Noche y día, de Miguel Campello

Autor:

DISCOS

«Un hombre, en definitiva, que expone sus adentros en forma de canción»

 

Miguel Campello
Noche y día
ALTAFONTE, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Contando su trayectoria con El Bicho y sus discos en solitario, a Miguel Campello le salen más de veinte años de vida musical activa, desde que en 2001 entrara en la Escuela Popular de Música de Madrid y conociera a sus compañeros. Ya tiene, pues, bien asimilado el oficio y marcados sus propósitos, que en este Noche y día convergen exactamente en lo que dice su título: diez canciones que recogen el sonido de la luz y diez con decorados instrumentales de oscuridad.

El día es luminoso, cierto, pero también crudo, y así lo son las canciones del primer segmento del disco. “Vivir el momento”, con un compás de tangos que comienza con guitarra y garganta y ya, pasado un minuto, entran las percusiones con regusto a Bambino y a esos Chunguitos de las maquetas que dejó Enrique Salazar en el álbum Recuerdo de Enrique. Dentro de este mundo, en “Gritar más fuerte” incluso hay fraseos de Los Calis —«no más jóvenes llorando noche y día»— y un final con vientos que ascienden. Enseguida, en “Atardeceres rojos” empiezan a asomar instrumentos electrónicos y un crescendo de intensidad y desgarro.

“Cara y cruz” cambia las tornas y está más cercano a ese nuevo flamenco que editó Nuevos Medios allá a mediados de los ochenta, que no era más poner una textura más grave a la voz y dulcificar lo que era agreste, lo que era tan árido como “Bailarte”, la que la precede, con una voz cascada por la amargura y palmas continuas y sin freno. En “Rumbacumbia” no hace una cosa ni otra y es lo más parecido a la música urbana que posee el disco. Esto es el día.

La noche es suave —como dijo Scott Fitzgerald— y se inicia con “Del derecho y del revés” —los títulos están llenos de antítesis—, que explora un mundo mucho más electrónico y se explaya en esa electricidad, con distorsión y riffs explosivos. También la instrumentación se vuelve más aterciopelada como en “Recuerda”, aunque también hay canciones en las que juega con los arabescos, como “Tú tienes, tú vales” y la dramática “Bailar el silencio”, o en las que concluye casi con excitación salsera, como “Cuando se cierren los ojos”. Incluso a veces se abre una puerta experimental, como sucede en “Espacio temporal” y “Un descanso en el camino” —la crónica de una ruptura—, las dos que cierran el disco.

Si hay alguna nota en el segmento nocturno que engloba todas las canciones es la intensidad. “Vente” sería el paradigma, porque en ella todos los instrumentos y las percusiones convergen para llenar completamente el espacio de músculo. Y de belleza, que puede nacer de tantas cosas y que aquí nace de muchas: de la emoción, de la ternura, de la desesperación y de la claridad. De un hombre, en definitiva, que expone sus adentros en forma de canción.

Anterior crítica de discos: Praise a lord who chews but which does not consume; (or simply, hot between worlds), de Yves Tumor.

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