En Viena con Iván Ferreiro

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«Si no me hubiera dedicado a la música sería científico. Creo que hubiera sido un científico buenísimo. Mis mejores amigos son científicos. Yo soy de ciencias puras»

Viena es la penúltima etapa de un largo viaje que ya dura dos años para Iván Ferreiro y su hermano Amaro. Casi setecientos días sin parar de tocar en formatos que se adaptan a los escenarios por los que pasa. Con Iván Ferreiro recorremos Viena, una ciudad de aire imperial pero de espíritu cercano y moderno. Paseamos, olemos, probamos, escuchamos y sentimos en una urbe musical por excelencia, adusta y regia pero también venial, joven y con margen para la improvisación y la rebeldía.

 

 

Texto y fotos: JR ÁLVARO GONZÁLEZ.

 

 

Iván y Amaro han dormido dos horas cuando nos encontramos en el aeropuerto. El trayecto Cuenca (donde ayer dieron su último concierto), Madrid, Viena les deja exhaustos pero no borra la sonrisa de sus caras. Amaro viene a la capital de Austria con su novia y su Gibson acústica. Iván, con un Korg. Ambos sin parafernalia ni equipaje.

El viaje se enmarca dentro de una campaña de promoción de la ciudad de Viena como capital de la música. “Viena suena bien” es un cambio de percepción en el viajero, que ya no busca a Sissí sino a su nieta, cualquier joven más interesada por el pop y la música electrónica que por la ópera. Los hermanos Ferreiro serán los protagonistas, dos tipos accesibles, transparentes como sus canciones y que podrían confundirse con cualquier español medio.

«Nosotros no somos cool, ni esperamos serlo nunca», me dice Iván mientras entramos en un hotel que destila modernidad en medio de una ciudad que guarda las formas. Alucinan con el 25hours, las habitaciones están adornadas con frescos que muestran escenas del viejo circo y contienen multitud de referencias pop en forma de dibujo o adorno. Será uno de los escenarios principales de la grabación del videoclip en forma de corto que van a rodar en Viena y que contendrá dos temas nuevos del trabajo que comenzarán a grabar a partir de junio: ‘Una inquietud persigue mi alma’ y ‘El fin de la eternidad’. Ambas formarán parte de su nuevo disco «Val Miñor-Madrid: Historia y cronología del mundo». «La idea es promocionar Viena –cuenta el excantante de Los Piratas sin tapujos–, están tratando de abrirse y promocionarse y nos cogieron a nosotros. Decidimos que nos parecía más adecuado tocar que grabar un vídeo, nosotros no somos mucho de vídeos. Así que eso es es lo que venimos a hacer. Les mostramos dos temas nuevos, les parecieron bien y aquí estamos».

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El Museum Quarteir es un pedazo de Viena que hasta hace diez años estaba lleno de recuerdos ecuestres para privilegiados. Hoy, es el lugar con más ambiente y modernidad de toda Austria. Unas antiguas caballerizas gigantes, majestuosas y rozando lo naif fueron convertidas en el Barrio de los Museos, un reducto para varias galerías de arte moderno (Leopold Museum, MUMOK y Kunsthalle) que forman un plaza amplia para el esparcimiento de los vieneses donde también tienen cabida cafés y restaurantes. Allí, ajenos a las miradas de los transeúntes, Iván y Amaro se sientan y cantan algunas canciones. Es difícil ver por aquí a gente tocando música en la calle fuera de un escenario, personas como Metodio, aquél búlgaro que un día se subió con ellos a un escenario. «Hace unos años estabamos en Murcia, fuimos para dar un concierto y vimos a un tipo en la calle tocando el ‘Strangers in the night’. Creo que era en la plaza principal de Murcia. Allí estaba el señor, un hombre mayor. Me acerqué a él para preguntarle algunas cosas pero no me hablaba, así que le dije que me llamaba Iván y eso fue lo que atrajo su atención hacía mí», cuenta como si fuera un relato de intriga. «Iván se llamaba mi hermano, me dijo. Yo me llamo Metodio. El tipo tocaba de maravilla así que le pregunté cuánto se sacaba al día. Me dijo que doscientos euros. Miré a mi hermano y le propuse a aquél músico que tocara con nosotros por ciento cincuenta. Aceptó, y cuando apareció en el auditorio se quedó flipado porque pensaba que lo habíamos contratado para tocar en un restaurante. La gente de Murcia alucinó, primero porque lo conocía de la calle y luego porque tocaba de puta madre. A los tres meses trabajaba como director musical del teatro de Murcia. Metodio…». Iván pronuncia su nombre como si lo buscara por aquella plaza, pero en el Museum Quartier no estaba, solo había parejas tomando el sol, niños jugando con sus bicicletas y transeúntes indiferentes ante aquellos dos músicos “callejeros” y las cámaras que los estaban filmando.

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Cerca del Barrio de los Museos está el Museo de Historia Natural, nuestra próxima etapa. Dicen que lo que aquí se muestra (paleontología, insectos, botánica, peces, meteoritos), más de quince millones de piezas, es solo un diez por ciento de lo que el rey Francisco I tenía en su colección privada. Allí Iván y Amaro recorren el tejado del edificio del siglo XVIII mientras admiran la historia que desprenden los tejados de Viena. Sé del interés del compositor gallego por la ciencia, así que aprovecho que recorremos los pasillos de este “arca de noé” museístico para interrogarle sobre su futuro que no fue: «Iván, sé que Amaro estudió y terminó la carrera de Derecho pero, ¿tú si no te hubieras dedicado a la música qué serías ahora mismo?». «Científico», me responde sin titubear. «Si no me hubiera dedicado a la música sería científico. Creo que hubiera sido un científico buenísimo. Mis mejores amigos son científicos. Yo soy de ciencias puras. Pero para que veas cómo son las cosas, estudié ciencias y acabé escribiendo». Después le cuento mi teoría de que Isaac Asimov era rockabilly y me dice que hace unos meses que está enganchado a sus libros, sobre todo los de historia.

Comienza a atardecer y la luz que penetra por los ventanales del bar ubicado en la terraza del hotel 25hours sirve de telón de fondo para la grabación de los dos temas del nuevo disco de Iván Ferreiro que serán la base para la campaña «Viena es Música». Iván se sienta al piano y Amaro coge la guitarra. Los dos hermanos están en un momento dulce, se sienten fuertes, optimistas y en un estado creativo de euforia. «El nuevo disco creo que va a ser muy optimista», me dice Iván. En realidad no sé si bromea o va en serio, después de haber escuchado las dos canciones que acaban de registrar para el vídeo. Creo que se da cuenta y añade: «es verdad que los dos temas que trajimos a Viena no son muy alegres, de hecho son las dos más tristes que tenemos, pero habrá que hacer una selección de los veintitantos que hemos compuesto». Sonrisas. «Se va a titular ‘Val Miñor-Madrid: Historia y cronología del mundo’, y la idea es contar el mundo a través de unos tíos que solo van de Val Miñor a Madrid, en un momento en el que parece que la mayoría de los grupos tienen una proyección internacional. Es el recorrido que mejor conocemos y creemos que la vida puede estar resumida y concentrada entre Vigo y Madrid, perfectamente, sin más». Como en otras ocasiones vuelven a confiar en Ricky Faulkner. «Sí, le hemos pasado las canciones para que haga lo que le dé la gana con ellas. A mí lo que me apetece es que llegue Ricky y me diga: esto tiene que sonar así. Queremos que sea un disco de estudio de verdad y a partir de ahí no tengo necesidad de hacer ningún disco concreto, yo ya tengo todas mis paranoias sonoras cubiertas».

Es uno de los mejores instantes que pasamos en Viena, difícil de superar. Iván Ferreiro cantando y tocando el piano, con el acompañamiento de su hermano a la guitarra acústica. Solos, tocando en un bar cerrado y con cinco espectadores. Emocionante ver sus caras mientras los hermanos Ferreiro despliegan sus encantos. Momentos en los que puedes palpar el alma de las canciones y confirmar que la música es la mejor herramienta para manipular los sentimientos.

Sin darnos cuenta nos encontramos dentro del Ring, el casco antiguo vienés. Tiene dos kilómetros de diámetro en los que sobresale la esbelta torre de la catedral de San Esteban. Salimos desde la Stephansplatz, la plaza de la catedral que se refleja perfectamente como un presagio sobre la modernísima Haas Haus, y caminamos buscando formas de Otto Wagner y Adolf Loos, y melodías de Mozart, Beethoven, Strauss o Haydn. Domgasse, Singerstrasse o Graben salen al paso. Intento averiguar qué diferencia hay entre música clásica y música ligera, si es que existe. «Para mí lo más importante es que las dos utilizan las siete únicas notas que existen (12 con semitonos). Yo creo que la diferencia es que para hacer música clásica hace falta un montón de pasta y en la pop no». En estas que se aparece como de la nada el Hawelka, uno de los míticos cafés que jalonan esta ciudad: «No importa a qué sabe el café, lo importante es la tertulia, la charleta, el periódico, el que llega y el que sale, lo que deja, su legado. Yo, y creo que Amaro también, me considero un aprendiz continuo, vamos aprendiendo poco a poco. Este año por ejemplo en el piano he tenido una progresión muy importante. Pero no solo en la manera de tocar, de interpertar sino de cómo veo la música: melodías, armonías, etc. es mucho más complejo», se confiesa Iván. Y retoma la anterior conversación: «creo que puede haber más diferencia entre el flamenco y la música clásica que entre los clásicos y nosotros».

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Todas las ciudades tienen una calle Preciados, y la de Viena se llama Kohlmarkt. Un antiguo mercado de carbón convertido en centro neurálgico de los negocios y las compras en Austria. Un montón de firmas carísimas poseen tiendas en esta avenida. Todas tienen  porteros vestidos de negro y  venden productos a precios obscenos, y lo peor de todo: los muestran en sus doble-acristalados escaparates. Es difícil no preguntarse si es justo mostrar este tipo de lujo, solo accesible para una minoría en plena calle. Aprovecho para comentarles que no me parece que lleven mal la crisis o estafa en la que vivimos. «Una crisis es un país en el que todos los ciudadanos viven como músicos, es decir que no saben lo que les va a pasar dentro de tres meses. Antes eramos solo los músicos los que no sabíamos qué nos iba a pasar, pero ahora está en crisis todo el mundo». Muy agudo. «Lo que pasa es que nosotros llevamos una ventaja de diez años y sabemos que hemos tenido discos que han funcionado bien, otros que han funcionado peor, hay otros que comienzan mal pero que al año comienzan a gustar. Lo único que puedes hacer es hacer las mejores canciones que sepas, creertelas». Superación. En metro viajamos hasta el Prater, la noria más antigua y más cinematográfica de Europa, monumento de la humanidad que debería ser si no lo es ya. No podíamos irnos de Viena sin hacerle una visita, aunque sea rápida, para probar el mecer de estos antiguos vagones de tranvía reconvertidos en atracción turística. El Prater es un parque de atracciones abierto veinticuatro horas en el que al caer la noche probablemente descienda también el nivel de decoro.

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El Canal, que se conoce en alemán como el DonauKanal es uno de los tres brazos del Danubio. Es la arteria del río más cercana al centro y su orilla bordea el casco antiguo. Multitud de locales en sus márgenes, incluso hasta una piscina, alegra la vida en la primavera y el verano de los vieneses. El StrandBar Herrmann es uno de ellos, el lugar escogido para el concierto de Iván Ferreiro y Amaro en Viena. Una hora de duración, más de cien personas (españoles trabajando o de Erasmus en la capital austriaca, evidentemente) pusieron la guinda a una experiencia sonora de ciudad. ‘Turnedo’, ‘Años 80’, ‘El equilibro es imposible’, y otros éxitos sonaron bien a orillas del canal y en un contexto propicio pero raro.

Me llevo buena impresión, la gente es enrollada. Viena es un sitio abierto, está muy bien, me cuentan delante de unas cervezas Gosser al finalizar el concierto. Ahí descubro que esta ciudad para mí ya ha dejado de ser pomposa y wagneriana y que le sobra la E para ser Iván.

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