El orfebre sonoro: Nick Lowe y el arte de la canción perfecta

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El músico británico visitará Madrid y Valencia el próximo mes de noviembre, cargado de casi sesenta años de canciones que han hecho historia. Es el momento de repasar su obra y Sendoa Bilbao se pone a ello.

 

Selección y texto: SENDOA BILBAO.

 

Hay figuras que son el epicentro de un seísmo y otras que, con la precisión de un sismógrafo, registran todas las ondas de choque. Nick Lowe es ambas cosas: el eslabón perdido y a la vez la piedra Rosetta del pop rock británico. Seamos claros: sin él, el mapa sonoro que va del pub rock a la new wave sería un galimatías indescifrable. Es el arquitecto invisible cuya caligrafía melódica está impresa en el ADN de varias generaciones, un artesano que, a sus 75 años, sigue operando su particular máquina de hacer canciones. Un auténtico creador, un orfebre de la canción pop que moldea piezas matemáticamente perfectas.

Su genialidad radica en una asombrosa habilidad para sintonizar con una melodía preexistente en el éter. Sabemos que su proceso creativo es como estar en un apartamento con las paredes muy delgadas, donde siempre hay una radio encendida en la habitación de al lado. Es así como las canciones llegan a él; solo hay que escuchar. Esta profunda intuición es la clave de todo: Lowe no inventa, descubre.

Su filosofía, encapsulada en el apodo «The Basher», era un antídoto contra la pomposidad. Su método lo resume a la perfección: machácalo, déjalo crudo y luego dale un toque de brillo. Pero tras la fachada del iconoclasta, siempre habitó un constructor del Tin Pan Alley. Detrás de esa magia, hay un oficio meticuloso. Es un hecho que tienes que escribir cinco canciones malas para conseguir una buena, revelando la dedicación y el esfuerzo que hay detrás de cada pieza maestra. Fue una decisión consciente, una estrategia de supervivencia en un panorama musical cambiante. Es innegable que, al darse cuenta de que no tenía lo necesario para mantenerse en lo alto como Elton John, decidió utilizar su envejecimiento como una ventaja. Y así, mientras otros se desvanecían, él encontró un lugar sutil, ligeramente diferente y elegante desde donde seguir impartiendo lecciones magistrales.

Su regreso a nuestros escenarios este noviembre es la prueba viviente de ese triunfo silencioso y poderoso. Este decálogo es un viaje al interior de esa máquina. Diez paradas para entender cómo funciona el motor de un genio que aprendió a susurrar más alto que nadie, dejando una huella imborrable en la historia de la música.

 

1.- “(What’s so funny ‘bout) Peace, love, and understanding” (The new favourites of… Brinsley Schwarz, 1974) / (Cara B de “American squirm”, 1978)
Esta no es una canción cualquiera; para mí, es una de esas piezas cardinales que marcan el pulso de una vida. Compuesta por Nick Lowe en 1974 con Brinsley Schwarz, y luego inmortalizada por la contundente versión de Elvis Costello, su verdadera consagración llegó con la banda sonora de El guardaespaldas, un hito que, para el propio Lowe, se tradujo en una inesperada fortuna. La he transitado en múltiples grabaciones, pero es a su interpretación en el directo Untouched takeaway de 2004 a la que regreso cíclicamente, buscando en sus acordes y en la voz de Lowe esa brújula personal que me ayude a encontrar mi lugar en el complejo entramado del mundo. Porque al final, este tema nos recuerda que la paz, el amor y la comprensión, lejos de ser quimeras, son pilares ineludibles. Y sí, la esperanza de escucharla en la Sala Wagon de Madrid el jueves, 13 de noviembre de 2025, es una emoción que ya se anida en el presente.

 

2.- “So it goes” (Single, 1976) / Jesus of cool (1978)
Esto no fue una canción, fue un manotazo sobre la mesa de la contracultura. El artefacto fundacional (STIFF BUY 1) de un sello que cambiaría las reglas. Mientras el punk se vestía de ortodoxia y furia, Lowe proponía una tercera vía: la inteligencia y el sarcasmo como armas de combate. “So it goes” es una descarga de adrenalina pop que observa el apocalipsis con una media sonrisa, el manifiesto de que se podía ser urgente sin ser solemne. Esta canción entrelaza escenarios dispares para explorar el poder, el control y la incertidumbre del destino. Inicia con el acto impactante de un joven sacrificando su brazo por «energía» en un evento con seguridad férrea, simbolizando sacrificios extremos bajo un control absoluto. Luego, la narrativa salta a la diplomacia internacional, donde líderes discuten planes de paz que son vetados, mostrando la futilidad y el cansancio de la política global. Finalmente, introduce una figura enigmática en el aire, sugiriendo misterio y peligro. El estribillo recurrente, «pero adónde va nadie lo sabe», encapsula el mensaje central: a pesar de los eventos y las luchas, el futuro permanece incierto e incontrolable.

 

3.- “Cruel to be kind” (Labour of lust, 1979)
Un artefacto pop de ingeniería perfecta, «Cruel to be kind» nació en las trincheras del pub rock para ser repescada y pulida hasta convertirse en un diamante transatlántico. Es la canción más conocida de Nick Lowe, un himno omnipresente en supermercados, series, fiestas y todo tipo de ocasiones. Su contagioso riff de guitarra, impecable melodía y la inteligente letra sobre la «crueldad por bondad» la han elevado a un estatus de clásico. Aunque fue escrita años antes, no fue hasta su reedición en 1979, dentro del álbum Labour of lust, cuando se disparó en las listas, alcanzando el número 12 en el Billboard Hot 100 de Estados Unidos. Este tardío triunfo consolidó la reputación de Lowe como un maestro del pop, capaz de crear canciones irresistibles. La fusión de su talento compositivo con la precisión de Rockpile en la ejecución hizo de “Cruel to be kind” un clásico atemporal que sigue sonando hoy con la misma fuerza.

 

4.- “When I write the book” (Seconds of pleasure con Rockpile, 1980)
El canto del cisne y, a su vez, el único testamento oficial de la mejor banda de bar del mundo. La letra es una obra maestra de la picaresca sentimental, la promesa de una venganza literaria que nunca llegará. Lowe nos sumerge en la melancolía del amor perdido y las oportunidades fallidas. La canción reflexiona sobre la transformación del amor juvenil en una sombra del pasado, un lamento por las malas decisiones sentimentales y la efímera magia de los momentos felices. Lowe promete un libro futuro donde el dolor de un corazón «partido por la mitad» conmoverá al lector. Es una conmovedora balada sobre la mala suerte en el amor, donde la esperanza se desvanece en las páginas de una vida. Es el sonido de cuatro músicos tocando con la urgencia de quien sabe que el final está cerca, creando esa «tercera parte mágica» que surge cuando una banda conecta de verdad.

 

5.- “My heart hurts” (Nick the knife, 1982)
El mapa de la resaca post Rockpile. Nick the knife es un disco de reconstrucción, el diario de un hombre que se queda solo con sus herramientas. Aquí ya no hay ironía en primer plano. En este tema, Nick Lowe disecciona la agridulce resignación ante el dolor emocional recurrente en una relación. El protagonista, aunque superficialmente sonriente y habituado al sufrimiento («I get it every day», «I wear a little smile»), oculta un corazón profundamente herido («But underneath my shirt / My heart hurts»). Lowe captura con maestría esa dualidad entre la fachada de indiferencia y el tormento interno, la paradójica atracción por aquello que duele y la sutil locura de permanecer en un ciclo de desilusión. Es una balada de desamor y estoicismo, donde la vulnerabilidad se esconde tras una aparente fortaleza. Hay un dolor tangible, vestido con un ritmo casi festivo que lo hace aún más desolador. Es aquí donde el Lowe iconoclasta empieza a dejar entrever al cronista de la fragilidad humana que dominará su obra futura.

 

6.- “The rose of England” (The rose of England, 1985)
Un acto de resistencia acústica en mitad de la década del plástico. Mientras el mundo se rendía a la producción digital, Lowe facturó una obra de un clasicismo casi anacrónico. La canción titular es una balada folk de una belleza sobrecogedora. Su voz, cada vez más grave y reposada, encuentra aquí el registro perfecto para la nostalgia sin sentimentalismo.“The rose of England” relata la sombría historia de la juventud sacrificada por la patria. Un joven abandona su hogar para unirse al conflicto bélico convocado por la “Rosa de Inglaterra”, quien lamenta el destino de sus «chicos desdichados» que, armados, caen por ella. La canción expone la dura realidad de la guerra y la desesperanza de una vida sin escape, atrapada entre un destino incierto y la imposibilidad de huir de sus consecuencias.

 

7.- “The beast in me” (The impossible bird, 1994)
La catarsis. El punto de no retorno. Tras años en el desierto, se despojó de su piel de chico listo para emerger como un maestro cantor. Fue el momento en que, como los viejos maestros del jazz o el blues a los que admiraba, empezó a buscar ese “swing” especial, esa conexión casi telepática entre músicos que solo se encuentra cuando uno ha transitado a pie todos los abismos de la noche, ese fulgor que anuda las nuevas letras con la verdad de las viejas canciones. Escrita para Johnny Cash, la bendición del Hombre de Negro fue el salvoconducto. En su propia voz, la canción es un exorcismo susurrado, de una honestidad tan brutal que duele, la naturaleza de lo salvaje, la absoluta redención al saber que lo bestia incontrolable es la que palpita bajo nuestra propia naturaleza.

 

8.- “Lately I’ve let things slide” (The convincer, 2001)
Si The impossible bird fue la resurrección, The convincer es el estado de gracia. Un tratado sobre la derrota elegante. La canción que lo abre es una declaración de intenciones existencial. Su voz suena fuerte con esos ecos frente al acantilado del country, la bola de espejos del soul sureño y la resignación de un filósofo de bar, Lowe enumera sus fracasos cotidianos con una cadencia que hiela la sangre. Ya no hay bestias que domar, solo la serena aceptación de la propia imperfección.

 

9.- “I trained her to love me” (At my age, 2007)
No se dejen engañar por la caricia de esta melodía en la que Frank Sinatra está a punto de bailar una bossanova y nos prepara un coctel envenenado. Bajo la apariencia de una sofisticada balada al estilo Bacharach, se esconde la historia de un psicópata sentimental. El contraste entre la elegancia de la música y la crueldad de la letra es puro genio. Es la prueba definitiva de que, bajo el traje del crooner, el viejo “Basher” seguía intacto, con el bisturí más afilado que nunca.

 

10.- “Trombone” (Indoor safari, 2024)
Tuve la gran suerte de conversar con Nick Lowe durante la promoción de su álbum y, en ese encuentro, desentrañamos el alma de una de sus piezas más entrañables. Lowe me reveló la génesis de su tema “Trombone”, una epifanía sonora que partió de unas notas escuchadas —«¡chan chaaán!»—, rememorando el “Trambone” de Duane Eddy. De esa chispa inicial, el genio inglés, con su mordaz sentido común, se atrevió a contradecirse: ¿por qué no dedicar una canción a un instrumento? El resultado es una melodía que captura la dualidad del trombón, capaz de evocar alegría y melancolía a partes iguales. La verdadera prueba, me confesó Lowe, la encuentra en la reacción conmovedora del público y, especialmente, de los trombonistas, algunos con lágrimas en los ojos; la señal inequívoca de una canción que ha trascendido la mera instrumentación para tocar el corazón.

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