Pablo Guerrero, se apagó la voz del poeta

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«Un hombre de mirada entrañable, parte importantísima de la historia de la canción de autor, especialmente en la etapa de la transición»

 

La cantautora Esther Zecco, autora también de los libros Mari Trini. Retrato de una mujer libre y Conversaciones con Maryní Callejo. La primera productora del pop español, ambos editados con Efe Eme, rinde homenaje a Pablo Guerrero con este artículo.

 

Texto: ESTHER ZECCO.

 

Acababa de comenzar el otoño de 1946, cuando en un pequeño pueblo de Badajoz, Esparragosa de Lares, veía la luz por primera vez José Pablo Guerrero Cabanillas, quien acabaría transformándose años después en una figura esencial de la canción de autor en la España de la transición. Ha sido también en otoño cuando se nos ha ido el cantautor y poeta extremeño, que fallecía el pasado martes 30 de septiembre, a causa de un cáncer de pulmón, pocos días antes de cumplir setenta y nueve años.

En 1972 su canción “A cántaros” se convertiría en un himno que celebraba los últimos coletazos del franquismo: «Pero tú y yo sabemos que hay señales que anuncian / que la siesta se acaba, que la siesta se acaba (…) Tiene que llover, tiene que llover / tiene que llover a cántaros». En estas décadas ha llovido algo, pero al cantautor nunca le pareció suficiente en un mundo que amaba profundamente, pero que también seguía generándole cierto rechazo cuando contemplaba sus contradicciones.

Como los más grandes intérpretes de la música de los setenta, defendió sus canciones en el Olympia de París, en un concierto que acabaría publicándose en forma de disco en 1975: Pablo Guerrero en el Olympia, una de las grabaciones en directo más preciadas para los amantes de la canción de autor. A este disco le siguieron muchos más hasta 2021, fecha en que publicó su último trabajo Y volvimos a abrazarnos, álbum con el que el cantautor cerraba una carrera larga —cincuenta años de música— con un concierto de despedida ofrecido en la Sala Galileo (Madrid) ese mismo año.

La historia de Pablo Guerrero es la historia de un hombre extraordinariamente sensible, que dejó huella en sus compañeros de oficio y, quizá sin saberlo, en la vida de muchos cantautores de generaciones posteriores. Lo demostraban ayer las publicaciones en redes sociales de numerosos artistas de su época (y también de otros mucho más jóvenes), amigos que intentaban dar un adiós digno al poeta. Imposible tarea en ciento cuarenta caracteres. Y es que parece que faltan las palabras, cuando muere alguien que las tenía todas.

Desde un lugar callado, con su carácter afable y su capacidad de escucha, buscaba continuamente a las nuevas voces que apuntaban maneras. No era extraño encontrar a Pablo Guerrero en un rincón de la Sala Galileo o del Café Libertad 8, escuchando las canciones de alguien treinta y tantos años menor que él. Tan rara avis es quien se abre de esa manera a lo que viene, como el joven que recuerda a los que le precedieron. Sin embargo, tanto el viejo que se encierra en un tiempo pasado supuestamente mejor, como el imberbe desmemoriado, se están perdiendo una parte deliciosa de la tarta: la que contiene la sorpresa. Ese interés por lo nuevo, la curiosidad casi infantil de quien entorna los ojos cuando algo cotidiano le atrapa de manera inesperada, quizá fue lo que permitió a Guerrero estar tan conectado a la vida, a pesar de los pesares. En este sentido, vale la pena recordar trabajos como el disco Guerrero Álvarez (2009), preciosa rareza grabada al alimón con Javier Álvarez, u otras colaboraciones menos conocidas, como la perla escondida que se encuentra en el disco de Alberto Ballesteros La canción del jinete eléctrico (2018), en el que la voz profunda y desgastada del poeta extremeño recita unos versos emocionantes de Joaquín Pérez Azaústre en uno de los cortes.

Se clavan ahora otros versos, los pertenecientes a uno de los poemas de Pablo Guerrero, recogido en la antología Poesía completa (1999-2022), un volumen dedicado a su inseparable Charo y a su hijo:

Es de noche.
Está al llegar la hora
de dormir, reparando
el sueño de los justos.

Se apagó la voz del poeta, pero nos quedan sus canciones y sus palabras, inmortalizadas en cerca de una veintena de discos y en un legado poético extensísimo, que seguirá para siempre en la memoria de quienes le quisimos.

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