Discos: “Fresh blood”, de Matthew E. White

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“Estas canciones resultan más directas, evitando los rodeos y, también, descartando nuevas aventuras, algo que tal vez quede para futuras empresas”

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Matthew E. White
“Fresh blood”
DOMINO-MUSICAS USUAL

 

 

Texto: XAVIER VALIÑO.

 

 

Podemos declarar ya 2015 como el año Spacebomb, al menos en lo musical. Ciertamente, habrá otros discos provenientes de otras factorías igualmente destacados y otros hechos relevantes que repasaremos con fruición a final de año. Pero es harto improbable que aparezca un sello-estudio como Spacebomb, trabajando como hace más de 40 años lo hacía por ejemplo el estudio Muscle Shoals, que produzca al menos dos discos sobresalientes: el debut de Natalie Prass y el segundo álbum de Matthew E White, su propietario e impulsor, que se publica el martes 10 en todo el mundo.

En 2012 White sorprendió con “Big Inner”, un disco inesperado que aparecía como el trabajo de un músico completamente formado y con las ideas bien claras. ¿Quién era su responsable? La aventura de Matthew Edgar White había cuajado en Richmond, Virginia, un lugar alejado de los grandes centros de la actividad discográfica y donde empezó a elaborar un sonido que está enraizado en un tiempo que dejó claro con una frase que comentó en su momento: “La música norteamericana de 1910 a 1980 es algo muy grande para mí”.

White creció en una familia cristiana: su hermanastro es pastor y su hermano, un escritor y profesor cristiano, mientras que sus padres dirigen misiones en distintos países. De ahí que vivieran años en Filipinas y Japón, difundiendo la palabra evangélica. De vuelta a los EE.UU., White publicó un libro sobre piragüismo en Maryland y Delaware, coescrito con su padre mientras estudiaba en el instituto.

En la iglesia de su ciudad natal, Virginia Beach, conoció a Rob Ulsh, dueño de los estudios Master Sound. A los 14 años ya trabajaba para él en lo que hiciera falta, después de pasarle una primera maqueta. Tras el salto a la Universidad de Richmond, formó la banda de folk-rock The Great White Jenkins con su amigo Andy Jenkins, pasando a ser parte de una generación de músicos con la energía y capacidad suficiente como para revitalizar una escena local moribunda. Grabó con el grupo de jazz Fight the Big Bull y montó el sello y estudio Spacebomb, pero fue su disco debut en solitario, “Big Inner”, el que le dio a conocer en medio mundo.

Su éxito, además de retrasar los planes del sello recién nacido y que necesitaba asentarse, le llevó a iniciar una gira que lo tuvo ocupado 18 meses. Mientras, le dio continuidad a su debut con un EP de cinco canciones, “Outer Face”, que se planteó como reacción a “Big Inner” al grabarse sin guitarras, pianos o instrumentos de viento, intentando economizar en el sonido y centrándose en la melodía y en las voces. El planteamiento, en parte radical, le desbrozó el camino para su siguiente álbum, de forma que pudiera volver a fijarse en las melodías e intenciones de su primer disco y plantearse ir más allá.

De ahí parten estas nuevas diez canciones coescritas con Andy Jenkins, más grandes, más enérgicas, con más ritmo y, en parte, más personales, según las ha definido su autor. Teniendo en cuenta que ya corrió riesgos en “Outer Face” y que tantos meses de gira le han brindado el conocimiento de qué es lo que se precisa para atrapar a una audiencia en directo, estas canciones resultan más directas, evitando los rodeos y, también, descartando nuevas aventuras, algo que tal vez quede para futuras empresas.

El sonido de Memphis y el sonido Philadelphia de principios de los 70 es el punto de partida para que White y su equipo de Spacebomb juegue y disfrute creando. Hay hasta treinta personas participando en cada tema y aportando arreglos e ideas, sin que se llegue a percibir cada uno como algo aislado que haga perder la visión global o la magia de la totalidad (algo a lo que precisamente canta en su primer single, ‘Rock and roll is cold’), consiguiendo canciones que pueden llegar a todo el mundo sin tener que decodificarlas ni conocer sus antecedentes.

En un álbum que menciona, entre otros, a Marvin Gaye, Stevie Wonder (por su nombre de pila, Stevland), Sam Cooke o Billie Holiday, no es extraño encontrar ecos de Curtis Mayfield, el barítono de Barry White o el falsete de The Isley Brothers. Además, White no tiene miedo de dar con estribillos contagiosos, como el del ya mencionado ‘Rock and roll is cold’ o el del aparentemente hedonista ‘Feeling good is good enough’. Decimos aparente porque su letra habla de una ruptura amorosa, mientras que en el gospel de ‘Circle Round the Sun’ su tema es aun más crudo: el suicidio. Y si en ‘Holy Moly’ se refiere a los abusos sexuales dentro de la Iglesia Católica, en ‘Tranquility’ nos recuerda la muerte del actor Philip Seymour Hoffman (“Leo 65 bolsas de heroína. No sentimos amargura… Saca de mi corazón todo aquello que se resiste a la tranquilidad”).

Pero no debemos pensar que todo está imbuido del mismo tono sombrío. Ahí está ese final evocando las sensaciones después de hacer el amor de ‘Love Is Deep’. Se trata de un final más que apropiado para un disco que pide volver a ser escuchado y que reclama para Spacebomb el trono que le concedíamos al inicio de estas líneas, incluso sugiriendo que recuperemos los lanzamientos de Howard Ivans o Grandma Sparrow que pasaron más desapercibidos. Solo un pequeño detalle empaña su reinado: si el éxito del debut de Matthew E White retuvo tres años el lanzamiento del primer álbum de Natalie Prass, ¿por qué en este 2015 deciden editarlo con solo un mes de diferencia respecto al segundo trabajo de White? Grandes discos, planificación equivocada; músicos en racha creativa, poca visión en los negocios.

Anterior crítica de discos: “Nada dos veces”, de Ama.

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