En casa de Chucho Valdés

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«No te puedes descuidar en ningún momento, hay un montón de músicos jóvenes que vienen empujando fuerte y no puedes quedarte atrás»

 

La música y los músicos dejan historias bien hermosas, como la que nos cuenta Javier Ojeda (Danza Invisible) de sus encuentros en las últimas semanas con uno de los gigantes de la música cubana, Chucho Valdés, que se ha instalado en Benalmádena.

 

 

Texto: JAVIER OJEDA.

 

 

Hace unos meses recibí una llamada de mi amigo Fran Moya invitándome a conocer a Chucho Valdés. El maestro cubano llevaba ya unos meses aposentado en Benalmádena (Málaga) y ya en ese tiempo había hecho unas cuantas amistades. “Tienes que ir a conocerle, el tipo es increíble, más afable y más sencillo no se puede ser. Y joder, ¡a ver si algún día hacéis algo juntos!”. Glups, bastante tengo ya con que una leyenda del tamaño de Jesús Dionisio Valdés acceda a que le visitemos como para pensar en nada más. Pues nada, allí que nos plantamos una soleada tarde de verano en compañía de familiares y amigos para ofrecer nuestros respetos y pedirle que me firmase mis tres discos de Irakere.

Chucho nos recibe en su salón acompañado de su esposa Lorena y el hijo que tienen en común, un diablillo que atiende por el nombre de Julián. Se le nota muy a gusto en su nuevo hogar. “He venido a vivir aquí en parte por el clima, pero sobre todo es que quiero estar cerca de Bebo”. Sí, su padre lleva ya algunos años viviendo en la Costa del Sol aunque a él no he tenido el placer de conocerlo. Nos acompaña amablemente a su sótano, donde ha instalado un par de pianos y se ha hecho construir un estudio en el que espera poder grabar en breve. En las paredes nos sonríen los rostros de Tito Puente, Dizzy Gillespie, Herbie Hancock, Carlos Santana… instantáneas de diversas épocas recogidas junto a los más grandes del jazz latino. Nos va detallando cómo y cuando se fueron haciendo esas fotos mientas asisto embobado a sus historias, ocho Grammys me están hablando. Yo mientras, a su requerimiento, le voy informando de la escena musical malagueña, se muestra particularmente interesado por el flamenco. “Es de la pocas músicas cuyas claves todavía desconozco. Me encantaría empaparme de él, conocer sus códigos, ¡es un arte tan apasionado!” Pero maestro, ¿no tiene usted ya bastante con ser uno de los mejores pianistas en activo? “¡Qué dices, Javier! No te puedes descuidar en ningún momento, hay un montón de músicos jóvenes que vienen empujando fuerte y no puedes quedarte atrás.” Sí, a sus 71 años Chucho Valdés sigue practicando a diario a pesar de que su ritmo de actuaciones anuales asusta, y es que según su mujer Lorena “no puede dejar de tocar. Si algún día lo hiciese se moriría, es su vida.” La jornada termina con un intercambio de discos, yo le paso mi “Reversos” mientras él nos obsequia con una copia de “Omara & Chucho”, el último disco que ha grabado con la musa del filin. Al final y a petición del respetable acabamos interpretando juntos una versión de “Yolanda” en la que imagino que me pueden los nervios, qué fuerte, ¿no? Me voy con la sensación de que a diferencia de lo que ocurre con el rock, los más grandes del jazz y la música latina suelen ser los más accesibles.

Vuelvo a encontrarme con Chucho y Lorena unas semanas después, tras un concierto benéfico que él acaba de realizar con Concha Buika en el Teatro Cervantes. Está charlando con mi amigo Oliver Sierra (habitual de Chambao e hijo de Pepín Sierra, de Los Gritos, ya le ha dado tiempo a conocer a varios del gremio) y al verme me abre los brazos y exclama: «¡Hombre, Ojeda, cómo estás! Que sepas que me encantó tu disco, a ver si cuando tenga tiempo hacemos algo juntos!» ¡Ueee, si tú me dices ven lo dejo todo! Bueno, uno ya sabe que estas cosas se dicen pero luego difícilmente se realizan –también hubo una vez un proyecto precioso de hacer versiones de Dylan en español con Kiko Veneno que no pasó de un par de llamadas y unos cuantos mails– pero no deja de hacerme enorme ilusión que a un músico como él le haya gustado mi disquito. A lo que vamos, que les invito a acudir al Homenaje a Pepa Flores que coordiné en octubre pasado. Me dicen amablemente que sí, que les encantará ir y ¡allí se plantan! Tras el concierto, muerto de risa del despiporre que monté para homenajear a Marisol (rockeros alternativos, lesbianas, drag queens, gitanas entregadas al culto, jazzeros, copleras, cantautores y raperos cohabitando en el escenario ante un público al que se cubrió el rostro con una máscara de la diva, al estilo “Como ser John Malkovich”) me dice que ha visto “más de un músico y más de un cantante extraordinario aquí.” Pues qué bien, como reconforta escucharle.

Mi segunda visita a “Chucho’s place” ha sido hace escasamente una semana. Me han encargado la coordinación de la BSO del film “321 días en Michigan”, a estrenar el año que viene, y ando como loco haciendo inventos y combinaciones imposibles de artistas, qué bonito trabajo. Mi idea es juntar a Pasión Vega (gran amiga del realizador, Enrique García) con Chucho para hacer una versión de ‘Nobody knows you when you’re down and out’, aquel blues maravilloso que cantase Bessie Smith. Obviamente la peli es de bajo presupuesto y bla bla bla hasta que… «Tararéame la canción». Apenas entro con aquello de “Once I lived a life of a millionaire..” exclama “¡Archie Shepp! Esto me gusta.” Así de fácil, señores, le apetece y lo hace. Sin mánagers, compañías ni zarandajas. Lo curioso es que reconocía la melodía al vuelo por esa grabación del saxofonista americano, no por el tema cantado original. Pero no debería extrañarme. A esta visita he acudido con Daniel Amat, también pianista cubano (es hijo del legendario Pancho Amat, aunque ya es hora de dejar de considerarlo como “el hijo de” tras sus interesantísimos dos discos publicados), con el que estoy haciendo un disco conjunto que espero tener para final de año, y éste le habla de un arreglo fantástico que realizo para Silvio Rodríguez en su disco “En Chile” (1990). ¡Y se acuerda perfectamente y nos lo interpreta al piano! Al parecer el fraseo entrañaba una altísima dificultad y al ser el álbum en directo estaba de los nervios… “pero salió”.

Ahora estamos en territorio de pianistas y la conversación se torna fascinante, ambos coinciden en señalar que como el Steinway, ninguno. Chucho nos muestra con orgullo su nueva adquisición, un piano marca “Chucho Valdés” que llega desde Japón, nivelazo. Daniel le pregunta por la existencia de un cuarto tambor batá en Nigeria en los orígenes, y Chucho responde que sí, que es cierto, aunque desconoce los motivos por los cuales al llegar a Cuba se suprimió uno de ellos. “Los raíces se han perdido en Nigeria y otros países como Angola. Existen grandísimos músicos allá, pero la raíz ya no existe. En donde mejor se ha mantenido el estilo de percusión africana es en Cuba y Salvador de Bahía, entre otras cosas porque allí no sienten vergüenza al hacer los rituales de santería.” Daniel quiere hacer una versión del tema ‘Neurosis’. “Esa está en ‘Jazz Batá’, adelante con ello, muchacho” –cuando llego a casa escucho esta pieza de 1972 y me quedo asombrado de su modernidad–, y sigue comentando lo gran compositor que era nuestro Augusto Algueró (“un gran músico”) que casi hubiese sido vecino suyo de no mediar la muerte por medio. E increíble, se apunta para echarnos una mano en lo que haga falta para mi próximo disco.

No sigo. Cuando te topas con una persona así uno se acuerda de lo que le empujó a subirse a un escenario y empuñar un micrófono. Se olvida del careto de Bárcenas, las fiestas de Ana Mato, el IVA de nuestro querido López Wert, la crisis insondable del mundo de la música en España. Y no sé por qué , regreso a casa entonando los versos de Ray Davies en ‘You can’t stop the music’:

“Singers come and go,
And stars fade away.
They vanish in the haze
And they’re never seen again,
But the music just keeps playing on.”

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