DISCOS
«Hay energía en este disco, pero también sutilidad y una tristeza casi otoñal. Y lo magnífico es que ninguna de las trece canciones baja el nivel»

Mike Delevante
September days
AUTOEDITADO, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
Hay una banda estadounidense, llamada The Delavantes, que toca el rock and roll y el country con muy buena mano. Está formada por los hermanos Bob y Mike Delavante, residentes en Nashville —palabras mayores—, aunque nacidos en Rutherford, una localidad de Nueva Jersey. Han colaborado con la E Street Band o con músicos de The Heartbreakers, y su narrativa aborda la defensa de la clase trabajadora. Buen rock desde 1988, aunque no editaron su primer álbum hasta 1995, y desde entonces únicamente han publicado un par más. Bob sí, tiene a su haber tres elepés. Su hermano Mike acaba de lanzar al mercado su disco de estreno. Un tesoro.
Trece canciones sin que ninguna se baje de ese mundo de belleza que supura de las canciones perfectas. Suena a Springsteen o a Tom Petty, pero desde una vertiente más pop y exhala un aroma a The Byrds con sus guitarras Rickenbacker. Se ven en “Far and away”, envueltas en la línea esencial que recorre el camino que va de los Everly Brothers a Elvis Costello pasando por el folk rock, con Big Star como desvío en el camino. Todo se concentra ahí, igual que se concentra en “Don’t count me out”.
Se han hecho miles y miles de canciones con estos parámetros y, sin embargo, siguen apareciendo más temas de una preciosidad inigualable como “God cry”, con su armónica final, o “Still me”, en el capítulo de las reposadas, tranquilas y emocionantes. Este capítulo también tiene manifestación en “Make believe” y su dorada lentitud, su languidez casi susurrada que enamora y hace imaginar sentimientos en ebullición calada. O en “Sunset”, también de lentitud emocionante, pero con un órgano detrás y con guitarras con dejes hispanos. “Only sometimes” es ya melancolía pura, que se abre a la esperanza luminosa en el estribillo. La guitarra puntea justo donde debe.
Por otro lado, hay cortes donde las guitarras se vuelven más protagonistas. Es el caso de la que abre el disco, “The rain never came”, qué pequeños juegos en los arreglos, qué estribillo tan perfecto, qué energía y a la vez qué melancolía. Qué bien hecha. Unos arreglos que también dan todo el sabor americano a “Adelaine (september day)” pero que a la vez vuelan y no se adscriben a nada.
Alguna canción tiende más al blues. “Too far gone”, por ejemplo, es pantanosa, con guitarras más duras y escarpadas, obsesiva en dar vueltas sobre un mismo centro de compases. Por el contrario, “Going home” es una rodaja country, bellísima, un alma puesta en juego en las cuerdas de la guitarra y la voz de Mike Delavante.
Hay energía en este disco, pero también sutilidad y una tristeza casi otoñal. Y lo magnífico es que ninguna de las trece canciones baja el nivel, todas apuntan hacia un cuidado preciosismo en temas tan universales como el recuerdo del primer amor adolescente o el escribir una carta a unos padres que ya no están.
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