«En todos esos viajes emprendidos por Carlos Cano, a ciudades vividas y sentidas a través de sus canciones, habrá siempre un regreso al origen, un retorno a Granada»
Granada, Sevilla, Cádiz, Nueva York, París, Marrakech, Buenos Aires… En este artículo, Luis García Gil recupera todas las ciudades por las que el cantautor granadino Carlos Cano viajó desde sus canciones.
Texto: LUIS GARCÍA GIL.
Carlos Cano desplegó a través de sus canciones todo un mapa de ciudades habitadas con los cinco sentidos, ciudades que recorrió con la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. La primera de ellas, Granada, donde nació un 28 de enero de 1946, fue seguramente la más importante, la ciudad matriz del aprendizaje, de la búsqueda, del eterno retorno, de la ensoñación y el gozo, de cuyo espíritu se impregnó de una manera muy profunda, mirándose muchas veces en el espejo de Federico García Lorca, poeta universal de la ciudad de la Alhambra. Su amor por Granada quedó escrito de un modo especial en su “Habanera imposible”, una de esas habaneras poéticas y urbanas en las que supo autorretratarse a través de las ciudades que amó.
«Granada es como una rosa / más bonita que ninguna / que se duerme con el sol / y florece con la luna…». Así le canta a su ciudad en “Habanera imposible” donde la adjetiva profusamente y la llama «novia del aire». La “Habanera imposible” formaba parte de su disco Luna de abril. Fue una de sus cinco habaneras junto a las que dedicó a Cádiz, Sevilla, Nueva York y La Habana.
La archiconocida “Habaneras de Cádiz” le unió en su composición con el periodista y escritor sevillano Antonio Burgos. Un sevillano y un granadino firmaron una prodigiosa y sensitiva estampa de Cádiz, profundamente evocadora, y lejos de cualquier cliché chauvinista. A la ciudad de los tres mil años de historia la retrataron con estética caribeña y son de tango carnavalero con los epítetos justos y con conocimiento de causa. En el estribillo sentenciaban aquello de que «La Habana es Cádiz con más negritos, Cádiz es La Habana con más salero», con guiño a la impar Lola Flores. Anótese también que Burgos y Cano pregonaron el Carnaval de Cádiz en 1988 y que en “Una sirena en la Alhambra” el cantautor granadino imaginó a su mitológica protagonista rogando ser llevada hasta la gaditana playa de la Caleta: «Ay, vámonos, pa Cai / Ay, con los salineros / a ver las puertas del mar / y el azul de los esteros…».
Sevilla es otra ciudad glosada y poetizada. En el disco Quédate con la copla, grabado en 1987, Burgos firma al alimón con Cano “Habaneras de Sevilla” con referencias concretas a esa otra Sevilla que es Triana, al barrio del Baratillo, el son antillano y la evocación de la vieja ciudad de La Habana. Todo el andalucismo social, militante y canoro del granadino se concretiza en su mirada a Sevilla, en cuyo Teatro Lope de Vega debutó a finales de 1975, en un homenaje de amnistía y libertad organizado por la emisora de radio La Voz del Guadalquivir, en defensa de los lideres obreros sevillanos. En aquel recital echó a volar su reivindicativa “Verde y blanca”.
Hay otras dos habaneras cristalinas en su repertorio, la que dedica a La Habana en el disco Mestizo con parada en el malecón y la que dedicó a Nueva York, ciudad también lorquiana, y provincia de Granada, en donde Carlos Cano volvió a renacer, en 1995, tras debatirse entre la vida y la muerte a causa de un aneurisma de aorta anticipatorio de su muerte en el año 2000: «Nací en Nueva York / provincia de Granada /una noche de luna / volando en un avión / salvé mi corazón/ eso dicen las brujas…».
Entre La Habana sentida y la Nueva York que le devuelve la vida, también se sitúa París, que Carlos Cano recorrió de muy joven ya que, en 1972, participó junto a Enrique Morente en un homenaje a Federico García Lorca, en la sede de la Unesco, por invitación de Paco Ramírez, uno de los responsables culturales de aquella institución. Radio París difundió aquel recital, ventana radiofónica abierta por donde podía expresarse el antifranquismo. París fue para Carlos Cano otra revelación liberadora en tiempos de agitación y tardofranquismo, y a su luna se encomendaba en “El último bolero” para terminar dedicándole una hermosa canción “A París” en el disco Ritmo de vida, cuando morían los años ochenta. En ella el que se derramaba en su voz era el París de la bohemia y los acordeones con guiño a Baudelaire, a Las flores del mal que cantó Léo Ferré y a las calles de Pigalle.
De París a la Barcelona heterogénea y contracultural también recorrida, la que le llegaba a través de las voces y de los ecos de la Nova Cançó, desperdigada en los años setenta, pero también de otras figuras tan poliédricas y estimulantes como la de Jaume Sisa a quien dedicó hasta una canción que formó parte de su disco Forma de ser, grabado en 1994.
Las ciudades del caminante y del trotamundos, del emigrado que se busca la vida con su guitarra al hombro, parte del latir sonoro de lo que se llamó Manifiesto Canción del Sur y que, en su primer disco, A duras penas, grabado hace medio siglo, enarboló la bandera andalucista con ese himno de esperanza titulado “Verde, blanca y verde” donde citaba la muy literaria ciudad de Ronda: «De Ronda vengo/ lo mío buscando/ la flor del pueblo/ la flor de mayo…».
Ronda, París, La Habana, Sevilla o Cádiz, pero también la Buenos Aires querida de las madres de la plaza de mayo a la que dedicó el “Tango de las madres locas”, abrazándose al desconsuelo por los desaparecidos de la dictadura militar argentina. Otra de las ciudades hermosamente cantadas por Cano fue Marrakech a la que dedicó la bellísima “Sonata de la luna en Marrakech”, perdiéndose poéticamente por la medina de la ciudad situada al oeste de Marruecos: «Te conocí de noche / en la ciudad de la adelfa blanca / por la calle dormida / donde los hombres muerden las flores / Yo cantaba al diablo / con la darbuka por la muralla / y andaba como un gato / por la medina de Marrakech».
Carlos Cano con alma de fadista melancólico por Lisboa, un día lejano de 1984, encontrando en la ciudad portuguesa un disco de Amalia Rodrigues dedicado a Frederico Valério, un pionero del fado. Amalia salía en la portada de aquel álbum con los ojos cerrados, pintados de azul, la boca roja y el pelo azabache, cayéndole por los hombros. Así la recordaba el cantautor granadino que compartiría su célebre “María la portuguesa”, «desde Ayamonte hasta Faro», con la mismísima Amalia Rodrigues.
En todos esos viajes emprendidos por Carlos Cano, a ciudades vividas y sentidas a través de sus canciones, habrá siempre un regreso al origen, un retorno a Granada, sin desdeñar otras provincias andaluzas cantadas como Huelva en “Huelva mía”, grabada en su disco de 1980 De la luna y el sol, el año del histórico 28 de febrero en el que se celebró el referéndum sobre la iniciativa del proceso autonómico andaluz.
Pero al final de todos los caminos siempre estaba el refugio de Granada con su luz, su memoria, su vega y su arboleda secreta e íntima y cuyas brumas andalusís e históricas había recorrido en su tercer disco, Crónicas granadinas, de 1978, donde ya asomaba Lorca en la “Casida de la muchacha dorada” y en la “Casida de las palomas oscuras”.
En esas crónicas cantadas, Carlos Cano fue en busca de esa legendaria Granada de pasado andalusí y en sus páginas evoca la muerte del morisco insurrecto Aben Humeya: «Y la luna blanca / rota por la espada / un hombre llorando / y al fondo Granada». Esa Granada al fondo, como paisaje dulcemente entrevisto, de memoria y de vida, y que contiene en esencia el resumen de todas esas ciudades por las que anduvo el cantautor granadino, que le inspiraron y le marcaron de un modo muy especial.