Chain yer dragon, de Goose

Autor:

DISCOS


«Les gusta estirar las melodías, revolver sus estructuras y dar tiempo para que la instrumentación se desate»

 

Goose
Chain yer dragon
COINCIDENCE, 2025

 

Texto: XAVIER VALIÑO.

 

Hay cierta unanimidad en la premisa de que la canción “Impossible Germany” de Wilco contiene el solo de guitarra más reconocible del siglo XXI, ese que Nels Cline toca de forma ligeramente distinta cada noche, ya que resultaría quimérico reproducirlo nota por nota. También hay cierto consenso desde hace años en que los solos de guitarra no cotizan al alza en la música de hoy en día, que no tienen la misma consideración que, digamos, cinco décadas atrás.

Pues bien, no hay más que pinchar “Turbulence & the night rays”, el cuarto corte del nuevo álbum de los norteamericanos Goose, Chain yer dragon, para asimilar que algunos puede que no estén de acuerdo con la segunda afirmación e, incluso, para entender que han llegado para rebatir la primera tesis proponiendo su candidatura. De los casi 10 minutos de la canción, prácticamente la mitad la ocupa un solo de guitarra, espléndido si no se le hace ascos a algo así o evidentemente insoportable si el oyente ya no está para eso.

No tiene miedo el grupo de lucir sus guitarras cuando le apetece, y eso es algo que les honra. Pero tampoco resulta extraño en una banda que es uno de los estandartes actuales del jam rock, aquello de lo que Grateful Dead o Phish podrían ser dos de sus mayores referentes. De hecho, la formación, que llega aquí a su quinto disco en estudio, tiene publicados desde el 2020 nada menos que veinte álbumes en directo, siguiendo el ejemplo de lo que hacían los dos grupos mencionados.

Son once canciones en 87 minutos, lo que da ya una idea de cómo les gusta estirar las melodías, revolver sus estructuras y dar tiempo para que la instrumentación se desate. Además, representa una cierta evolución frente a su anterior trabajo, Everything must go, publicado solo cuatro meses antes, en abril de este año: han desaparecido las baterías electrónicas de antaño, las pesadas capas de sobregrabaciones, la sobreproducción, los vientos…

Desde el inicio, con “Hot love & the lazy poet”, las guitarras se enlazan en un duelo, para mostrar luego un aire al “Jungleland” de Springsteen en el final de “Rockdale”, ecos de Billy Joel o Elton John en “Madalena”, ramalazos funk en “Mr. Action” o “Empress of organos”… Son solo cuatro músicos tocando juntos en el estudio y dejando su música fluir, con unas interpretaciones lo más cercanas posibles a lo que sería uno de sus directos. Y, sí, haciendo uso intensivo de las casi olvidadas guitarras eléctricas.

Anterior crítica de disco: Willoughby Tucker, I’ll always love you, de Ethel Cain.

Artículos relacionados