Muere una estrella, Aretha Franklin

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COMBUSTIONES

 

Julio Valdeón da su adiós a la gran Aretha Franklin, la única dama ante la que reinas del soul reconocerían, si no la condición de primus “inter pares”, sí el terremoto cultural que supuso aquel ‘I never loved a man the way I love you’. 

 

Texto: JULIO VALDEÓN.

 

Durante toda la semana hubo un peregrinaje de luminarias hasta Detroit, la ciudad a la que la hija del predicador llegó con 5 años. La ruina del automóvil, con sus museos en almoneda y sus casas quemadas, antaño epicentro de una tierra que acogía a los los fugitivos que huían de las cruces en llamas, le ha servido de campamento base. Allí, cercada de sus hijos y hermanos, vino la muerte a llamar a su puerta. Adiós a la única dama ante la que reinas de la categoría de Etta James, Mavis Staples, Darlene Love, LaVern Baker, Carla Thomas, Ruth Brown, Tina Turner o Ronnie Spector reconocerían no sé si la condición de primus inter pares, pero sí el terremoto cultural que supuso aquel ‘I never loved a man the way I love you’.

Sus condiciones eran propias de una superdotada. Sus debilidades, sus inseguridades, las propias de un genio que no siempre confiaba en sus propias posibilidades. Capaz de brillar a altura estratosférica o enredarse en discos de compromiso, aliñados de cualquier forma, y en interpretaciones que solventaba gracias a sus apabullantes condiciones, pero lejos de la comezón y la hermosura, la inteligencia y el nervio que podía convocar si los hados estaban de su parte.

Como le explicó el entonces presidente Obama al crítico del “New Yorker”, David Remnick, “Nadie encarna más plenamente la conexión entre los espirituales afroamericanos, el blues, el R&B y el rock and roll, la forma en que las penurias y el dolor se transformaron en algo lleno de belleza, vitalidad y esperanza. La historia de Estados Unidos brota cuando Aretha canta. Por eso, cuando se sienta al piano y canta ‘A Natural Woman’, puede hacerme llorar, del mismo modo que la versión de Ray Charles de ‘America the Beautiful’ siempre será, en mi opinión, la pieza más patriótica de nuestra música. Captura la plenitud de la experiencia estadounidense, la visión desde abajo y desde arriba, lo bueno y lo malo, y la posibilidad de síntesis, reconciliación y trascendencia’ (lo escribiera Obama o alguno de sus escritores, reconozcan que allá por 2016 había otro nivel, otro savoir faire, otro nivel intelectual y otra categoría en una Casa Blanca que, hoy por hoy, parece un pozo séptico).

Aquellas palabras fueron escritas ocas horas después de que una Aretha anciana, y arrolladora, interpretara ‘(You make me feel like) a natural woman’ en el homenaje del Kennedy Center a su compositora (junto a Gerry Goffin), Carole King. Búsquenlo en youtube. Franklin está lógicamente lejos de su mejor forma. La orquesta, hipertrofiada, es más propicia para envolver los gorgoritos de un horrendo musical de Broadway que para acompañar una tensa balada soul. La vocalista se recrea en trucos pirotécnicos y excesos vocales. Y aun así… Su capacidad para asaltar el escenario, su formidable sentido del ritmo y unas cuerdas vocales untadas en la noble y bendita grasa de la música góspel operan el milagro: atisbas lo que tuvo que ocurrir aquel 24 de enero en el estudio FAME, de Muscle Shoals, Alabama, cuando Aretha, sentada al piano, y rodeada de luminarias como Spooner Oldham, Chips Moman, Roger Hawkins, King Curtis, Rick Hall, Tom Dowd y Jerry Wexler, pulsó las primeras notas de ‘I never loved a man (the way I love you)’. “Era matadora, sin duda”, comentó años después otro de los testigos presenciales, el legendario compositor Dan Penn, “Los músicos empezaron a cantar y bailar unos con otros, mareados en la pura alegría de tener algo que ver con ese disco asombroso. Aquella mañana supimos que había nacido una estrella”. Medio siglo después la estrella murió. Sus destellos todavía abrasan.

 

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