“Isla de perros”, de Wes Anderson

Autor:

CINE

 

“Es en lo formal donde la cinta brilla con luz propia, en los poderosos primeros planos de los rostros de todos los personajes”

 

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“Isla de perros”
Wes Anderson, 2018

 

Texto: ELISA HERNÁNDEZ.

 

En su segunda incursión en el largometraje de animación en stop motion (tras la brillante y maravillosa “Fantástico Sr. Fox”, de 2009), Wes Anderson nos traslada a una distópica megalópolis en Japón en la que todos los perros, acuciados por una serie de contagiosas enfermedades, son desterrados a la isla que es también el vertedero de la ciudad. Cuando el joven Atari, sobrino adoptivo del alcalde culpable del decreto de expulsión, decide ir en busca de su perro guardaespaldas, Spots, pondrá en marcha toda una serie de acontecimientos que terminarán en el descubrimiento de una enorme conspiración anti-canina.

Políticamente más marcada que la obra previa del creador, “Isla de perros” ofrece una pertinente y oportuna crítica a la exageración y explotación del miedo al otro para obtener réditos políticos, además de apelar directamente a la propia historia de la población japonesa en EEUU. El propio lenguaje (dejando en japonés sin subtitular lo que se dice en dicho idioma) permite un original uso de los elementos textuales y gran cantidad de recursos para tratar de suplir lo que se pierde en la traducción; algunos de ellos tienen más gracia que otros, pero todos ayudan a crear ese ritmo narrativo frenético y calmadamente caótico reconocible desde “Rushmore” (1998) hasta “El Gran Hotel Budapest” (2014). Sin embargo, la sombra de la apropiación cultural planea sobre el filme en algunos momentos, y el sentido homenaje y amor por la cultura japonesa que se destila de lo cuidadoso de la ambientación no es capaz de evitar que un personaje como Tracy, la estudiante de intercambio, resulte condescendiente para con aquellos que la rodean.

 

 

Pero es en lo formal donde la cinta brilla con luz propia, en los poderosos primeros planos de los rostros de todos los personajes, en los decorados cuidados hasta el más mínimo detalle y en el mimo que existe en la configuración de cada uno de los fotogramas que componen el filme. Todo huele a Wes Anderson, cuyo característico estilo está en todos los elementos de la película, desde la planificación basada en la simetría y la reiteración hasta los diálogos ingeniosos emitidos de manera inexpresiva y cargados de un muy seco sentido del humor. Como prodigio visual, “Isla de perros” es una delicia y, aunque quizás no esté a la altura de la magia y frescura de algunas de sus predecesoras, siempre es un placer poder acceder (de manera temporal) a la efervescente e imaginativa mente de uno de los creadores más peculiares del cine contemporáneo.

 

 

Anterior crítica de cine: “Un sol interior”, de Claire Denis.

 

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