Elvis Presley, grabar para vivir

Autor:

COWBOY DE CIUDAD

«Lo que hay aquí es un hombre que canta para seguir en pie. Un artista que, en medio de la tormenta personal y del vértigo profesional, usó el estudio como refugio. Como confesionario. Como hogar»

 

Javier Márquez Sánchez pone su foco en la nueva caja de Elvis, que abarca el período de 1970 a 1975 —uno de los más intensos y complejos para él— y compila cinco discos con grabaciones en los RCA Studios de Hollywood, versiones inéditas, correcciones, bromas y dudas.

 

Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.

 

Podría decirse de Elvis Presley que es el hombre de las mil etapas. La del rock primigenio, la de las películas, la de los discos de góspel, la del comeback del 68, la del International Hotel, la de Las Vegas… Todas ellas tienen su lado oscuro y sus joyas; algunas más de una cosa que de otras. Y lo interesante de esta nueva caja que nos llega ahora es que, a pesar de ser de su etapa denostada de los setenta, cuando uno escucha las tomas de estudio que el emérito —el de Memphis, no el de los elefantes— registró entre 1970 y 1975 en los estudios RCA de Sunset Boulevard, no encuentra al icono congelado en el mármol del mito. No está el Elvis de la portada de “Jailhouse rock”, ni el de la capa blanca extendida como alas sobre el escenario de Las Vegas. Lo que hay aquí —en esa voz que entra sin avisar, en ese piano improvisado entre bromas, en esa carcajada tímida que se cuela antes de una toma— es un hombre que canta para seguir en pie. Un artista que, en medio de la tormenta personal y del vértigo profesional, usó el estudio como refugio. Como confesionario. Como hogar.

Elvis Presley. Sunset Boulevard lanzado el pasado 1 de agosto —para disfrutar mejor del chiringuito—, compila cinco discos con grabaciones esenciales realizadas en los RCA Studios de Hollywood durante ese lustro decisivo, e incluye no solo versiones de canciones tan reconocidas como “Burning love”, “Always on my mind” o “T-R-O-U-B-L-E”, sino también ensayos completos de 1970 y 1974, versiones inéditas, bromas, correcciones, repeticiones, dudas. Son ochenta y nueve pistas, treinta y cuatro de ellas mezcladas de nuevo sin overdubs, con el sonido crudo y honesto de unas sesiones que marcaron la recta final de su carrera en estudio. Y a la vez, la más humana. No hay maquillaje. Hay voz. Hay búsqueda.

El estudio de Sunset Boulevard, situado en el número 6363 de la mítica avenida angelina, había sido testigo de grabaciones históricas desde los años cincuenta, y en los setenta era uno de los enclaves clave para la música popular norteamericana. Por allí pasaron The Monkees, Sam Cooke, The Beach Boys o Neil Sedaka, pero cuando Elvis llegaba, todo se detenía. Su presencia generaba una atmósfera particular. No era el Elvis de las multitudes, sino el del círculo íntimo: músicos de confianza, luces bajas, micrófonos listos y una taza de café en la mano. Lo rodeaban sus fieles: James Burton con la Telecaster encendida, Ronnie Tutt como metrónomo salvaje a la batería, Jerry Scheff en el bajo, Glen D. Hardin al piano y The Sweet Inspirations y J.D. Sumner & The Stamps marcando con sus coros un aire entre góspel, soul y rito sureño. La producción corría a cargo del incombustible Felton Jarvis, y al mando de la mesa de mezclas estaba el ingeniero Al Pachucki, que logró capturar la calidez de aquella voz que ya no era la del joven del 56, pero que había ganado en profundidad, en melancolía, en rango emocional.

 

Cantar por la herida
El periodo que abarca esta caja —de 1970 a 1975— fue uno de los más intensos y complejos para Elvis. Recién resucitado artísticamente tras su especial televisivo del 68, y consolidado como fuerza escénica en sus primeros años de gira, se encontraba atrapado en una rutina que combinaba giras agotadoras, problemas de salud, excesos farmacológicos, crisis personales (el divorcio con Priscilla y la consiguiente separación de su hija fueron golpes profundos) y la presión constante de seguir siendo “El Rey”. Aun así, nunca dejó de grabar. Y en el estudio de Sunset, quizá más que en ningún otro, se permitió ser él mismo.

En 1970, mientras preparaba su documental That’s the way it is, Elvis aprovechó Sunset para ensayar con la banda. Lo que se oye en estos ensayos es puro material emocional: versiones aún abiertas de “Bridge over troubled water”, juegos vocales con clásicos como “You’ve lost that lovin’ feelin’”, calentamientos al piano en clave blues, ajustes de tempo con Tutt o parones espontáneos para improvisar versos. Se respira trabajo, sí, pero también camaradería. Y momentos de belleza real. Escuchar a Elvis cantar medio en broma, medio en serio, es asistir al nacimiento de algo que no sabe si será canción o solo desahogo.

En 1972 graba “Always on my mind”, con la herida abierta de su separación aún sangrante. Es un Elvis vulnerable, sin escudo, cantando como quien pide perdón. El contraste con la explosiva “Burning love” —registrada en la misma época y también en Sunset— es radical: en una canta con rabia, en otra con ternura dolida. Ambas están en esta caja sin los arreglos posteriores, tal como fueron captadas en el momento. Sin overdubs. Solo su voz y los instrumentos. Una joya.

En 1975, su carrera discográfica parecía haberse estancado, al menos de cara al público, pero en discos como Today encontramos temas como “T-R-O-U-B-L-E”, que él adoraba. Era puro rock and roll, con guiños honky tonk y un tempo endiablado que le obligaba a estar al cien por cien. Escuchar aquí las distintas tomas, los parones, las risas nerviosas, las repeticiones, es entrar en la cocina de una canción que aún estaba en ebullición. Y que, en ese caos, demuestra el nivel de profesionalismo que Elvis seguía imponiendo en el estudio, incluso cuando su salud empezaba a resentirse.

Pero si hay algo que convierte esta caja en una joya emocional, son los ensayos completos incluidos. En especial los de 1970, donde se mezclan canciones, anécdotas, risas y pasajes introspectivos. Aquí aparece el Elvis más real: el que canta para sentirse vivo, el que improvisa con la banda como si el mundo no existiera afuera. La química entre él y sus músicos es tangible. Es un Elvis que se mueve entre la autoexigencia y la ternura, que se enfada cuando algo no suena bien, pero a los tres segundos suelta una broma. Que canta un viejo espiritual porque le sale del alma. Que prueba una canción tres veces y luego decide cambiarla entera. Que aún disfruta, y mucho, haciendo música.

Hay momentos en los que la cinta registra su respiración profunda antes de una frase clave, un carraspeo, un murmullo. Y ahí, en esos segundos que no salen en los discos oficiales, está el verdadero Elvis. No el mito. El tipo que aún cree que cantar puede salvarte de ti mismo.

 

Más allá del mito
Pese a la leyenda que lo rodea, Elvis Presley fue ante todo un intérprete. Un canal. Un médium. Alguien que sabía transmitir emociones sin artificio. Y en esta etapa, aunque su imagen pública se llenaba de capas —las lentejuelas, los conciertos masivos, los rumores—, su esencia artística seguía intacta en el estudio. Lo que ofrece Sunset Boulevard no es tanto un monumento sonoro como una ventana abierta a su lado más íntimo. Un retrato sin filtros.

No hay aquí grandes hits pensados para las listas. Lo que hay son canciones que él quería cantar, versiones que le gustaban, temas nuevos que probaba, o simplemente sesiones de calentamiento donde el alma se cuela sin avisar. Y eso, en alguien que había conquistado todo, tiene un valor casi sagrado.

Las nuevas mezclas permiten, además, redescubrir su voz sin las capas de producción posteriores. Escucharlo así, limpio, crudo, sin añadidos, es casi como tenerlo delante. Como estar sentado en el control room mientras él canta. No hay mayor privilegio.

Con esta edición, Sony Legacy y los responsables del legado Presley han hecho algo más que una recopilación: han devuelto la palabra al artista. Al hombre que, más allá de las portadas y los pósters, se sentaba en una sala de grabación y decía: «Vamos a hacer música».

En un tiempo donde los lanzamientos póstumos a menudo pecan de ser refritos o meros objetos de coleccionista, Sunset Boulevard se distingue por su alma. Es un disco para escuchar con atención. Para descubrir los matices. Para emocionarse. Para recordar que hubo un momento en el que Elvis Presley, rodeado de sus músicos, con una taza de café, un micrófono y una idea, aún creía que grabar podía salvarlo.

Y quizá, durante unas horas, lo hizo.

Artículos relacionados