Discos: “Nada dos veces”, de Ama

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“Conservan esa enérgica desgana de La Buena Vida, el matemático compás de El Joven Brian y, por qué no, un mundo melancólico cercano al de Le Mans”

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Ama
“Nada dos veces”
JABALINA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Regresa el último bastión del ‘donosti sound’, en sus dedos y en sus voces se mantiene todavía esa especial placidez cantábrica, la certeza de la calidez, de lo íntimo, en canciones como pequeños y cerrados frutos con el perfecto bouquet de aroma y sabor. Y retornan a su casa original, Jabalina, que en cierta medida se ha hecho adalid de esa textura nostálgica. Sí, Ama están de nuevo aquí, y su reaparición se derrama en un cuarto elepé especialmente luminoso, aquella claridad que desde el primer disco les parecía esperar y que inunda como una orfebrería dorada las diez impecables canciones.

Conservan esa enérgica desgana de La Buena Vida, el matemático compás de El Joven Brian y, por qué no, un mundo melancólico cercano al de Le Mans. No en vano compartieron escenario en estos grupos. Las líneas de bajo son inconfundibles, lánguidas y encendidas, incluso tienden a ser cercanas a ciertos aires sesenteros aterciopelados; las letras, más optimistas de lo que es habitual. Todo se observa en ‘No hay dos iguales’. El caso es que los arreglos, sencillos pero profusos y efectivos, pintan matices necesarios para cada canción.

En ocasiones consigues verdaderos artefactos de ultrapop, ocurre en ‘Cuanto tiempo’ o en ese riff reconfortante, abierto, de ‘Rayos de borrar’, con esencias que basculan entre Sarah Records y The Pastels, entre Carlos Berlanga y Parade. Tiran en otras ocasiones más allá y se rodean de trompetas que logran crear ambientes cinematográficos, en la estela de Burt Bacharach, como en esa divertida historia en la que la esposa y la amante se ligan en una relación que prescinde del referente masculino. De título, con esa suave ironía que es también marca del género: ‘Aquí paz y después gloria’.

En definitiva, un entramado en el que no desmerece de aquellos discos que –hace veinte años ya– sacudieron con caricias el inicio de una vía nueva en el pop español. No es necesaria más que una muestra: “Memorias pálidas” cierra el disco con tal traspaso de nostalgia, con tal gravedad en los callados susurros de su melodía, que sería inexcusable su presencia si hubiera un recopilatorio del estilo.

Anterior crítica de discos: “El duende, la luz y la noche”, de Rumbacalí.

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