Cine: «Cruce de caminos», de Derek Cianfrance

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«Clasicismo dentro del clasicismo, y el telúrico talento de Cianfrance vence a todas las consideraciones»

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«Cruce de caminos»

(«The place beyond the pines», Derek Cianfrance, 2012)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

“Luke, you’re up next! Showtime!” Luke, evocador alias de componentes mitológicos que reaviva la cinematografía de Hollywood desde finales de los setenta, homofonía que canaliza disidencias contra el sistema de producción exhortando pseudorevoluciones en busca del arca del éxito. Luke, protagonista de fábulas en las que abundan héroes proscritos, princesas maltrechas y reconocibles villanos.

Derek Cianfrance es un tipo listo, y con buenos padrinos. No olvidemos que en su debut –ese pusilánime pastelazo merecedor de tan cursi título (“Blue Valentine”, 2010)– ya contaba con dos “megaestrellas” del momento. Eludamos la flor en el culo y volvamos a lo de tipo listo. Háganse a un lado que todo está inventado. El director norteamericano lo tiene claro; creando desde la mímesis, repitiendo fórmulas.

Galopando mulas mecánicas, dando gas a la fatalidad, salta a escena el último vástago que magnetiza audiencias: la penúltima revisión de la “Goslingxplotation”. Otra vez Gosling como jinete pálido, otra vez en contenida expresividad, con el “éthos” tatuado al torso, hostigando cabalgaduras, desbocado sin freno hacia la autodestrucción. Ahora sabemos a lo que se refería Delouze con tratar la escritura como un flujo y no como un código. Descansa la transferencia del saber sobre la cámara al hombro. No se requiere nada más funcional y expresivo. Con esta decisión formal, Cianfrance se embriaga de dicha por medio de un trepidante plano-secuencia con el que inaugura “Cruce de caminos”; mediante la ausencia de montaje caracteriza a Luke (Ryan Gosling), adquiere su punto de vista a la vez que esboza el tono del primer bloque argumental. Unos pocos planos serán más que suficientes para que el público contemple la constelación más seductora del momento. No se precisa de más información. A continuación, un plano detalle con el que la estrella autografía su nombre: se reafirma el mito. Pasamos a la necesaria serie de planos-contraplanos y ahí la tenemos, no hay bromuro que contenga los eufóricos atributos de la inseminada Eva Mendes aka Romina (por su “power” los conoceréis). Saltan las chispas del rabo de Luke y entramos de lleno en “Cruce de caminos”, con un prosaico e impecable comienzo que deja sin discusión todos los análisis que queramos verter (gramático, narrativo, simbólico…).

El estelar y fugaz encuentro empuja a nuestro campeón a dejar la actividad circense, maniobrando al límite para recuperar ese amor del pasado que también le ha dejado un descendiente. En su duelo con Luke, el agente Avery (Bradley Cooper) introduce no solo la continuación del primer segmento, sino que abre la puerta a nuevos conflictos que expanden la figura de Luke. Y con el fundido a negro se desata la variante del relato. Punto y aparte. Entran en juego nuevos actantes en nuevas tramas que pivotan sobre nuevos protagonistas. Aire fresco a una historia que daba poco de sí (donde tenía que haber acabado “Blue Valentine”, en el minuto 51). Clasicismo dentro del clasicismo, y el telúrico talento de Cianfrance vence a todas las consideraciones. Tres historias dentro de una misma historia. Bien trenzadas. Nos autoriza a pensar que da un paso adelante en su trayectoria.


Anterior crítica de cine: “Dolor y dinero”, de Michael Bay.

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