The great escape, Blur en la gran batalla del britpop

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TREINTA ANIVERSARIO

«Damon Albarn, en esencia, consideraba que más que un elepé, era la fotografía de un momento. Desde ese punto de vista, el paso de los años ha tratado muy bien a este disco»

 

En plena guerra entre Oasis y Blur por el trono británico, los de Damon Albarn dieron vida a un disco que continuó por los derroteros del exitoso Parklife, pero que supo distinguirse y sobreponerse. Hasta The great escape, el cuarto álbum de estudio de Blur, viaja Fernando Ballesteros.

 

Blur
The great escape
FFOOD RECORDS / EMI / VIRGIN, 1995

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Los Blur de 1995 protagonizaron el momento culminante de la lucha por la corona del britpop y eso es algo que tiene que estar presente, a la fuerza, a la hora de analizar el disco que editaron aquel año. Los de Damon Albarn ya tenían, a estas alturas, una importante carrera a sus espaldas. Tras debutar con Leisure (91), al que siguió el notable Modern life is rubish (93), se habían descolgado con Parklife (94), un excelente álbum que les situó frente a frente con los hermanos Gallagher.

Lo de Oasis había sido un fenómeno bastante más meteórico. Su debut, Definitely maybe (94) se lo llevó casi todo por delante y les colocó en la cumbre, así que, un año después, los dos pesos pesados estaban preparados para disputar un asalto que se pretendía casi definitivo. Ambos grupos se disponían a poner un disco en la calle con el que, de alguna manera, se tendría que dilucidar quién se llevaba el gato al agua.

La prensa, que alimentó toda aquella batalla a conciencia, se encargaba de fijar bien los clichés que echaban más leña al fuego del enfrentamiento, de tal forma que, si Blur, aparecían como personalidades más sofisticadas, los de Manchester venían a representar a la clase obrera. La realidad, sin embargo, era bastante más compleja y contradecía los estereotipos, pero la lucha a golpe de titular había decidido que esos eran los retratos con trazos gruesos que se hacían de cada uno de los grupos.

Y así estaban las cosas, cuando Damon, junto al guitarrista Graham Coxon, el bajista Alex James y el batería, Dave Rowntree, se metieron en el estudio a comienzos de año. Junto al productor Stephen Street, trabajaron cinco meses en las canciones que tenían que suceder a Parklife y el listón, que quede esto bien claro, lo habían dejado bastante alto con su anterior disco.

En lo meramente musical, The great escape (95), el trabajo en cuestión, fue una grabación continuista, en la que apenas se retocaba la fórmula ganadora de Parklife. Los cambios, los giros estilísticos llegarían más tarde, cuando ya no estaban inmersos en una guerra que, sin haberla buscado, había absorbido más de un año de su vida, sometiéndoles a una gran presión. Subidos a esa ola y soportando un ritmo frenético de actividad, era difícil parar y replantearse el camino a seguir. Lo que hicieron fue continuar donde lo habían dejado en su anterior trabajo.

Pero, antes de que llegara el disco, se vivió una gran batalla con los singles de anticipo como protagonistas. Convengamos en que la guerra de los insultos y las declaraciones altisonantes en los tabloides se la llevaron los hermanos, porque en eso no tenían rival ni filtros. Blur eran más tímidos, pero, si se trataba de luchar, lo harían; aunque para ello se tuviera que romper una norma no escrita que había regido la industria musical en el Reino Unido desde los tiempos en los que la gran rivalidad era la mantenida por los Beatles y los Stones.
Ese pacto consistía en evitar que los lanzamientos de dos rivales de esta talla coincidieran en el tiempo. El caso es que, antes de la salida del álbum de Blur, estaba prevista la del single “Country house” para la segunda quincena de agosto; al otro lado de la trinchera, Oasis tenían programado el lanzamieno de “Roll with it”, anticipo de su segundo disco para el 14 de agosto. Pues bien, tan harto estaba Damon que lanzó un órdago e hizo coincidir la salida de su single con el de Oasis.  Y a ver quién podía más.

¿Quién ganó la batalla? Pues, por encima de cualquier otra consideración, la gran triunfadora fue la industria del disco británica, que vivió su momento de esplendor. Luego, con los números en la mano, el single de Blur ganó al de los Gallagher. “Country house” vendió 274.000 copias, mientras que la canción de Oasis se quedó en 216.000. Los chicos de Blur celebraron su número uno apareciendo en Top of the Pops y, para dejar las cosas claras y demostrar que ellos también tenían su dosis de mala uva, el bajista Alex James, actuó enfundado en una camiseta de Oasis.

A largo plazo, las cosas son más matizables, al fin y al cabo hablamos de arte; pero si acudimos a los números, estos favorecen a los de Manchester. La denominada “Batalla del britpop”, sin embargo, se la llevaron los de Damon Albarn.

 

Buenas canciones para una obra sin grandes novedades
El grupo, batallas aparte, tenía varias cartas ganadoras en la mano cuando se metió a grabar y el resultado fue más que notable. “Stereotypes” abría el disco de forma brillante, sus contundentes guitarras desatan las hostilidades antes de que llegue «Country house» que, lejos de estar entre sus mejores canciones, tenía todos los ganchos para ser elegida como sencillo. Es tan alegre, tan pegadiza y tan simple, que cumplía a la perfección su papel de single.

“Best days” está entre lo mejor del disco. Su melancólica belleza conquista ya de primeras y ejerce de antesala para otro de los momentos de comercialidad incontestable, el que protagoniza “Charmless man”, radiantemente pop, intrascendente, sencilla, hasta un poquito tonta. No se me ocurre algo más fácil de corear rodeado de miles de espectadores.

“Fade away” deja de pisar el acelerador por un momento y los vientos, los teclados, el sabor ska  y la interpretación brillante de Albarn le dan lustre a la pieza. “Top man”, sin embargo, roza lo anecdótico antes de que aparezca la gigante “The universal”, un medio tiempo con su puntito aceptable de épica, que toca la fibra. La canción procedía de las sesiones de grabación de Parklife en las que el grupo ya había trabajado en ella a tiempo de ska. Damon no la olvidó y siguió empeñado en sacarla adelante, hasta dar con la clave definitiva que incluía una sección de cuerdas que no hacía otra cosa que aumentar la grandeza de un tema enorme. Un clásico.

Blur siempre fueron emparentados con los Kinks. Más allá de las influencias musicales, a Damon, a la hora de escribir, le unía al maestro Ray Davies cierta querencia por retratar la tradición inglesa y él, desde luego, no ponía mucho empeño en huir de la comparación cuando firmaba temas como “Mr. Robinson’s Quango”.

En un disco que no presenta grandes novedades, “He thought of cars” sí que parece apuntar con timidez al futuro y a una evolución que apenas estaba esbozada en el elepé. “Globe alone” es rápida, divertida y hasta punk a su manera. Hay otras canciones aquí a las que me cuesta más pillar el punto y alguna como “Entertain me” que no deja de ser un refrito del pasado, un intento de escribir algo así como su segunda parte de la exitosa “Girls & boys”. Menos mal que, antes de que nos invada la sensación de que The great escape adolece de exceso de minutaje, aparece la bonita “Yuko and Hiro” para poner un precioso broche.

El elepé se puso a la venta el 11 de septiembre del 95 y se plantó en el número uno de las listas del Reino Unido y en el Top 10 de una decena de países. Se les seguía resistiendo, sin embargo, el mercado americano; pero, a juzgar por las palabras de Damon, eso no les importaba demasiado.

En cuanto a la crítica, los elogios siguieron llegando en cascada. Sin embargo, el propio Damon Albarn, años después, no parecía guardar muy buen recuerdo del álbum; de hecho, llegó a decir que había grabado dos discos malos en su vida, el primero, que calificaba como horrible, y The great escape que, en su opinión, era un desastre. Y no lo era, ni muchísimo menos. Damon, en esencia, consideraba que más que un elepé, era la fotografía de un momento. Desde ese punto de vista, el paso de los años ha tratado muy bien a este disco. Es posible que, en su momento, fuese lastrado por la sensación de obra menor y cierto aroma a precipitación; sin embargo, treinta años después, echamos la vista atrás y vemos que, posiblemente, este es el concepto que une las canciones de la obra. Son instantáneas de una banda viviendo un momento histórico de la música, con sus pros y sus contras, y documentándolo con un puñado de buenas canciones que llevan en su esencia la soledad y la presión que sentían. Ni más ni menos. Y en todo caso no es poco.

 

Tras la gran escapada llega el gran cambio
Después de The great escape, y mitigada la euforia de su enfrentamiento con Oasis, Blur sí tuvieron tiempo de replantearse cuál tenía que ser el camino a seguir y, como si quisieran huir de todo aquello que tanto les había condicionado, se alejaron de las influencias cien por cien británicas y pusieron sus ojos en Estados Unidos. Así las cosas, Blur (97) era una propuesta bastante rupturista y que tenía más que ver con los sonidos alternativos y derivados que se hacían en tierras americanas, que con la tradición inglesa de la que tanto habían bebido

Era como si después de toda aquella vorágine, y más allá de si habían ganado o perdido, necesitaran demostrar que, por encima de todas las cosas, eran una gran banda de rock. Lo hicieron. Y no solo eso, sentaron las bases para seguir haciéndolo en sus siguientes discos, porque el homónimo del 97 marca un antes y un después en su discografía.

Con sus separaciones de por medio y sus idas y venidas, nunca tan sonadas como las de sus otrora grandes rivales, la banda de Londres, aún es capaz de sacar grandes discos. La última prueba fue The ballad of Darren (23), uno de esos elepés a los que te acercas con ciertas reservas y que terminan dándote bastante más de lo que esperabas.

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