“El hombre sin sombra”, de Mikel Erentxun

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DISCOS

“Podría haberlo enfocado desde un lugar más acorde con lo sus últimos pasos, pero ha preferido cantar sobre un amor agrietado desde la intimidad y el minimalismo”.

 

 

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Mikel Erentxun
“El hombre sin sombra”
Warner, 2017

Texto: ARANCHA MORENO.

 

Como una montaña rusa. Así vivió Mikel Erentxun mientras escribía “El hombre sin sombra”, un disco que versa “sobre el amor y sus consecuencias”. Un trabajo conceptual, que atraviesa las múltiples fases de un amor que se quiebra, toca fondo y logra reconstruirse justo en la última de sus doce canciones nuevas (más un bonus track escondido). Un repertorio que ha ordenado atendiendo a la letra, porque esta vez la historia mandaba sobre la música. Y en mitad de su particular guerra sentimental, no solo vence el amor: también se reconcilia con su voz. No la rompe, no la rasga, no le pone filtros. Canta a demanda del corazón: “Estoy jodido, estoy triste, y voy a cantar jodido y triste, que es como lo siento”, decía Erentxun a Efe Eme hace unos meses. Por eso es su voz la que ejerce de brújula hacia el interior de una historia con la que ha firmado uno de sus discos más acústicos y minimalistas.

Después de la electricidad de “Corazones”, Erentxun repite con Paco Loco -ambos comparten la producción- y facturan un disco menos eléctrico y más homogéneo. Inicia el viaje con ‘El principio del final’, con una tuba que nos traslada a otro tiempo, a un pasado de percusiones delicadas (timpani) en el que encontramos dos voces al unísono desde el primer verso hasta el último. Qué bien empastan Mikel Erentxun y Maika Makovski, él tan cálido y ella dejándose entrever un poco más en los agudos, pero también contenida. Nunca había dado tanto protagonismo a una voz femenina en sus discos, pero tiene sentido hacerlo aquí. Porque arropa esa desnudez musical y porque están narrando una crisis amorosa de una pareja, transmitiéndonos la crudeza de la llama que se apaga: “He tocado fondo”, canta él, sobre un órgano que suena ligeramente dramático, tan breve que enseguida nos devuelve a la suavidad imparable con la que empezó.

‘Cicatrices’, que fue la carta de presentación perfecta, es acústica y eléctrica, con la voz de Mikel guiando el tema a solas salvo en los estribillos, unos teclados enigmáticos y unos coros breves que recuerdan a Las Hijas del Sol. Contiene uno de los versos más bonitos -“Me han crecido alas en las cicatrices”-, tomado prestado a Nerea Delgado, y alguna de las metáforas más intensas: “Sangra el amor / entre las ruinas de Babel / mírame, fuimos espejos y ahora somos / niebla en el desierto”. Versos, por cierto, que siguen la dinámica asonante de muchas de las letras del disco. En ‘El amor te muerde los labios al besar’ Mikel y Maika separan sus voces, y ahora sí que parece que estamos escuchando las dos versiones de una misma relación. La voz de Maika repitiendo el título en los últimos compases es casi mántrica, y se queda revoloteando en la cabeza cuando la canción ya se ha ido. Al final se cuelan unas gaviotas eléctricas que encajan con dos paisajes: el de la letra -“Llegaste a mi ventana/ a este lado del mar”- y el del estudio, situado en El Puerto de Santa María.

Desde el primer instante, ‘Llamas de hielo’ se presenta como una balada clásica que se toma sus tiempos para todo: la música suena un rato antes de la voz, y cuando Mikel entra, lo hace cantando lentamente, paladeando cada sílaba. Es una de las letras más cortas y de las canciones más largas, y en ella asoma la nostalgia por el amor perdido y la esperanza de llegar a entenderse: “Me agarro a la ilusión de volverte a ver / eres la religión en la que quiero creer”. Cuando muere el texto, la música se hace con los mandos y el tema crece, clásico, recordando a una banda sonora.

‘Dos estrellas’ empieza muy desnuda: las guitarras van aceleradas, la voz más rápida también. Erentxun se transforma en narrador para contarnos la historia de Eva y Juan, pero no, no son los miembros de Amaral. Las estrellas de las que habla son una estudiante de publicidad y un camarero que se conocen en Madrid y se devoran el corazón. Parece que canta una escena externa, ajena al autor, pero todas forman parte de un mismo discurso. Al terminar se escucha el “un, dos, tres” dando paso a ‘Libélulas’, con una guitarra y una voz que parece llegarnos de lejos, onírica, como si la escuchásemos en la radio, o al otro lado de una mesa de sonido. Quizá uno de los mínimos filtros o trucos que presenta la voz en este álbum, cantado casi al oído del oyente. Ese halo cantautoril va creciendo hacia otra escena con la ayuda de pianos, guitarras y un pedal steel que toca Fernando Macaya. La música va rindiéndose a la tristeza, a ese sueño de recuperar lo perdido. Ya no existe voz de mujer.

A estas alturas del disco ya somos conscientes de que la montaña rusa es constante, y se transmite sobre todo con sensaciones térmicas. Hay calor y frío, incendio, nieve, lluvia, y en los títulos ‘Llamas de hielo’ y ‘Deshielo’. Esta última es otro tren en marcha, donde marca una “línea infranqueable” y pide al otro que ize la bandera blanca. “Ríndete”, canta, con los agudos de Makovski distinguiéndose en los coros, un contraste que le otorga personalidad a sus intervenciones, que ella misma diseñó en ocasiones sin ceñirse al encargo original. Ahí, mientras llama a su rendición, caemos en la cuenta de las múltiples referencias bélicas que existen en el disco: trincheras (‘Dos estrellas’), puñales (‘Enemigos íntimos’), derrota (‘El principio del final’)… La lucha por el amor es encarnizada, pero se va acercando a la tregua. Porque llegan varias baladas más. ‘Y sin embargo te quiero’, duncandhuniana, cantada con delicadeza e intimidad, reconociendo que el sentimiento sigue vivo. Una declaración de amor a pesar de las heridas, arropada por unos vientos finales alegres y dejes blueseros en la coda final.

‘Héroe’ es una mirada positiva hacia el entendimiento, con esas acústicas y percusión constante. Porque el disco late, late constamente como su autor y las emociones que transmite. Hay ecos de baile muy ligeros en uno de los estribillos, cuando entona el verso “Hoy todo va a cambiar”, y un guiño a sí mismo cuando cita “la mañana de mañana”. Entonces hay que detenerse nuevamente para atender a otra de las grandes baladas, ‘Tienes que ser tú’. Llega la aceptación y la convicción de que esa historia solo puede tener final feliz, y lo expresa con arreglos orquestales y un verso que escuchó viendo la precuela de Harry Potter: “Como tú no hay dos”. Es el momento de mostrar las cartas boca arriba y dejar claro que hay un sentimiento fuerte, y que la música brille y crezca para transmitir esa misma sensación.

‘Azar y física’ nace con tal fugacidad que apenas supera el minuto, pero acaba convirtiéndose en una de las pequeñas gemas del repertorio. Se presenta a guitarra, percusión y voz, esta última más rasgada, como una canción de hoguera. Una letra breve que canta rápido y que estuvo a punto de quedar fuera, a pesar de haberse convertido después en la favorita de su madre. Apenas un rayo de luz, un relámpago que no acaba con tormenta, sino con un final feliz que ya usaron Páez y Sabina: un tema también titulado ‘Enemigos íntimos’. Han pasado muchas cosas, pero ha llegado a una conclusión: “Si no fuese por ti vagaría perdido/ como un canto rodado en la niebla”. Las diferencias al final son complementarias, van a vencer a pesar de “las curvas de la vida”. Acabada la guerra, y llegando al final del disco, son sus propios hijos -y otros niños- los que le regalan unos coros infantiles que ponen el broche. O casi, porque un par de minutos después, escondido, está el corte que le da título, ‘El hombre sin sombra’. Un rock and roll clásico con unos teclados que nos dan ganas de volver a los 50 y escuchar a Jerry Lee Lewis en ‘Great balls of fire’.

Cuando el cedé deja de rodar, nos quedamos pensativos. ¿Es el Mikel que esperábamos para este disco? Después de dos álbumes tan intensos como “24 golpes” y “Corazones”, probablemente no. Tal vez no sea la continuación que habíamos imaginado. Quizá echemos de menos al rockero de los últimos años, porque ha hecho un alto en el camino para ofrecer un trabajo más acústico, más baladista, sencillo, natural y melódico. Podría haberlo enfocado desde otro lugar, pero ha preferido cantar sobre un amor agrietado desde la intimidad y el minimalismo, reparando el daño con un puñado de canciones amables.

—Puedes adquirir la edición limitada en vinilo (incluyendo el CD) de «El hombre sin sombra» en La Tienda de Efe Eme.

Anterior crítica de discos: “El carbón y la rosa”, de Joaquín Carbonell.

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