
«El hechizo de Joni con su guitarra caló en todo el cañón, pero, especialmente, en Graham Nash»
La relación amorosa entre Joni Mitchell y Graham Nash dio lugar a algunas de las composiciones más bellas de los setenta. María Canet repasa su vínculo sentimental y artístico.
Texto: MARÍA CANET.
La endogamia resulta inevitable en casi cualquier esfera. En la música, prácticamente es la norma. Algunos romances (o, mejor dicho, el final de estos) han sido el germen de canciones memorables, discos que hoy en día se consideran obras maestras. Es el caso de la breve, pero intensísima, relación que mantuvieron Joni Mitchell y Graham Nash a finales de los sesenta.
Durante las décadas de los sesenta y los setenta, Laurel Canyon fue el epicentro creativo del folk rock. California se había convertido en el hervidero de la contracultura aupada por el rock and roll y la psicodelia; San Francisco o Los Ángeles acogían a multitudes de hippies que pretendían cambiar el mundo y romper con la moral conservadora de los cincuenta luciendo flores en el pelo, consumiendo ácido y tocando la guitarra. A unos quince minutos del bullicioso centro de Los Ángeles, las colinas del cañón se convirtieron en un hogar para diferentes músicos del rock o del folk: Frank Zappa, Jim Morrison, Mama Cass Elliot (The Mamas & The Papas), Carole King, Judy Collins, James Taylor o, por supuesto, Joni Mitchell. Esta peculiar comunidad compartía casas, fiestas, drogas, amores, pero, sobre todo, arte. Laurel Canyon era el escenario idílico para que se fraguara una hermosa y creativa historia de amor: la que unió a la cantautora canadiense y al rockero británico.
Tras alcanzar la fama junto a The Hollies, uno de los conjuntos más laureados de la denominada “invasión británica” capitaneada por los Beatles y los Rolling Stones, gracias a sus armonías vocales y su vertiente psicodélica, Graham Nash comenzaba a valorar iniciar una nueva etapa al otro lado del charco. En 1966, con motivo de una de las giras de los Hollies en Estados Unidos, coincidió con David Crosby, quien, por aquel entonces, militaba en los Byrds. Las diferencias entre Nash y sus compañeros en torno al giro artístico que debía tomar la banda comenzaban a ser insalvables cuando el músico recaló en Laurel Canyon en 1968. En una fiesta volvió a coincidir con un Crosby expatriado de los Byrds, que comenzaba a abrirse un nuevo camino en la música junto a Stephen Stills, exmiembro de Buffalo Springfield y otro habitual del cañón. Nash se unió a ellos para cantar una canción de Stills, “You don’t have to cry”. La conexión fue inmediata, sus voces empastaron a la perfección. Nash sintió una revelación; decidió formalizar su salida de los Hollies y mudarse a California para apostar por un nuevo proyecto, Crosby, Stills & Nash. Pero la musical, no sería la única aventura que esperaba a Graham Nash en California.
Su nuevo amigo y compañero de grupo, David Crosby, le había abierto una nueva puerta en la música, pero Nash desconocía que también era el guardián de las llaves de su futuro amoroso. Crosby, que les presentó en una fiesta, fue el inesperado “celestino” entre el británico y la canadiense. En su autobiografía, Wild tales (Viking Press, 2014), Nash describió la escena de la siguiente manera: «Ella cogió una guitarra y me tocó quince de las mejores canciones que había escuchado nunca, y luego pasamos la noche juntos. Fue mágico en muchos sentidos. Lo tenía todo: era una mujer encantadora, esbelta, con un rubor natural, como quemada por el viento, y un aire esquivo que parecía iluminado desde dentro».
Curiosamente, Crosby había mantenido un breve affaire con la cantautora canadiense, a quién había producido su debut discográfico Song to a seagull (Reprise Records, 1968), y que comenzaba a consolidarse en el panorama del folk. Mitchell no tardó en convertirse en la reina del cañón; su característica voz, dulce y punzante hablaba desde las entrañas y conmocionaba a quiénes tenían el placer de escucharla cantar en aquellas largas veladas en las colinas. El hechizo de Joni con su guitarra caló en todo el cañón, pero, especialmente, en Graham Nash.
Graham y Joni se conocieron y enamoraron al instante, iniciando así un idilio que duró dos años y que dio lugar a algunas de las composiciones más memorables de ambos. Nash se trasladó a la casa de Mitchell, donde la cotidianidad se transformó en un hermoso milagro, una suerte de paraíso, tal y como narra la letra de “Our house”, composición de Nash publicada en el Déjà vu (Atlantic Records, 1970), de Crosby, Stills, Nash & Young. Esta canción, íntima y delicada, describía la cotidianidad de su amor en su hogar de Laurel Canyon: «encenderé el fuego/ colocas las flores en el jarrón que compraste/hoy mirando el fuego por horas y horas/mientras te escucho a ti/toca tus canciones de amor toda la noche/ para mí, solo para mí/ nuestra casa es una muy muy buena casa/ con dos gatos en el patio/ la vida solía ser tan difícil/ ahora todo es fácil por ti». Nash describe una vida de ensueño, donde la mayor de las disputas era ver quién se sentaba primero al piano. Una extraña normalidad para una pareja atípica, como reconocía el propio Nash en su autobiografía: «Era una mañana fría y gris, como a veces ocurre en Los Ángeles, y le dije: “¿Por qué no enciendo la chimenea y tú pones unas flores en el jarrón que acabas de comprar?”. Así que ella cortó los tallos y las hojas y arregló las flores en el jarrón, y yo encendí la chimenea. En aquella época, la vida de Joan y la mía distaba mucho de ser normal… y pensé: “Qué momento tan normal”. Ahí estaba yo, encendiendo la chimenea para mi mujer, y ella colocando flores en el jarrón que acababa de comprar». Ese atisbo de normalidad es, precisamente, de lo que acabaría huyendo Mitchell poco después.
Además de encontrarse en la cúspide del enamoramiento, fue un periodo prolífico para ambos; Graham recuperaba la ilusión junto a sus nuevos compañeros mientras Joni gestaba Ladies of the canyon (Reprise Records, 1970), su tercer álbum. En 1969, se celebró la primera edición del festival de Woodstock, donde la pareja iba a coincidir; Joni en solitario, Graham junto a Crosby y Stills. Finalmente, la actuación de Mitchell se canceló debido a una estrategia publicitaria (su mánager, David Geffen, temía que, si acudía al festival, no llegaría a tiempo para la actuación que tenía prevista en el programa de televisión de Dick Cavett, uno de los más populares en el momento), mientras que Crosby, Stills y Nash se consagraron. Inspirada por las anécdotas que su entonces pareja contó sobre el evento, compuso “Woodstock”, un tema impregnado en esa nostalgia agridulce que tan bien sabe transmitir la artista.
El noviazgo prosiguió dos años más hasta el momento en que Nash decidió proponerle matrimonio a Mitchell. En un primer momento, Joni aceptó, pero el temor a perder su independencia y, sobre todo, a poner en peligro su prometedora carrera artística, le llevaron a huir y embarcarse en un extenso viaje por Europa. Mitchell comunicó la noticia a su hasta entonces prometido a través de un telegrama. Los días felices en Laurel Canyon habían llegado a su fin.
La tristeza de aquellos días postruptura quedó condensada en un disco empapado en lágrimas, que escuece como el agua del Mediterráneo que tanto frecuentó en aquel periodo: Blue (Reprise Records, 1971), su gran obra maestra. Cortes como “My old man” y, especialmente, la desgarradora “A case of you”, son mensajes que Mitchell lanzó, esperando que la botella del amor que aún conservaba llegara a su examante: «recuerdo la vez que me dijiste/ «el amor es tocar almas / seguramente tu tocaste la mía/ porque parte de ti emana de mí / en estas líneas, de tiempo en tiempo /oh, estás en mi sangre como vino santo / sabes tan amargo y tan dulce/ oh, podría beber una jarra de ti, cariño». La huella del arrepentimiento y la culpa asoma en “River”, donde la ambientación navideña ahonda en la añoranza por aquella normalidad: «él trató de ayudarme/ ¿sabes? Él me tranquilizó / me amaba de forma traviesa / Soy tan difícil de manejar, soy egoísta y estoy triste, ahora me he ido y he perdido al mejor amor que he tenido nunca». Nash nunca comprendió el motivo del abandono; él admiraba a Joni como artista y no quería que se convirtiera en una tradicional ama de casa como ella temía.
El final del amor entre Nash y Mitchell cristalizó en otra bella composición, “Only love can break your heart”, obra de otro gran amigo en común, Neil Young. Nash, en declaraciones a la revista Uncut, reconoció: «Esa canción significa mucho para mí porque Neil la escribió sobre nosotros. Tenía toda la razón: solo el amor puede romperte el corazón. Los seres humanos somos fuertes, pero estas cosas del amor pueden realmente hacerte tropezar». Nash y Mitchell han mantenido el contacto. Como afirmaba en sus memorias, «No puedes estar enamorado de Joni Mitchell y luego perder ese amor. Todos estos años, cada cumpleaños le envío una docena de rosas, normalmente once blancas y una roja, u once rojas y una blanca. No sé por qué». Las rosas y las canciones mantienen vivo el recuerdo de aquel amor del cañón.



















