“Complejo Alquería Frailes 13”, de Doctor Divago

Autor:

DISCOS

“Composiciones modélicas de una cadena de montaje del mejor rock clásico en castellano”

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Doctor Divago
“Complejo Alquería Frailes 13”
BONAVENA MÚSICA

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Sin prisa pero sin pausa, sin grandes giros de guión pero sin inmovilismos, el quinteto comandado por ese perspicaz letrista y más que macerado intérprete que es Manolo Bertrán rebasa el cuarto de siglo sin que su credo pierda vigencia. Su consolidadísimo discurso no dará con las mieles de un reconocimiento medianamente acorde con su valía, pero a estas alturas quizá lo más inteligente sea dejarse de plañir y abandonarse a la valoración de sus canciones como lo que son: composiciones modélicas de una cadena de montaje del mejor rock clásico en castellano. Eslabones de una secuencia con pedigrí, que le hace un buen corte de mangas a esa amenaza de extinción que se cierne sobre una vía de expresión a la que muchos dan por definitivamente agotada.

Doctor Divago son tan fieles a su propio universo de referentes que hasta bautizan este, su decimoprimer álbum desde que debutaran en 1989, con la dirección del estudio en el que llevan ensayando toda esta pila de años. La formación más estable que jamás hayan tenido, su productor de cabecera (Dani Cardona) y la reincidencia en apostar por su propio sello ratifican esa fase de estabilidad, que –no obstante– no se corresponde con el deseo de sestear en la foto fija. Los dos desmarques más claros de su tradicional libro de estilo vienen por la vía de la negritud: el ritmo Motown de ‘Aún queda vino’ y el soul clásico de ‘Al cuarto día’, ambos apuntalados por cálidas notas de órgano Hammond.

El resto, el proverbial arsenal de rock diáfano, pero casi nunca obvio. A veces radiante, en ocasiones agreste y con frecuencia inquietante. Poblado de obsesiones –algunas con aspecto malsano, otras más inocuas– , personajes cabrones y malnacidos (no se espanten, es literal) y un manojo de cuerpos suspendidos en el aire, espectros amenazantes y trayectos sonámbulos (¿los estragos de la paternidad, quizá?), que siguen diseñando puntualmente su escenografía en los intestinos de Valencia (en esta ocasión en su metro suburbano: ay, qué gran escenario y qué gran fauna por aprovechar) y sirviéndose de símiles pugilísticos como gran metáfora de la vida, sus triunfos y sus reveses. No estaría mal, parafraseando uno de los mejores temas del lote (‘El viaje largo’), que para ellos las cosas tangibles tuvieran también hechuras de estribillo, y no siempre de estrofa. Se lo tienen más que merecido.

Anterior crítica de discos: “Wrong creatures”, de Black Rebel Motorcycle Club.

 

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