
A propósito de la multitudinaria gira de Fermin Muguruza, figura fundamental del rock vasco, Sendoa Bilbao selecciona algunas de las canciones más esenciales de su carrera, que arrancó en 1984 fundando Kortatu y continúa hasta hoy.
Selección y texto: SENDOA BILBAO.
Hay artistas que son un eco de su tiempo y otros, como Fermin Muguruza, que son el grito que lo define. Con 62 años, su figura y su obra resuenan más fuertes que nunca, reivindicadas hoy en un momento crucial. Como apunta Javier Corral “Jerry” en el bestiario oral sobre el rock radical vasco Fiesta y Rebeldía: «Solo con Fermin ya habría pasado algo gordo en el rock vasco de los ochenta».
Muguruza tuvo una formación musical clásica —acordeón, solfeo y conservatorio—, que más tarde se vio influenciada por un vasto universo sonoro. Desde la chanson francesa hasta la vanguardia de Ez dok Amairu, con Xabier Lete o Mikel Laboa. La electricidad de Elvis o los Beatles y, en el 77, la irrupción del punk de The Clash y Sex Pistols, y el reggae de Steel Pulse o Bob Marley. Pero el hito fundacional fue el concierto de The Clash en Donostia en 1981, un evento que él mismo describe como una «pedagogía de choque». Joe Strummer detuvo el concierto para invitar a un músico local a tocar el txistu y sentenció: «Estas son las canciones prohibidas en la radio». Aquella noche, la música se convirtió en un arma de cambio. Poco después, junto a su hermano Iñigo, nacería Kortatu.
Desde esos cimientos del rock radical vasco, la trayectoria de Muguruza ha sido una onda expansiva. Tras Kortatu, banda que exploró el reggae, el ska y el punk, llegaría la redefinición del sonido de los noventa con Negu Gorriak. Luego, su carrera en solitario lo convirtió en un músico global, uniendo Irun con Kingston, Nueva Orleans o Tokio, colaborando con artistas como Manu Chao, la Preservation Hall Jazz Band o Rita Marley. La coherencia de su carrera se ha mantenido bajo un lema claro: «Todo lo que hago tiene esa coherencia, atravesada por el contexto», como explica en una de las entrevistas a de Jerry en el citado libro.
Sin embargo, esta vocación internacionalista se topó con un sistemático boicot por parte de grandes medios. La respuesta a esta caza de brujas, que culminó con las campañas de la derecha contra su película Black is beltza, ha sido siempre más creación: documentales, puentes musicales o memoria histórica animada.
Ahora, la vindicación llega con la celebración de sus cuarenta años de carrera, convertida en un fenómeno masivo. Una gira que arranca en una fecha simbólica como el 60º cumpleaños que habría cumplido su hermano Iñigo y ha agotado entradas en minutos en Bilbao y Barcelona. El epicentro de este seísmo ha sido Madrid, donde agotó más de 15.000 entradas para su concierto en el WiZink Center, convirtiendo la cita en un «akelarre antifascista». Muguruza lo define como una «fiesta contra la censura y los ataques de la extrema derecha». Esta gira monumental, con paradas en París, Londres, Buenos Aires o Tokio, es la prueba de que a Muguruza no se le silencia. Se le escucha más alto que nunca.
Este decálogo no es una lista de éxitos; es una inmersión en la sala de máquinas de un aizkolari sónico que, a base de golpear la realidad, ha creado uno de los legados más coherentes, valientes e influyentes de nuestra música.
1. “Mierda de ciudad” (Maqueta, 1984 / Disco de los cuatro, 1985)
Fue una patada en la puerta. La gran declaración fundacional. Adaptando el “Drinking and driving”, de The Business, un jovencísimo Fermin escupía sobre la reconversión industrial, el paro y la desesperanza. Era el sonido de la urgencia, la fotografía en blanco y negro de una Euskadi postfranquista, gris y sin futuro. “Mierda de ciudad” es el kilómetro cero, la rabia adolescente convertida en un himno de tres acordes que sentó las bases de todo lo que vendría después. La prueba de que, a veces, para construir algo nuevo, primero hay que prenderle fuego a lo viejo.
2. “Sarri, sarri” (Kortatu, 1985)
Si hay una canción que encapsula la audacia y el espíritu de una época, es esta. Sobre la melodía saltarina del “Chatty, Chatty”, de Toots and the Maytals, Kortatu levantó un acta notarial de la insumisión. Contaba la fuga de Joseba Sarrionandia e Iñaki Pikabea de la cárcel de Martutene, escondidos en los bafles tras un concierto de Imanol. La polémica fue instantánea y feroz, y la canción se convirtió en un himno proscrito que sonaba en todas las txoznas y fiestas populares desde Hernani hasta Lavapiés. Es el ejemplo perfecto de cómo Muguruza puede convertir una noticia de periódico en un artefacto cultural de primer orden, un ska festivo que es, en realidad, un acto de pura desobediencia.
3. “Hotel Monbar” (El estado de las cosas, 1986)
Aquí se acaba la fiesta. Con este tema, Kortatu demostró que su música no era solo para bailar y gritar. Es una crónica heladora y directa del atentado del GAL en Bayona. Fermin abandona el eslogan y se convierte en un reportero de guerra. Un rock tenso y oscuro con una atmósfera de peligro inminente. Ya no hay rastro del ska lúdico; esto es la crónica negra de los años de plomo, un tema que demostraba una madurez lírica y musical apabullante, y que señalaba el camino hacia territorios más sombríos y reflexivos.
4. “Gora herria” (Gora herria, 1991)
Tras el big bang que supuso el fin de Kortatu, llegó Negu Gorriak y “Gora Herria” fue su manifiesto. Con un sampler de Public Enemy como espina dorsal (“Show ‘em whatcha got”), Muguruza y su nueva banda de combate fusionaban hardcore, rap y tradición vasca en una licuadora sónica que sonaba a futuro. La letra, un collage de referencias que iban desde el bertsolari Xalbador hasta Malcolm X, era una declaración de principios: un pueblo en pie, orgulloso y conectado con las luchas de todo el planeta. Fue la confirmación de que la vanguardia musical no estaba en Madrid, sino en una pequeña localidad de Gipuzkoa.
5. “Borreroak baditu milaka aurpegi” (Borreroak baditu milaka aurpegi, 1993)
Posiblemente, la cima compositiva de Negu Gorriak y una de las obras cumbre en la música popular europea de los noventa. El título (“El verdugo tiene mil caras”) es ya una tesis política. La canción es un viaje épico, un monstruo sonoro que muta del hardcore al hip hop, pasando por el soul y los vientos metalúrgicos. La letra es un análisis implacable de las múltiples formas de opresión: el estado, la policía, los medios de comunicación, el patriarcado… Es una pieza de una complejidad y una ambición desbordantes, la prueba definitiva de que Muguruza no era solo un agitador, sino un pensador y un músico total.
6. “Itxoiten” (Ideia zabaldu, 1995)
En mitad de la tormenta de Negu Gorriak aparece esta joya de cadencia jamaicana. “Itxoiten” (“Esperando”) es un remanso de dub y reggae, una colaboración mágica con un entonces casi desconocido Manu Chao. La canción habla de la espera, de la resistencia paciente, y su atmósfera melancólica y combativa a la vez la convirtió en un clásico instantáneo. Demostró que la fuerza de Muguruza no solo residía en el grito, sino también en el manejo del silencio, el eco y el ritmo hipnótico del sound system.
7. “Big beñat” (Brigadistak sound system, 1999)
El primer disco en solitario de Fermin fue una explosión de color, un mapamundi sonoro. Y “Big beñat” es su himno. Sobre una base de jungle frenético, Muguruza presenta a este personaje, un bertsolari del siglo XXI que improvisa rimas sobre la globalización, la injusticia y la esperanza. Es la fusión perfecta de la tradición oral vasca con la vanguardia electrónica de Londres. La canción es un chute de energía, un manifiesto de internacionalismo que define a la perfección al Muguruza postNegu: un artista sin fronteras, con un pie en su tierra y la cabeza en el mundo entero.
8. “In-komunikazioa” (In-komunikazioa, 2002)
Grabado con músicos de la escena de Nueva Orleans y con la producción de la leyenda del dub Adrian Sherwood, este tema es la respuesta directa al boicot y al aislamiento. La música es densa, pantanosa, una mezcla de funk vudú y rock industrial. La letra es un retrato de la sensación de estar cercado, incomunicado, pero a la vez una afirmación de la propia identidad. Es un disco y una canción nacidos de la necesidad, un acto de autoafirmación sonora frente a quienes querían convertirlo en un fantasma.
9. “Euskal herria jamaika Clash” (Euskal herria Jamaika Clash, 2006)
En este proyecto, Muguruza viaja a Kingston para grabar con algunas de las leyendas vivas del reggae y el dub (Sly Dunbar, Robbie Shakespeare). El tema titular es la síntesis perfecta de su ADN: la energía del punk de The Clash, el alma rítmica de Jamaica y la raíz lírica de Euskal Herria. Es un bucle perfecto, el cierre de un círculo que empezó cuando un joven Fermin vio a The Clash en Donosti y decidió que quería hacer exactamente eso: mezclar el compromiso local con un lenguaje sonoro universal.
10. “Black is beltza” (B.S.O. Black is beltza, 2018)
La culminación de un proyecto vital. Esta canción, que da nombre a su primera película de animación, es puro soul funk de combate. La pieza encapsula el espíritu del filme: una historia de espionaje, revolución y descubrimiento en el Nueva York de 1965, en plena efervescencia de los Panteras Negras. La música es el motor de la imagen. Es la prueba final de que para Fermin Muguruza, cada canción es una herramienta, cada disco un documental y cada película una sinfonía. Un artefacto cultural total que demuestra que, pese a todos los intentos de silenciarlo, su voz y su mensaje resuenan hoy más fuerte que nunca.



















