Discos: “Tendrá que haber un camino”, de Soleá Morente

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“Al fin, tras cinco años de aprendizaje —y una heredada ética del trabajo—, la niña que palmeaba y cantaba en los espectáculos de ‘Omega’ encuentra su camino”

 

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Soleá Morente
“Tendrá que haber un camino”
EL VOLCÁN MÚSICA / SONY

 

 

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.

 

 

 

Su madre, Aurora Carbonell, ‘La Pelota’, reconoce de puertas adentro que Soleá es la que más se parece a su padre. La segunda de los tres hijos de Enrique Morente tenía decidido grabar un disco antes de acabar la carrera de Filología Hispánica. La fatalidad, hace ya media década, truncó lo que prometía ser un proyecto familiar dirigido por el cantaor. Un premio por la licenciatura. Solo dio tiempo a pergeñar tres meses de pruebas. De pronto, Soleá se vio perdida. Experimentó en privado con góspel, jazz, blues, bossa nova. No sabía por dónde tirar. Entre tanto, cantó, bailó y actuó en la representación teatral de “Yerma”, bajo la batuta de Miguel Narros. Los Evangelistas, con J y Antonio Arias a la cabeza, contaron con ella para registrar ‘La estrella’ y ‘Yo poeta decadente’, dos momentos mágicos de la tremenda misa eléctrica que fue “Homenaje a Enrique Morente” (2012). Le cedieron el protagonismo en la segunda entrega (“Encuentro”, 2013), un epé en el que Soleá se lanzó en clímax melismático por seguiriyas (‘Dormidos’). “Dream pop” de dicción flamenca. Su hermana, Estrella Morente, la primera sorprendida. J le pasaba discos de Stereolab y Cocteau Twins, y la llevaba a conciertos de Thurston Moore y Lagartija Nick. Al fin, tras cinco años de aprendizaje —y una heredada ética del trabajo—, la niña que palmeaba y cantaba en los espectáculos de “Omega” encuentra su camino.

Soleá Morente tiene treinta años y no se considera cantaora. Pero el flamenco le corre por las venas. Uno de los logros de “Tendrá que haber un camino”, su álbum de debut, es que las barreras iniciales suman en vez de restar. Por supuesto, se beneficia de la deriva de Los Planetas y sienta una referencia en el rock andaluz. Hurgar, liofilizar, crear. “Tendrá que haber un camino”, cantaba Enrique Morente en la sobrecogedora coda de “La leyenda del espacio” (2007). En esencia: hacer unos fandangos con dos acordes o una granaína invertida. Simplificar el cante para convertirlo en canción. Astuto, J ha adivinado en ella una figura similar a la que en su día contribuyó a modelar a La Bien Querida. Modernidad rústica. A la sazón, un espejo para Soleá. Ana Fernández-Villaverde es una de las patas del disco. Además, la imagen de la melena oscura al viento por el Albaicín, en la portada, fotografiada por Céline Beslu, destila flamencura.

“Tendrá que haber un camino” cuenta con el sostén de la plana mayor de los músicos de la escena pop de Granada, convenientemente repartidos en roles y funciones. Están Los Planetas, Lagartija Nick (y sus dos baterías históricos: Eric Jiménez y David Fernández), Pájaro Jack, e integrantes de Lori Meyers y de la banda de Lapido. Una gran estampa de familia en la que aparecen Aurora Carbonell; Estrella y José Enrique Morente; ‘Montoyita’, el tocaor de toda la vida en la casa; Paco Luque (Hora Zulú, Fausto Taranto), el guitarrista de las giras de “Omega” en los noventa; incluso invitados de pedigrí indie como David Rodríguez (Beef, La Estrella de David) y la Bien Querida. Corrientes circulares.

El arranque, ‘Yo escucho los cantos’, pone el galimatías en orden en dos minutos y medio: letra de Antonio Machado, música de Enrique Morente y adaptación de Antonio Arias. La voz de Soleá embadurna de jondo lo pop y lo pop de jondo. El eslabón que engarza con aquel espíritu aventurero de la serie Gong de García-Pelayo en los setenta. Una intro sugerente para culminar las intenciones en ‘Oración’, single en potencia y texto revelador de Manu Ferrón (Grupo de Expertos Solynieve), que da sentido a todo el álbum. Acaso, un resumen de la filosofía de Enrique: intrepidez y libertad. Pensar en términos de arte, saltar al precipicio, restregarse con la experiencia… “Por encima de la prisa y la ignorancia”. En ‘La ciudad de los gitanos’, Soleá y Los Planetas inventan un himno imposible de Andalucía a partir del ‘Poema de la Guardia Civil’ de Federico García Lorca. Sublime. Por su lado, ‘Arrímate’ es otra joya monumental: fandangos electrizados con aire andalusí. J canta con Soleá, casi a modo de letanía en el ferial. De milagro, la combinación funciona y los elementos se sostienen. Emocionante. Como las sevillanas rock de ‘Están bailando’, maravilloso punto álgido que, de alguna manera, vincula el muro de sonido de la fisión de “Omega” —los sofisticados embates de guitarra de Paco Luque— con la posterior senda continuada por Los Planetas. No era fácil. Las castañuelas de Estrella Morente marcan el paso con naturalidad entre la madeja de distorsión y la poética popular.

‘Solos tú y yo’ presenta un increíble juego de tangos amorosos, sedados en el vapor de los teclados de J.J. Machuca. El contrapunto vocal de Lin Cortés, un lujo. ‘Eso nunca lo diré’ es una granaína psicodélica, envuelta en el colchón voltaico de Florent. En cambio, ‘Vampiro’ y ‘Nochecita sanjuanera’ —con palmeo ratonero—, composiciones de La Bien Querida, tienden un puente a un imaginario y a una cadencia indie que resultan un traje a medida para Soleá. En esa línea, ‘Tonto’, escrita por David Rodríguez, supone una rareza audaz con su devaneo electrónico. Soleá se transforma en una Bien Querida de rave en el polígono. A Ana Fernández-Villaverde pertenece la autoría de ‘Todavía’, broche perfecto. Sabor meridional, ajuste cómodo con aditivos flamencos o jazzísticos —existe una versión alternativa para la obra teatral “Clara Bow” — y final abierto tras la fase de aproximaciones al cancionero de Leonard Cohen.

‘Dama errante’, por bulerías, y ‘Esta no es manera de decir adiós’ —ambas traen la garantía de la preceptiva traducción de Alberto Manzano— vuelven a la época de “Omega” y reúnen al equipo de los Lagartija Nick del embrión. Antonio Arias al bajo, Éric Jiménez a la batería y las guitarras de Miguel Ángel Pareja y Juan Codorniú. Ahí, los guiños de Soleá Morente a los versos de María Zambrano forman parte de aquella costumbre recicladora de su padre. Porque Enrique Morente sobrevuela por cada una de las capas de “Tendrá que haber un camino”. Desde la expresión de su hermano José Enrique en los coros y la perversión de las sevillanas hasta la contaminación de rockeros y el afán de investigar confines arábigos mediante la Orquesta Chekara. ¿Y lo siguiente? Aquel primer disco que Soleá empezó con su padre iba a pasar por las manos de Javier Limón y ha terminado en las de Isidro Muñoz. Será que sí, hay camino.

 

 

Anterior crítica de discos: “Happiness in every style”, de Nicole Willis & The Soul Investigators.

 

 

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