Bang! Un fanzine del cambio (de siglo), de VV.AA.

Autor:

LIBROS


«Cuando quieran saber qué pasó realmente en el año 2000, déjense de Jennifer López o Britney Spears, del “Sex bomb” y de “La bomba”, lo que pasaba, por lo menos en la gente que tenía más curiosidad, se encuentra en los fanzines»

 

Varios autores
Bang! Un fanzine del cambio (de siglo)
LIBROS WALDEN, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

De un tiempo a esta parte, aunque con cuentagotas, van apareciendo libros que recuperan la presencia histórica de los fanzines en el ámbito hispano. Ya saben, los fanzines, esas publicaciones autogestionadas, las más de las veces por un grupo de amigos, que daban cuenta de forma artesanal de una compilación de reportajes, entrevistas o crónicas que atendían a sus intereses. Hablaban de música, cine, cómic, un poco de literatura y una miscelánea de textos en los que el costumbrismo y la ironía solían ir a la par.

Eran cultura popular y (casi siempre) juveniles y daban cuenta muchas veces del estado de la situación más que las revistas al uso. Se han reeditado Estricnina, de Rafa Cervera, Stamp, Tremolina, y hasta ha aparecido una amplia historia del formato que ha perpetrado este que les habla, junto a uno de los que llevo adelante el fanzine que ahora les presentamos.

Bang! coincidió además con una época dorada del formato (la primera fue a mediados de los setenta), que ocupó los alrededores del año 2000. Aparecían entonces constantemente ejemplares de las más variadas estéticas (desde los corta y pega hasta los artys), con intereses musicales diferentes y en todos los puntos de la Península. Se fomentaron lazos entre ellos y las fiestas eran abrumadoras e iban de ciudad en ciudad.

¿Y qué ofrecía Bang!? Pues más o menos lo mismo que todos, así que el que quiera saber qué pasó en aquellos años, tiene que acudir por lo menos a los tres números —de seis—. Hay, música, claro está, grupos en la vertiente punk que no le hicieran ascos a alguna intrusión glam y otros sencillos, casi tímidos, de pop de habitación, aunque podían hacer entrevistas a Doctor Explosion o Souvenir. Aparecen, asimismo, películas, con directores como John Hughes o Edgar G. Ulmer, pero también más intelectualoides, no sin dar un divertido repaso a la fauna cinéfila que rondaba la Filmoteca madrileña en esos años. El tercer pie de contenidos es el cómic, con entrevistas a Adrian Tomine o Jaime Hernández.

Entre estos cimientos se colaban otras informaciones más secundarias y, en ocasiones, divertidas; hay panegíricos de sellos, curiosidades, noticias estrambóticas, un diccionario de spanglish, desmelenados consultorios sentimentales de broma o ecos de sociedad. Es un material complementario que, en el fondo definía el alma del fanzine y su amplitud de miras. También los artículos extensos, que, en este caso, recorrían los vericuetos de movimientos vanguardistas tardíos como el neoísmo o estilos musicales que, de aquellas, habían quedado tapados como el pub rock.

He dicho seis, pero, en realidad, hay siete números del fanzine, porque el comprador del volumen será afortunado y recibirá un séptimo número, preparado para la ocasión. Seguramente es el que harían si volviesen a tener veinte años, pero lo hacen veinticinco después. Los conciertos son atractivos, pero dan pereza, han fundado editoriales —precisamente la que publica el libro— y les dedican un publirreportaje, la camisa aloha es pasto de un agradable recorrido histórico y, sobre todo, intentan hurgar en los recovecos que el sistema tiene para anularnos. Eso hacían los fanzines. Para esto servían los fanzines.

Fue un momento en que las nacientes conexiones vía telemática ayudaron al desarrollo del formato. De las entrevistas, en los viejos tiempos, a grupos cercanos que estaban a la vuelta de la esquina, se pasa a la comunicación delante de un ordenador —y a sustituir el recorta y pega por el Word—, pero también a los primeros problemas. En la entrevista a Le Shok, las respuestas tardaron en llegar tres meses, había cuentas de correo petadas, mensajes devueltos y problemas varios. El signo de los tiempos.

Unos tiempos de los que da buena cuenta este fanzine, así como otros del mismo calado. Cuando quieran saber qué pasó realmente en el año 2000, déjense de Jennifer López o Britney Spears, del “Sex bomb” y de “La bomba”, lo que pasaba, por lo menos en la gente que tenía más curiosidad, se encuentra en los fanzines, y Bang! puede ser una perfecta puerta de entrada. No en vano, otro fanzine, Mimo 2000, dijo de ellos que eran «el fanzine en estado puro».

Anterior crítica de libros: Cuentos completos, de Roald Dahl.

Artículos relacionados