolizada con guitarras en plan ‘Generación límite’ o ‘Antinuclear’. Admito que me lleve un chasco la primera vez que la escuché. No así todas las demás veces.

 

 

8. ‘El blues de la soledad’ (“Miguel Ríos”, Polydor, 1988).

Estamos delante de otra de sus grandes baladas, a pesar de no ser tan conocida puesto que fue editada en los años en los que bajó de la cima de los dioses y se atenuó su irradiación comercial. Pertenece al disco homónimo de 1988, que hace años yo reseñé en EFE EME para una “Operación Rescate”. En ese disco hay varios temas que hablan de la dolorosísima desertización que provoca el amor cuando se disipa en una de las partes que conforman el binomio sentimental (ahí está la excelente y lacrimógena ‘Corazones rotos’) y la pena pegajosa que queda cuando los dos se vuelve a encontrarse a pesar de los años transcurridos. La preciosa letra de ‘El blues de la soledad’ la firma Joaquín Sabina y la música es de Antonio García de Diego, habitual del equipo de Joaquín junto a Pancho Varona, y músico con Miguel en diferentes épocas. Es el guitarrista de la gafas redondas que aparece en la portada del “Rock & Ríos”.

 

 

9. ‘Himno a la alegría’ (“Despierta”, Hispavox, 1970).

Imposible no citar aquí el sempiterno ‘Himno a la alegría’. Waldo de los Ríos quería musicalizar el cuarto movimiento de la “Novena Sinfonía” de Beethoven y eligió a un todavía poco conocido Miguel para poner su poderosa voz al servicio de sus arreglos. El resultado se convirtió en un éxito planetario. Alcanzó el número uno en distintos países como Alemania, Canadá, Australia o Estados Unidos. Su fama fue tan ubicua que incluso la canción empezó a formar parte del repertorio en las eucaristías de los curas obreros como un canto a la fraternidad y a la paz. Lo curioso es que Miguel no la podía tocar en los habitualmente espartanos directos de aquellos años tecnológicamente antediluvianos, para mosqueo de los asistentes que se la solicitaban recalcitrantemente. Imposible llevar la megalomanía de los sonidos de la orquesta al escenario. Habrá que esperar al “Rock & Ríos” del 82 para incorporarla en una versión rockera y al galope que recoge giros de lo que hicieron Rainbow en su álbum del 81 “Difficult to cure”.

 

 

10. ‘El río’ (single, 1968).

Ningún oído contemporáneo se puede imaginar lo que supuso esta canción en el ecosistema musical español de aquellos años. Ahora nos puede resultar excesivamente almibarada, pero para la época era una canción sonoramente revolucionaria. La compuso Fernando Arbex de Los Brincos y se la dio a Miguel. Formó parte del primer single para Hispavox en el que también aparecía ‘Vuelvo a Granada’, otra de las canciones clave en la que cuenta aquellos largos viajes en tren entre Madrid y su ciudad natal Granada, cuando cruzar Despeñaperros era una odisea. Otra anécdota. ‘El río’ no iba a ser incluida en el “Rock & Ríos”, pero Tato Gómez insistió en su inclusión, aunque fuera en una versión lacónica y testimonial para dar entrada a ‘Santa Lucía’. Fue la primera canción que él escuchó de Miguel en Chile, y le parecía un error no incorporarla al directo con el que se celebraban los “veinte años de fatigas” de Miguel.

 

 

11. ‘El ruido de fondo’ (“El año del cometa”, Polydor, 1986).

Es una de mis canciones favoritas y con diferencia la más potente y creativa del álbum que le da cobijo. Pertenece a los hermanos Luis y Santiago Auserón y, aunque pueda estar cometiendo una herejía, es, salvando las distancias, Miguel Ríos en plan los Radio Futura del elepé De un país en llamas. Posee una cadencia pegajosa y un ritmo infeccioso con unos arreglos e instrumentos que definitivamente llevan a nuevos paisajes sonoros a nuestro protagonista. La original letra nos habla de alguien deprimido que no deja de oír el sonido de la vida a su alredor, el sonido indeseado que aparece como ruido residual, pero que agradece porque ahuyenta su vacío. Aparece en el álbum El año del cometa (es decir, de 1986 y el comentadísimo paso del cometa Halley). Un camaleónico Miguel deja atrás el nicho ecológico del rock urbano y empieza a investigar sonidos rejuvenecedores. Normal que contactara con los Auserón, que ya destacaban como los alumnos más aventajados de la clase.

 

 

12. ‘En el ángulo muerto’ (“Solo o en compañía de otros”, Warner, 2008).

No creo exagerar si digo aquí que esta es la mejor canción que ha grabado Miguel Ríos en el siglo XXI. La canción pertenece a José Ignacio Lapido que la incluyó como segundo corte de su disco de 2008 Cartografía. Si la pieza de Lapido es fantástica, tanto en música como en letra, Miguel Ríos la supera y la lleva a la excepcionalidad cuando la grabó en 2009 para depositarla en Solo o en compañía de otros (entre esos otros elegidos también estaba con muy buen tino Quique González). Atmósfera tremendamente blusera con un Miguel pletórico de voz, que detalla y dota de vida cada sílaba que pronuncia. El texto habla de alguien que está en esos puntos muertos en los que nadie le ve y en cuya soledad se advierte que por increíble que parezca los recuerdos no son materia inanimada. Esta especie de limbo, que es fantástico para muchas cosas, es un desastre para la visibilidad artística. La gracia es que el protagonista de la canción se siente bendecido por estar en ese punto ciego. La voz de Miguel en este tema revela algo misteriosamente fisiológico: la garganta va recogiendo las vicisitudes que se apilan en la biografía de cualquiera y enriquece los matices del texto que canta. Estamos delante de un Miguel Ríos pletórico en el que es imposible imaginar su adiós, ese adiós que por ahora está siendo un feliz y reiterado hasta luego.

 

 

Bonus track:Rockero de noche’ (“Los viejos rockeros nunca mueren”, Polydor, 1979).

Sé que este tema no figurará jamás en ninguna lista en la que se elija lo más luminoso del cancionero de Miguel. Después de elegir sus doce mandamientos sonoros, incluyo este bonus track porque es uno de los temas favoritos del niño que yo fui. Me encantaba esa cadencia de rocanrol seminal que inevitablemente te obligaba a mover los pies y te insuflaba energía en el alma. Se publicó en “Los viejos rockeros nunca mueren”, de 1979, y la letra refleja bien la liturgia que suponía en aquellos años acudir a un concierto de rock en busca de vibración, alucinación, hermanamiento. La gente era reacia a pagar una entrada y urdía las ideas más peregrinas para colarse, desde poner la navaja al portero de la puerta para que entraran en tropel treinta o cuarenta chavales, derribar puertas con coches, o ir con escaleras para apoyarlas en los muros y escalar las plazas de toros. Dentro había mogollones que duplicaban y triplicaban el aforo y no cumplían ninguna de las más obvias normas de seguridad. Todo regado con litronas y el humo denso de los porros que no paraban de circular de mano en mano. La canción nace tras lo vivido en Málaga en una de los festivales de la “Noche Roja”. Eran otros tiempos.

 

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