Midnight at the movies (2009), de Justin Townes Earle

Autor:

OPERACIÓN RESCATE

«Más cercano a las baladas de los Apaches, pero con evidente querencia por arreglos folk, blues, ragtime e incluso soul, consigue revitalizar la tradición estadounidense»

 

Cuando se cumplen diez años de su publicación, Eduardo Izquierdo recupera el segundo disco de Justin Townes Earle. Una colección de canciones con la suficiente entidad como para brillar por sí mismas, desmarcándose de su ilustre apellido.

 

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Justin Townes Earle
Midnight at the movies
BLOODSHOT RECORDS, 2009

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

Que se siga destacando a Justin Townes Earle como hijo de Steve Earle más que por su carrera musical debería ser un delito tipificado en el Código Penal. Este, además, debería comprender el agravante de insistir en que el amigo Justino lleva como segundo nombre Townes, en honor a Townes Van Zandt, íntimo amigo de su padre, dispuesto a defender a mamporros que este era mejor escritor de canciones que, por ejemplo, Bob Dylan.

La anécdota del nombrecito es ideal para adornar artículos, pero lo de la genealogía no hay por donde aguantarlo y deberíamos esforzarnos en desterrarlo de una vez por todas. Por un lado, porque lo de pensar que el talento se transmite de manera intergeneracional cuenta con más ejemplos en contra que a favor. Y, por otro, porque si bien es lógico que, con sus primeros discos, el epé Yuma en 2007 y el elepé The good life en 2008, intentáramos colocar al personal con el dato de marras, no tarda el vástago del barbudo gruñón en demostrar que lo suyo va en serio, y que, si se hubiera llamado de apellido Jiménez, sus discos merecerían la misma atención. ¿Lo imaginan? Justino Jiménez. Vale, admitamos que probablemente así pocos se hubieran acercado a su obra, pero superadas las ventajas que te puede dar un apellido famoso al principio, porque servidor no duda de que estas superan a los inconvenientes, luego la cosa hay que ganársela. Y Justin lo ha hecho. Probablemente empezándolo con el citado The good life pero confirmándolo, y de qué manera, con Midnight at the movies (2009).

El disco ve la luz el 3 de marzo de 2009. Vamos, diez años clavados. Andamos de aniversario. Un álbum publicado por la especializada discográfica Bloodshot Records que debe servir, sí o sí, de definitivo arranque de la carrera de Justin. La compañía lo sabe, y el artista también. De hecho, llegan a tener una reunión para sentar las bases de lo que debe ser un paso adelante del músico, en la que sobrevuela en el ambiente la posibilidad de dejarlo correr si las cosas no van bien. Hay que desmarcarse de la pesada losa del apellido Earle (ejem), y este disco es la principal herramienta para ello.

 

 

Quizá eses es el motivo por el que JT se atreva en el cuarto tema del disco, “Mama’s eyes” a hacer toda una declaración expresa de la tortuosa, por no decir inexistente relación que por entonces tenía con Steve: «Soy hijo de mi padre / nunca he sabido cuando callarme / no estoy engañando a nadie. / Soy hijo de mi padre / no nos vemos cara a cara / y seré el primero en admitir que nunca lo he intentado / seguro que me duele. Debería doler alguna vez». Rotundo y directo, el chico lo deja claro. No se habla con su padre, no quiere arreglarlo, y hace música porque es lo que quiere hacer, así que dejen que tenga su propia carrera.

Eso, además, se manifiesta en las sonoridades del disco que, si bien puede englobarse dentro del amplio espectro del rock estadounidense, poco tiene que ver con la música de Steve Earle. Más cercano a las baladas de los Apalaches en cuanto a sus textos, y también en cuanto a las intenciones, pero con evidente querencia por arreglos folk, blues, ragtime e incluso soul, Justin consigue revitalizar la tradición estadounidense.

 

 

En este disco consigue facturar algunas de sus mejores canciones en global, como “Black eyed Suzy”, y en particular algunos de sus mejores textos, como “They killed John Henry”, e incluso se muestra magnífico en la versión que sirve de guinda al trabajo: una revisión del “Can’t hardly wait” de los Replacements que hace totalmente suya, transformándola en una dolorosa muestra de lo intensa que puede ser una canción.

 

 

Su evolución ha demostrado que aquellos que creímos en Justin Townes Earle desde el principio no estábamos equivocados. Sus inquietudes le han llevado a trazar una carrera firme como pocas, sin un solo resbalón, convirtiéndose en uno de los nombres de cabecera de la música más cercana a la tradición de su país. Y, además, incluso ha tenido tiempo de hacer las paces con papá. Un monstruo.

 

 

Anterior entrega de Operación rescate: Una temporada en el infierno (1999), de Fangoria.

 

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