Punto de Partida: Nicolás Hernández-Carrillo (El Hombre Garabato) y Carlos Cano

Autor:

«Este fue el disco que lo consagró como escritor de la nueva copla, el resucitador de un género del que el régimen se había apoderado y que Carlos recupera para el pueblo»

 

Carlos Cano
Quédate con la copla
CBS, 1987

 

Con Tierra, su más reciente trabajo, El Hombre Garabato han recuperado la obra y la figura de Carlos Cano. No es de extrañar que si le preguntamos a Nico, su líder y cantante, por el disco que ha marcado su vida escoja uno de la colección del cantautor granadino. Él mismo nos lo cuenta.

 

Texto: NICOLÁS HERNÁNDEZ-CARRILLO / EFE EME.
Foto:
ISMAEL HERNÁNDEZ-CARRILLO FERNÁNDEZ.

«Quédate con la copla es, sin duda, uno de mis puntos de partida, quizá el más significativo a niveles profundos. El disco lo compró en vinilo mi hermano mayor, Ismael, en discos Krisis, una tienda de discos que había en la Calle Moral de la Magdalena, en el centro de Granada. El disco se publicó en 1987, pero yo recuerdo escucharlo alrededor de 1992, cuando mis hermanos y yo vivíamos en Granada. Yo estudiaba 1º de BUP en las escuelas del Ave María del Albaicín y mis padres compraron un piso donde vivía con mi hermano y mi hermana mayor. Allí teníamos un tocadiscos y todos los discos que entre todos íbamos comprando. Mi educación musical se la debo a mi hermano, un melómano absoluto que me descubrió discos interesantísimos, de géneros y estilos totalmente diferentes. Entre ellos estaba este de Carlos Cano. Por algún motivo conectó poderosamente conmigo, me hizo consciente de mi ser andaluz, granadino, algo en lo que nunca había reparado hasta ese momento.

Más adelante, cuando mi hermano se llevó sus discos de casa, yo compré este disco de nuevo, en vinilo, en Reciclaje, una pequeña tienda de compra-venta de discos, situada en la calle San Gerónimo, muy cerca de la Catedral de Granada. Fue bastantes años después y, para esa época, ya tenía en mi haber una buena colección de discos. Aunque, como todos, me pasé al cedé en los noventa, nunca dejé de tener activo mi tocadiscos y, con cierta frecuencia, acudía al mercado de segunda mano para comprar discos que me interesaban. Así fue como me hice con toda la discografía de Carlos Cano, de la que tengo casi un centenar de títulos en todos los formatos. Recuerdo que, cuando conocí a su hija, Amaranta Cano, le sorprendió la cantidad de singles que tenía, algunos que incluso ni ella conocía.

Si eres granadino, no hay un primer día en que oigas hablar de Lorca, de Miguel Ríos o de Carlos Cano, desde que tienes uso de razón están en tu cabeza y en tus oídos. Yo hurgaba en los discos que mi hermano iba comprando y los asumía como de obligada escucha; y un día, no sabría bien decir cuál, comencé a oírlo obsesivamente, una vez y otra vez. Algo tenían esas historias que conectaba perfectamente con mi sensibilidad adolescente.

En el disco hay canciones de Carlos, junto con otras versiones de coplas clásicas como “Chiclanera”, “Ay Maricruz” o “Falsa monea”, canciones que oía a mi madre cantar desde pequeño. Pero las que más poderosamente me cautivaron fueron las composiciones del propio Cano: “Coplas de la violeta”, “Habaneras de Sevilla”…

 

En casa siempre se ha oído mucha copla, género que me ha cautivado desde pequeño, por las historias tan truculentas, apasionadas y trágicas que se cuentan en ellas. Cada copla es una historia con presentación, nudo y desenlace, como un pequeño cortometraje. Todo esto lo tiene “María la portuguesa”, la canción que abre la cara A del disco y con la que Carlos se consagró como compositor de la nueva copla. En ella hay infinidad de aspectos que me gustan, una historia de celos y muerte, una magnífica melodía, una voz evocadora…la canción lo tiene todo. Hace unos meses se estrenó un documental que bucea en esta historia buscando su origen. Muy recomendable.

Otra de las grandes canciones del disco es “Alacena de las monjas”, una magnífica historia de una monjita que había perdido la cabeza y fue castigada con quitarle el don del almíbar a sus pastelillos… Todo en este disco es tan granadino y a la vez tan universal… Ocurre igual con la “Copla de seises”. Los seises eran niños que cantaban y bailaban en grupo alrededor de algunas procesiones, Enrique Morente fue seise de la Catedral de Granada, esta canción dibuja bien aquel ambiente que, aunque muy anterior a mí, me evocaba sobremanera a la ciudad en la que he vivido desde mi adolescencia.

Creo que este disco está tan grabado a fuego en mi inconsciente porque tiene una gran conexión con mi infancia y mi adolescencia, que la pasé estudiando en un colegio en mitad del Albaicín, muy cerca de donde vivió Carlos y de los escenarios que se narran en este disco.

No creo que este sea el mejor disco de Carlos Cano, después he descubierto otros como A duras penas o El diván del Tamarit (su primer y último discos respectivamente), que me parecen de una altura apabullante. Pero este fue el que lo consagró como escritor de la nueva copla, el resucitador de un género del que el régimen de algún modo se había apoderado y que Carlos recupera para el pueblo. Y, sobre todo, fue el disco con el que descubrí más profundamente sus canciones, que pasaron a formar parte de mi vida y aún siguen teniendo un lugar especial en mi cabeza y en mi corazón.

 

Sigo escuchándolo obsesivamente. Carlos decía que no creía en la inspiración, sino en la obsesión, algo de esto me pasa a mí. Me pasa como con Beatles o Lapido, son grupos a los que vuelves como el que vuelve a casa de sus padres a almorzar, nunca te cansas. Hay grupos que entran con mucha fuerza en mi vida, me atrapan durante un tiempo, pero se van, pertenecen a una época. Pero hay otros, como este disco, al que vuelvo periódicamente y no han perdido nada de su frescura primera. Lo escucho con mucha frecuencia, y casi siempre en vinilo. Es curioso que ciertos discos los tengo asociados a ciertos formatos. La discografía de Carlos Cano la tengo asociada al vinilo y no la escucho de otro modo. Me ocurre con Dylan o con Battiato, no me preguntéis por qué. Sin embargo, a 091 o a Cohen los oigo en cedé. Pequeños TOCs que tenemos las personas.

Es curioso que la música que yo he hecho después en los diversos proyectos en los que he trabajado no ha tenido nada que ver con este estilo. Pero eso no quiere decir que no me haya influido. Lo ha hecho, y mucho. El modo en que Carlos mira el mundo y su predilección por las causas perdidas es algo que me ha influido notablemente. Otro aspecto que me ha interesado mucho de su música es la manera de frasear que tiene, tan clara en su métrica, tan fiel en los acentos. Esos es algo que me ha obsesionado en mi manera de escribir y que creo que le debo, entre otros, a Cano.

Mi vida musical y mis gustos fueron hacia otros derroteros, la música de los setenta, la psicodelia, etc… Todo lo que se puede entrever en los discos de El Hombre Garabato. Pero este disco ha quedado en mi vida como un templo de la música, uno de los pisos más altos en la torre de la canción. Cada vez que lo oigo vuelvo a ser ese adolescente que iba por Plaza Nueva a uno o dos grados, canturreando sus canciones. Es como aquella escena de Ratatouille donde Anton Ego prueba el plato y se retrotrae a su infancia, cada vez que pongo la aguja en el disco vuelvo a un lugar mítico, quizá en parte reinventado, pero en el que las canciones me envuelven, me cuidan y me acompañan.

 

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