Los Popov, de Los Popov

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DISCOS

«Un elepé al que sorprendió la inesperada y temprana muerte de Inés Bayo. El resto del grupo decidió completarlo y el resultado es uno de los discos más desconocidos y más bonitos del pasado 2022»

 

Los Popov
Los Popov
DISCOS SÉLAK, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Los Popov fueron una de esas joyas ocultas, teñidas de mala suerte, con grandes canciones y mucho más recorrido del que los hados le quisieron dar. Sus canciones, como tantas otras, quedaron enterradas en un limbo, el de esas angélicas criaturas que hacen brillar la belleza pero a las cuales el público, a su alrededor, no parece darse cuenta. Puede ser esta también una descripción de su malograda cantante, Inés Bayo.

Inés fue la voz de Los Fresones Rebeldes, suya es esa mezcla de ingenuidad, ternura y pasión de las canciones de su primer disco; pero lo que pretendía, por voluntad propia, no era el triunfo ni la exposición pública, así que recaló en otros proyectos musicales como Los Soberanos, un delicioso grupo de filiación yeyé. Cabe decir que todos los grupos por los que pasó eran pandillas de amigos, simplemente muchachos que coincidían en los bares de Barcelona y, algunos con gran experiencia musical, se decidían a formar un conjunto. Muchos efímeros. Uno de esos amigos es Pablo Jiménez, que con su bajo le daba cuerpo a las frágiles canciones que Inés hacía para Los Popov. Pablo es quien ha hecho posible este disco en su sello, Discos Sélak.

Ensayaron mucho y actuaron poco, apenas ocho veces. En sus conciertos, Inés parecía tímida y quebradiza, pero encaraba sus canciones con una magnética y férrea actitud. Llegaron a sacar un epé con sus maquetas en Discos de Kirlian, lo único, de momento, que hay en la red, junto a algún concierto de buena calidad grabado por el inefable Jordi Palotes. Se puede apreciar, en canciones mucho más cortas de lo que lo estándar exige, el vitalismo y la sencillez. Inés pensaba que el pop debía contar con los mínimos elementos, sin adornos, en una especie de poesía sonora pura en la que se debía llegar a que las canciones funcionasen con lo mínimo, que diera la impresión de que si quitaban algo más se desmantelaría. Quedó listo, con ellas, un elepé al que, a falta de meter los coros, sorprendió la inesperada y temprana muerte de Inés. El resto del grupo decidió completarlo y el resultado final es uno de los discos más desconocidos y más bonitos del pasado 2022.

Muchas de sus canciones bebían, sin ser en absoluto nostálgicas, del ideario surf. El mar o las playas son presencia constante. Aparecen en “Jueves”, un popema muy básico y preciosista, o en “Maleducado”, llena, como todas, de espíritu juvenil. También en “Olas”, que busca un asidero para escapar de todo lo tóxico.

Pero no es esta la única textura. Cada canción es un planeta con su propio giro. “Costa” es un twist con coros que parecen diseñados en el Brill Building, “Nada” es la más pizpireta y pimpante, deudora de la nueva ola más saltarina, “Total” acerca su candidez al donostisound y “Soleado” bascula entre el rock and roll y las riotgirrrls. Hasta “Duwap” tiene su aire, que es el de la canción del verano con regusto —y es un elogio— a Palito Ortega. Siempre, todo, asentado en los cimientos del pop más puro.

Todo apunta a amateur, a canciones sencillas, que no simples, que no tienen nada especial más que el impulso, la magia, la euforia en esa voz de “Fiesta”, “Mentiras” o “Teléfono”. En “Sola” —y siempre— hay que hacer un brindis por la banda que tiene detrás, que sabe ver perfectamente lo que Inés quería.

Sí, y eso es una virtud que no siempre se da, pero aquí es posible porque son amigos, nada más que amigos. Sí, un grupo de amigos que hacen preciosas canciones pop.

Anterior crítica de discos: Every loser, de Iggy Pop.

 

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