El mejor oficio del mundo, de Diego A. Manrique

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LIBROS

«Manrique puede dar cabida a píldoras, pequeñas rodajas de información jugosas o también dulces. Es dueño de la palabra y dueño de la experiencia»

 

Diego A. Manrique
El mejor oficio del mundo
EFE EME, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

No es demasiada la producción bibliográfica de Diego A. Manrique, si contamos que lleva desde mediados de los años setenta trabajando con la palabra de querencia musical y que es uno de los más reconocidos críticos españoles, también europeos. Su discurso ha sido, en gran parte oral. Y gracias a Dios, porque con él ha educado a generaciones de españoles y les ha descubierto canciones y grupos que sin él hubiera sido mucho más difícil que hubieran llegado hasta nosotros. El archivo audiovisual de lo que ha dejado en Televisión Española y en Radio 3 explica nuestra música.

En todo caso, al escribir, parece preferir las distancias cortas, esas crónicas que publica en El País o las que este libro presenta, que son canela pura. Parte siempre de una pequeña anécdota —un viaje, un obituario, la aparición de un libro— para enriquecerla, diseccionarla, trenzar hilados con otras situaciones, desplegar un punto de vista siempre agudo, abrir las canciones con una simple frase. Tiene auriculares en los ojos y Rayos X en los oídos.

En concreto, El mejor oficio del mundo despliega los textos que ha ido disponiendo en la revista Cuadernos Efe Eme desde su número uno, en la columna “La última bala”. Su título tiene más años todavía, es lo que pensó en su juventud al encarar el periodismo: le pagaban por escribir, recibía discos gratis y entraba en conciertos sin pagar. Está dividido en capítulos que centralizan los diversos temas por los que va discurriendo, que son variados, pero no dispersos, porque todos son relatos y reflexiones sobre lo que ha vivido, sin orden, pero con concierto. El encargo de hacer unas letras en castellano para Bob Dylan —no, no se alboroten, el proyecto no llegó a término— da paso a una visión del Londres punk y concluye con Joaquín Sabina. Un Londres punk que es el tema de otra crónica, con concierto de The Damned incluido. Así, todo se va encadenando y todo tiene sentido.

Hay, salpicados aquí y allá, una serie de retratos que dan cuenta de la historia de la música española. Miguel Ríos es el primero, pero tras él aparecen Sabina y su casa, el ímpetu de Manolo García, un Antonio Vega bajo un cedazo conmiserativo, Juan de Pablos, cuya reseña toma forma de panegírico, o Carlos Tena, al que rocía de un inmenso cariño. Aprovecha algunos de ellos para lanzar puyas a sus fobias: el de Tequila le sirve para hacerlo con Mariscal Romero.

Las figuras extranjeras también tienen su rinconcito: Leonard Cohen que le dio plantón en su cita para que le enseñase Montreal, una entrevista a Lou Reed, otra frustrada a Rubén Blades o el paso de Depeche Mode por España.

Quizá, lo más jugoso sea sus experiencias con la industria —los sobornos estaban a la orden del día— y en la radio y la televisión. Lo vemos entrando a Onda 2 y en el Primer Simpósium Tecno, o participando en ¡Qué noche la de aquel año!, creando el Diario Pop y Popgrama… Precisamente de Popgrama viene un viaje a Sevilla en el que entrevistan a Triana y a Veneno. Es este apartado, el de los viajes, extremadamente suculento, y lo podemos ver yendo a México DF, a La Habana o al Penal de Ocaña, para acompañar a Los Chichos en un concierto.

En la columna o el artículo, pues, Manrique puede dar cabida a píldoras, pequeñas rodajas de información jugosas o también dulces. Es dueño de la palabra y dueño de la experiencia, pero siempre desde una modestia sincera. Es la actitud de los grandes maestros, como él, que nos enseñó música y nos enseñó a hablar de música. Nos sigue enseñando.

Anterior crítica de libros: Conocerlo es amarlo, de Victoria Bermejo.

 

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