Cancionera, de Natalia Lafourcade

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DISCOS

«Entre canciones románticas a la manera del pasado, y otras muy de mezcal y de noche. Hay fantasía, hay el mundo del cine mexicano y hay, sobre todo, mucha belleza»

 

Natalia Lafourcade
Cancionera
SONY MUSIC, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Cancionera, el nuevo álbum de Natalia Lafourcade, está grabado en directo, con todos los músicos a la vez y en cinta analógica, a la antigua usanza. Y eso se nota. Se nota en la calidez con la que nos envuelven las canciones, y en su textura más orgánica, incluso con sonidos de la naturaleza, propiciados por Soundwalk Collective. Cercanos y emotivos, los temas van pasando y la voz de la cantante mexicana los hace cercanos y luminosos, llenos de color.

No se puede decir que Lafourcade sea una desconocida, decenas de premios y millones de reproducciones la avalan, pero sí que se arriesga enormemente a la hora de enfocar sus discos y sus canciones. Aquí, las tomas completas y en directo de cada corte hacen que aparezca más recogido, menos trabajado en su sonido, pero más emocionante. Quizá sea lo que necesitan esas canciones que beben de la tradición, aunque no dejan de innovar para explorar nuevas dimensiones en su carrera. La voz es íntima, pero el resultado se abre a un universo sonoro esplendoroso. Este puente entre lo íntimo y lo universal se ve en la canción que da título al disco, donde la intérprete usa un heterónimo —la Cancionera— para encarnar esa esencia limítrofe.

“Cancionera”, la canción, comienza con una flauta que se adentra en los vericuetos de Violeta Parra o Soledad Bravo, incluso de Chabuca Granda, y en un piano lleno de aroma a club nocturno. Antes de ello, hay una soberbia introducción instrumental, “Adelanto cancionero”, en que el piano tiene toda la esencia de Falla, en un alarde sinfónico con algo de copla y de Iberoamérica. Es un perfecto paseo para entrar en el disco bajo el arco de unas notas acogedoras. También es instrumental la que cierra el disco, “Lágrimas cancioneras”, que respira —bellísima y pura— un anhelo romántico, con violines que envuelven un piano a lo Chopin.

Y entre medias, todo un derroche de elevación iberoamericana desde las melodías más ligeras a las más hondas. Ahí tenemos la absolutamente tropical “Cocos en la playa”, un viaje al universo de Edye Gorme y al Hollywood más amable, que hace explotar colorido, percusiones y alegría de vivir. Y, en contrapartida, “Cómo quisiera quererte”, con David Aguilar, una ranchera pausada, llena de sentimiento y con la garganta henchida de corazón.

Y, entre medio de estos dos caminos, todo un espectro que incluso llega a los dejes flamencos con “Amor clandestino”, cantada con Israel Fernández, un bolero con la hondura propia de las canciones de amor cuando se cantaban con prestancia. Podría haber estado en labios de María Dolores Pradera, porque Natalia Lafourcade ya se ha convertido, como ella, en una gran señora de la canción. Y lo demuestra también con “El palomo y la negra”, con toda la orquesta detrás, llena de vientos que la llevan hasta el tumbao. Todo el Caribe está ahí.

Igual que toda la elegancia se encuentra en “Cariñito de Acapulco”, con una voz que maneja perfectamente la canción, como ocurrirá, por otra parte, en todo el disco. “Mascaritas de cristal” se sostiene únicamente con una acústica y algunas cuerdas para indagar en el tema del amante que triunfa y al que se le reprocha el olvido.

Otras veces, las canciones tienden a la fantasía. “El coconito”, por ejemplo, con David Aguilar y con todo el sabor del campo andino, casi una canción infantil, surrealista incluso, con su espiral en la letra que va elevándose en un crescendo final. O “La bruja”, que tiene algo en la melodía de la “Malagueña” de Elpidio Ramírez y una letra llena de maravillas y juego en cada palabra. Ambas son reinterpretaciones de un par de sones jarochos que están en el repertorio de la música tradicional mexicana.

El disco se completa con dos bonus track que recogen sendas versiones acústicas de “Amor clandestino” —aquí ya es totalmente flamenca— y “Cancionera”, aquí la voz, con el apoyo único de la guitarra, resulta muy expresiva y apela directamente a ese otro yo, instándolo a cantar bonito. Y así lo hace en un álbum muy femenino, lleno de belleza, algo rebelde a veces, otras juguetón. Así es, se mueve el disco entre canciones románticas a la manera del pasado, y otras muy de mezcal y de noche. Hay fantasía, hay el mundo del cine mexicano y hay, sobre todo, mucha belleza.


Anterior crítica de disco: Moisturizer, de Wet Leg.

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