Bruce Springsteen y la E Street Band, rock sin aditivos

Autor:

Bruce Springsteen and The E Street Band
28 de julio de 2009
Estadio de la Cartuja, Sevilla

Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.

Sin luces fascinantes ni fuegos artificiales. Sin cambios de vestuario ni coreografías moñas. Rock, rock, rock. Eso es todo lo que Bruce Springsteen y la E Street Band ofrecen en los conciertos de esta nueva gira, como también lo hicieron en la anterior, y en la anterior, y en la anterior. Cuando el Boss volvió a reunir a su banda en 1999, la leyenda se humanizó. Todos hablaban de sus conciertos maratonianos de los setenta y ochenta, de su arrolladora fuerza en escena. Con treinta años más, Springsteen quería demostrar que no era cosa del pasado, que no iba a limitarse a vivir de las rentas. Y así es, pues ni la más alta aristocracia rockera de la última generación se pega estas palizas una gira tras otra. Dentro de una década o poco más, es cosa segura, presumir de haber estado en un concierto de Bruce estará a la altura de experiencias similares con Elvis, los Stones y pocos más.

Porque son tres horas las que Springsteen y la E Street Band estuvieron tocando ayer en Sevilla, al igual que en Bilbao dos días antes. Y si en el norte abrió Nils Lofgren, acordeón en mano, tocando «Desde Santurce a Bilba», aquí lo hizo con «Sevilla tiene un color especial». ¿Un recurso facilón para meterse al público en el bolsillo? En absoluto, porque no les hace ninguna falta. Con esa presentación, el primer gesto de comunión con el público, Bruce y los suyos, sin haber salido aún al escenario, ya le robaron al respetable el primer grito de entusiasmo, aunque nada comparable al rugido provocado con los primeros compases de «Badlands», a la que siguió «My love will not let you down», «Hungry heart», «Outlaw Pete» y «Out in the street». De no haber estado ocupados saltando, cantando, gritando y dando palmas, más de uno se habría preguntado si aquellos viejos rockeros no se habían equivocado, y habían empezado por los bises.

Lo de sudar la camiseta no es recurrir a una frase hecha en el caso del Boss y lo suyo. Chorreando tenía Springsteen la camisa y el chaleco a los pocos minutos de haber comenzado. De vez en cuando se refrescaba con una esponja empapada, y si se llevó una frase bien aprendida de la capital hispalense fue “¡Qué calor!” Lo tendría él bajo los focos, porque abajo, no menos sudorosos y jadeantes, los más de treinta mil asistentes no repararon en detalles ínfimos como los treinta y tantos grados que llegaron a registrarse.

Y es que el público tenía cosas más importantes a las que atender, sobre todo teniendo en cuenta que buena parte del mismo –la mitad del cual no había nacido cuando salió a la venta Born to run– era la primera vez que veía a Bruce en directo. No perdían detalle de sus idas y venidas por la larga pasarela, de sus gritos y filigranas con la guitarra, de su entrega literal en manos de las primeras filas, de las bromas que gastó con un par de críos –»no te entiendo, Bruce”, le dijo uno de ellos– ante la cara risueña del orgulloso padre, como si acabasen de pasar a su retoño por el manto de la Virgen del Rocío.

Pero lo mejor de los conciertos de Springsteeen, y precisamente la razón de su grandeza, es que él no es sino uno más en la banda de rock más contundente y efectiva que recorre actualmente los escenarios de medio mundo. La complicidad entre sus integrantes es completa y total, lo que reviste cada tema de una espontaneidad y una energía incomparables. El que más y el que menos ronda los sesenta años, y aunque alguno ande un poco achacoso, todos se dejan la piel en el escenario. Bruce ha dado conciertos solo y con otras bandas, pero el genuino, el arrollador Springsteen, es el que se siente respaldado por la guitarra y voz de Steve Van Zandt, por las seis cuerdas mágicas de Nils Lofgren, por esa batería demoledora de Max Weinberg (sustituido al final por su hijo Jay), los teclados de Roy Bittan, el bajo de Garry Tallent o la épica del saxo de Clarence Clemons. En el escenario, más aún que en el estudio, juntos son uno. Y como tal siguieron desgranando «Working on a dream», «Seeds», «Johnny 99», «Youngstown» y «Raise Your Hand». Llegaba entonces la hora de recoger las peticiones del publico y hacer un regalo impagable a los más devotos de la mano de «Quarter to three», una de esas rarezas, raras con agonía, incluida oficialmente sólo en el directo del Hammersmith Odeon del 75. Lo que tal vez era el bloque más “suave” del programa, con piezas como «Loose ends», «Darlington County» o «She»s the one», recuperó rápidamente el vuelo alto de la mano de «Waitin» on a Sunny Day», «The Promised Land», «I’m on Fire» y la denuncia de «American Skin (41 Shots)».

Dicen los que entienden que los largos solos de guitarra ya no están de moda, aunque ya se sabe que “los que entienden”, en realidad, entienden poco. Porque cada solo que sonó anoche en el Estadio de la Cartuja fue una mecha encendida que acabó sin excepción con la explosión incontenible de un público pletórico y arrodillado ante el nuevo santo con el que contará Sevilla desde ahora para adorar con devoción.

Desde hace tiempo se viene comentando entre los fieles que estos conciertos huelen a despedida. Que a la unión de Bruce y la banda, por cuestión de edad, salud y proyectos personales, le quedan dos pelados. De ser así, el adiós no podía ser más apropiado: cerrando el círculo, recuperando los orígenes. Eso, a pesar de lo que se puede leer en algunas crónicas: Bruce ya no se mueve tanto como en los setenta, no canta igual que en el 75… Nos ha fastidiado, ni falta que le hace. Cuando uno se empeña en ser igual que treinta años atrás acaba de botox hasta los ojos. Otra cosa muy diferente es la evolución, la revisión, la madurez, pero sin perder un ápice de esa pasión contagiosa por el rock. Es tontería. Bruce Springsteen, que diría Raphael, sigue siendo aquél, porque sólo ese chaval melenudo que gestó álbumes como Born to run o The River podía llegar a las dos horas y pico de concierto y, lejos de plantarse, convertir el estadio olímpico en la bacanal de música, gritos y bailes que fue el tramo final del concierto: «Lonesome day», «The rising» y «Born to run» para la conclusión oficial, dejando para los bises «Glory days», «Seven nights to rock», «American land», «Bobby Jean», «Dancing in the dark» y un «Twist & shout» con interludio de «La bamba». Es decir, que empezó el concierto en lo más alto y lo cerró reventando un techo que nadie alcanzaba a imaginar.

“He visto el futuro del rock, y su nombre es Bruce Springsteen”, escribió Jon Landau en una crónica hoy célebre. Anoche, treinta mil sevillanos y foráneos disfrutaron con el Boss y la E Street Band, y lo que vieron fue, sencillamente, en todo su esplendor y dimensiones, el Rock.

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