La magia de Neil Young en la película de Jim Jarmusch Dead man

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«La música planea a la perfección con las escenas, dotando a la película de una tensión que traslada al espectador de manera irremediable»

 

La vasta obra del canadiense deja hueco para este tipo de rarezas. Su incursión en el cine nos regala una música única e inmersiva que fusiona a la perfección el universo visual del cineasta. Este artículo de Manolo Tarancón refleja su creación.

 

Texto: MANOLO TARANCÓN.

 

En el mundo sonoro de Neil Young hay que obviar, y queda fuera de toda duda, la máxima que asegura que si algo caracteriza a un artista y lo hace emerger de entre sus iguales es su sonido. Quien conozca mínimamente su carrera, sabe de sobra que siempre va acompañado de su Old Black, una Gibson Les Paul que adquirió en sus inicios, y que mandó pintar de negro y tunear a su gusto para conseguir ese sonido que tanto le caracteriza; que no sería el mismo sin su amplificador Fender Deluxe de 15 watios, construido en 1959, que obliga a ventilar exageradamente en los conciertos para que sus circuitos no se quemen por el alto volumen que utiliza y la saturación extrema de sus válvulas modificadas. No es un capricho: el fin es conseguir ese sonido roto que describe, por ejemplo, su tema “Mother earth” que cierra el excelso Ragged glory. Su sonido es tan peculiar que cuando interpreta “My back pages” junto a Roger McGuinn, Tom Petty, Eric Clapton, George Harrison y el propio Dylan —ahí es nada— en el homenaje a este último en su treinta aniversario, en el solo final basta cerrar los ojos para saber que es él quien está detrás de esas notas.

¿Y qué tendrá que ver todo esto con la banda sonora de Dead man? Mucho y todo. Porque el resultado final lo consigue en la máxima soledad sonora, sin músicos adicionales y, principalmente, acompañado de su vieja guitarra y amplificador. La película, que ve la luz en 1995, es un wéstern en blanco y negro protagonizado por Johnny Deep, puro mundo Jarmusch, repleto de poética y extraños argumentos que deja a la elección del espectador la tarea de rellenar los huecos. Surreralismo, violencia, misticismo, toques de filosofía existencial, chamanismo y absurdo ponen en jaque no solo el propio sentido del ser humano, sino el estándar en ese género que refleja el viejo Oeste norteamericano. Una vez vista la película, es indisociable la música de la imagen y viceversa; y eso ya dice mucho de los conseguido por el músico.

Recibe el encargo del propio cineasta tras hablar ambos una vez terminado un concierto con Crazy Horse. Young le contesta que le envíe la película cuando tenga un primer borrador. Se niega a aceptar leyendo un guion o trabajar sobre ese tipo de material en caso de ir adelante. Cuando recibe la copia sin música, llama a Jarmusch entusiasmado y le invita a volar al día siguiente a su rancho para hablar del tema. Es el director quien sugiere una banda sonora en la que solo exista una guitarra eléctrica, pero los planes de Young pasan por llamar a los dos componentes de Nirvana, que han perdido a Kurt Cobain, para que le acompañen en la grabación y el proceso. Quedan en seguir hablando al día siguiente y es entonces cuando el músico se desdice reconociendo a Jarmusch que su idea es mejor, que sí, adelante con esa soledad; algo que desconcierta al director por el cambio repentino de opinión.

Viajan a San Francisco y habilitan un almacén como estudio de grabación, con un camión exterior donde posicionan la mesa de control. Aunque ya tiene algunos acordes y recursos pensados de antemano, Young visiona y toca simultáneamente sobre las imágenes. Necesita de esa inmersión a tiempo real, añadiendo sobre la marcha lo que le sugiere, lo que ve, a lo que ya tiene en la cabeza. Pide al director que haga sonar los diálogos porque necesita escucharlos para seguir. «Me fui a una esquina con Jay Rabinitz, el editor. Estábamos los dos allí y yo decía “Jay, esto es una locura. Neil dice que no se filtrará el sonido, pero está tocando la pista y escuchas las voces, y si hago alguna edición después, la música de la película no quedará donde estaba y será un desastre”. Jay responde: “Lo sé, lo sé, pero este tío parece muy inflexible”. Neil se acerca, nos mira directamente a los ojos: “Oigan, ¿se dan cuenta de que tenemos unos doscientos micrófonos en esta sala? He escuchado todo lo que estaban diciendo y les repito: ¡¡¡No se preocupen!!! ¡¡¡Va a funcionar!!!”». Estas declaraciones del propio Jarmusch, en la entrevista Permanent vacation: The films of Jim Jarmusch, explican tanto los cortes de la banda sonora donde los diálogos se entremezclan con las texturas y los sonidos de la guitarra de Young, como su particular manera de trabajar, las malas pulgas y seguridad en sí mismo. Porque, efectivamente, la técnica funciona.

De la manera más emocional y a tiempo real sobre las imágenes, graba muchos pasajes desnudos sin apenas overdubs. El elepé publicado con la banda sonora mezcla pistas de guitarra —que titulará sus tracks numerándolos como “Guitar solo”— mezclados con efectos sonoros de viento, lluvia, crujidos o pasos, junto con otros en los que toca sobre los diálogos. Su música está repleta de atmósferas, tensión y pinceladas de texturas delicadas. Cada golpe, cada nota, tiene su sentido, jugando con todos los elementos que definen su sonido: varía el timbre cristalino en algunas partes de un mismo corte con su némesis de distorsión pasada de vueltas, un delay marca de la casa y el uso del vibrato natural, a través del puente instalado en su guitarra. La música planea a la perfección con las escenas, dotando a la película de una tensión que traslada al espectador de manera irremediable. La crudeza de su guitarra es un reflejo, una metáfora de los planos en los que Jarmusch desea mostrar la “realidad” de ese Oeste vasto y desamparado.

Las bandas sonoras tienden, o bien a empezar con el motivo principal que se deconstruye en progresión, o a la inversa; y este último es el método elegido por Young. Tan solo una pieza tocada con órgano se disocia de su guitarra y favorece la tensión de la secuencia visual. El sonido de viento, lluvia o incluso el silencio son elementos que ayudan cuando el sonido de la guitarra aparece. Golpes secos, notas cortas o largas, acordes y efectos llenan de inquietud, oscuridad y misterio la cinta a lo largo de sus dos horas de duración.

La música que rodea el largometraje parece sencilla pero no lo es, porque aquí cobra la importancia el dicho «menos es más». La complejidad para conseguir en escenas tan características una sonoridad adecuada a lo narrado, que se funde de manera natural con los diálogos y expresiones de los actores, requiere de paciencia y un talento mayúsculo. Esta es otra de sus características. Los diálogos son breves y las imágenes y la música hablan más que las palabras de sus intérpretes. Lástima que el corte que suena en los créditos iniciales y finales quedara fuera del disco, porque con el acompañamiento de la guitarra acústica se entiende mucho mejor las variaciones de Young en una única pieza que se convierte en el tema principal, un instrumental épico que puede escucharse si se busca, sin demasiadas complicaciones, en la red y que se aporta al final de este texto.

Jarmusch también es músico y este tipo de matices puede dificultar el proceso. Sabe realmente lo que quiere, y la confianza entre ambos es tal que deja hacer sin presión, con un resultado muy a la altura de la película. Es sabido en el mundo de las bandas sonoras los encontronazos entre directores y músicos. Como ejemplo la locura en la que cayeron Kurosawa y Takemitsu en la creación de la banda sonora de Ran (1985), hasta el punto de que el segundo pidiera expresamente no aparecer en los créditos como compositor. No es la primera vez que el cineasta homenajea a la música. En su película Down by law de 1986 (Bajo el peso de la ley en España), el mítico músico John Lurie aporta la banda sonora y Tom Waits las canciones, además de ser protagonistas como actores junto a Roberto Begnini.

El entendimiento entre Young y Jarmusch dará como resultado el oscuro documental Year of the horse (1997), alternando imágenes de la gira de 1996 con otras de 1976 y 1986 junto a los Crazy Horse, imprescindible para los fans del canadiense. La cámara le sigue cual voyeur por todas partes, dejando entrever sus enfados, obsesiones y forma de trabajar nada impostada. Volviendo a Dead man, encontramos a dos genios que unen sus talentos para dejarnos una obra maestra considerada de culto, en una película que destaca por lo visual y lo sonoro. No es para menos si, detrás de ella, se entrecruza esta pareja tocada por la varita destinada solo a los mejores, cada uno en su campo artístico. Y ambos lo son.

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