No me contés milongas: el genio de Lalo Schifrin

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LA ESPUMA DE LOS DÍAS

«Fue la sintonía de Misión imposible, publicada en 1967, la que le convirtió en una estrella»

 

El compositor y pianista argentino Lalo Schifrin (1932-2025) murió el pasado 26 de junio en su domicilio de Los Ángeles, con 93 años. Fue un artista de formación clásica y de vocación omnívora, que grabó magníficos discos de jazz y funk, trabajó con gigantes como Dizzy Gillespie o Astor Piazzolla y escribió bandas sonoras tan memorables como las de Harry el sucio y Bullit o la de la serie de televisión, luego franquicia cinematográfica, Misión imposible.

 

Una columna de LUIS LAPUENTE.
Foto de Lalo Schifrin: ALEXANDRA SPÜRK (Wikipedia).

 

El 28 de junio de 1966, una junta militar presidida por el general Juan Carlos Onganía derrocó al gobierno constitucional en Argentina e instauró la primera de las sucesivas dictaduras militares que sumieron al país en una espiral de terror y desolación. Tiempos convulsos, marcados por los asesinatos de la Triple A, la violencia de los Montoneros y la inoperancia de los peronistas que gobernaron por mandato de las urnas entre 1973 y 1976, cuando un segundo golpe de estado ascendió al poder a la tristemente famosa junta militar encabezada por el teniente general Jorge Rafael Videla.

En ese contexto, la censura argentina mutiló el álbum Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (Talent, 1974), de Sui Generis, la banda de Charly García, prohibiendo dos de sus canciones, “Juan Represión”, dedicada a un matón parapolicial, y “Botas locas”, donde un soldado se refiere al ejército con estas palabras: «Amar a la patria bien nos exigieron / Si ellos son la patria, yo soy extranjero». Aparte de rockeros como Litto Nebbia, Luis Alberto Spinetta o Charly García, y de cantantes folk como Horacio Guarany o el mismo Yupanqui, uno de los artistas que más sufrió las iras de los censores argentinos fue el gran León Gieco, cuyos elepés (como el glorioso El fantasma de Canterville, de 1977) y cuyas canciones más celebradas (“Solo le pido a Dios”, “La cultura es sonrisa”) fueron vetadas durante años en la radio y la televisión de aquel país. Por fortuna, pasaron aquellos tiempos oscuros y la música popular argentina continuó viviendo momentos de gran efervescencia creativa.

Paradójicamente, la música de Lalo Schifrin más jubilosa, febril y enmarcada en los sonidos negros, soul, jazz y funk, floreció precisamente durante aquellos años de plomo para su país. Pero Boris Claudio «Lalo» Schifrin, un pianista, arreglista, compositor y director de orquesta de formación clásica, enorme talento y pasmosa voracidad artística había volado a otros mundos muchos años antes: en 1952 recibió clases de Oliver Messiaen en París; en 1956, de vuelta en Buenos Aires, trabajó con Astor Piazzolla, Quincy Jones y Dizzy Gillespie, de cuya banda fue director musical hasta el año 1962. Instalado en Nueva York, grabó discos de bossa nova, samba y jazz con su propia orquesta e incluso firmó álbumes tan bizarros, extraños y experimentales como The dissection and reconstruction of music from the past as performed by the inmates of Lalo Schifrin’s Demented Ensemble as a tribute to the memory of the Marquis de Sade, publicado por Verve el 1 de junio de 1966, pocos días antes del golpe de estado de Ogandía.

Tres meses más tarde, el 17 de septiembre del 66, la cadena estadounidense CBS emitió el primer episodio de la serie Misión imposible, que cambiaría la vida de Schifrin para siempre. Cierto, Lalo ya había dejado muestras de su amor por la música negra al dirigir a la big band del organista Jimmy Smith en elepés memorables como The cat (Verve, 1964), que incluía dos canciones suyas; también quedaron muestras palpables de su genio en discos de Cal Tjader, Stan Getz, Johnny Hodges y Cannonball Adderley, entre otros ilustres jazzmen.

Pero fue la sintonía de Misión imposible, publicada en 1967, la que le convirtió en una estrella, una melodía adhesiva compuesta en el entonces raro compás de 5/4, al estilo del “Take five” de Dave Brubeck: «Sí, supongo que “Take Five”, del Dave Brubeck Quartet, estaba en mi cabeza cuando lo escribí, pero el tempo 5/4 surgió de forma natural. Es contundente, y el oyente nunca se siente cómodo».

Schifrin no sabía nada de la serie, no había leído ningún guion no conocía las tramas. Solo le dijeron que la secuencia de créditos se abría con el encendido de la mecha de una bomba, y que escribiera «algo emocionante». Con esos mimbres compuso una sintonía inmortal en su escritorio (y no en su piano), en poco más de minuto y medio, basándose también en el código morse de las iniciales del título (la M son dos rayas y la I, dos puntos): Schifrin le asignó un compás y medio a una raya y un solo compás a un punto, y así firmó aquel estribillo pegajoso que asombró al actor Martin Landau cuando se presentó en el estudio el día que se grabó la música: «Me quedé atónito, era tan perfecta. Salí tarareando esa melodía».

Después de “Misión imposible”, Lalo Schifrin se convirtió en uno icono de las bandas sonoras de series y películas de acción, policíacos televisivos como Mannix (1967) o cine de espías, como Murdere’s row (1967), otra banda sonora que podría haber firmado el mejor Henry Mancini. En 1968, culminó su magisterio con sendas bandas sonoras gloriosas, cercanas en su concepción al blaxploitation: la trepidante “Bullitt”, del film homónimo dirigido por Peter Yates y protagonizado por Steve McQueen, y “Dirty Harry”, primera de sus partituras para la serie dirigida por Don Siegel, Ted Post y Clint Eastwwod: los créditos sirven para presentar al personaje y la música excepcional de Schifrin se alarga hasta los cinco minutos como un pegamento de jazz funk callejero que impregnará la iconografía de buena parte de la carrera de Eastwood.

Aún llegaron más éxitos en esta misma onda o en una más sinfónica, desde “Enter the dragón”, para la película de Bruce Lee Operación Dragón (1973), hasta “The Amytville horror” (1979) e incluso la música de “El exorcista”, una banda sonora inédita, que le deparó a Schifrin uno de los momentos más amargos de su carrera, como declaró a la revista Score: «La verdad es que fue una de las experiencias más desagradables de mi vida, pero hace poco leí que, para triunfar, previamente debes tener algún fracaso. Lo que ocurrió es que el director, William Friedkin, me contrató para escribir la música del tráiler de su película y grabamos seis minutos para presentarlo. Al parecer, la gente que lo vio reaccionó en contra de la película, porque las escenas eran duras y aterradoras, así que muchos espectadores se fueron al baño a vomitar. El tráiler era estupendo, pero la mezcla de esas escenas aterradoras y mi música, que además era una partitura muy difícil, ahuyentó al público. Así que los ejecutivos de Warner Brothers le dijeron a Friedkin que querían una partitura más suave, menos dramática. Yo podría haberla escrito sin ningún problema, era muy sencillo en comparación con lo que había compuesto otras veces, pero Friedkin no me transmitió las indicaciones de Warner, y estoy seguro de que lo hizo deliberadamente. Tiempo atrás, habíamos tenido un incidente, causado por otras razones, y creo que él quiso cobrarse su venganza. Esta es mi teoría. Es la primera vez que hablo de este asunto, mi abogado me recomendó entonces que no lo contara».

Ahora, ya no están vivos ni William Friedkin ni Lalo Schifrin, así que no me contés milongas. Pero nos quedan las grandes películas del primero y la música políglota y prodigiosa del segundo, un universo casi inabarcable, del que aquí hemos querido subrayar sus matices más apegados al jazz y el soul, y que los buenos aficionados pueden disfrutar en las gemas que el artista argentino publicó en el sello CTI (por ejemplo, ese álbum majestuoso de 1976 titulado Black widow) o, para los muy cafeteros, en el cofre de dieciséis cedés Original soundtracks, jazz & pop albums, songs & covers 1955-2017: The sound of Lalo Schifrin (Panthéon/Universal, 2024).

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