LIBRO
«Victoria Bermejo conecta, de forma muy inteligente, la excitación de esos años en el cómic con la excitación en la música»
Victoria Bermejo
Conocerlo es amarlo
EFE EME, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
Existió, tiempo ha, digamos que durante toda la franja de los años ochenta, una revista de cómics en nuestro país. Bueno, existieron muchas, claro está, pero una que marcó y remarcó una línea —después dijeron que era clara— que sin pretender comérselo todo, siendo minoritaria, ha continuado dando alegrías hasta nuestros días. Se llamada Cairo y a los que estábamos balanceándonos entonces entre la adolescencia y la juventud nos produjo un impacto que aún no se ha extinguido.
Recapitulemos. Veníamos de una infancia marcada por las revistas de Bruguera, Pumby y el TBO, cuando, ya con los setenta casi acabados, descubrimos que existían superhéroes, que a este que les habla nunca le llamaron la atención, a pesar de que tenía en mi edificio las oficinas de la mítica editorial Vértice, a la que acudía para que, con la excusa de la vecindad, me regalasen números atrasados. También descubrimos que existían cómics de terror como Creepy —como buen adolescente, lo sobrenatural me interesaba más, ahora apenas— y la fantasía épica de Tótem. Había algunas más, entre las que un sector del público no acababa de decidirse por un estilo u otro porque ninguna acudía a su sensibilidad. De golpe, muy a finales de ese 1981, aparece Cairo. Una mirada de reojo a esa portada —un flechazo en términos sentimentales— nos hizo saber que esa iba a ser nuestra revista.
Ahí estaba el colorido y el trazo de nuestra infancia, las mismas sensaciones, pero, a la vez, un contenido que nos iba a llevar a la narración adulta que deseábamos. Editada por Norma bajo la iniciativa personal del director, Joan Navarro, iba a hacer nuestros los años ochenta. Convivían en sus páginas clásicos de la historieta francobelga y nuevos autores españoles con ciertos rasgos comunes en su estética y en la búsqueda de cierta continuidad con ese estilo. Mes a mes, no cabía en mí el nerviosismo hasta que lo mataba la presencia en el quiosco de Cairo. O en una tienda de cómics que, gozosamente, se empezaban a abrir locales por esos años.
Un día, en el número de mayo de 1983, encontramos una nueva sección. Se titulaba “Conocerlo es amarlo” y la firmaba una tal Victoria Bermejo. Se trataba de dar voz a los colaboradores —en dibujo o en palabra— de la revista como si fueran alguien famoso, que de aquellas no lo eran, únicamente eran eso, colaboradores de una revista que tampoco vendía ejemplares a mansalva.
En la introducción del libro Conocerlo es amarlo, que recopila las trece entrevistas de esta sección, que finalizó casi a punto de que la revista finalizase también su primera etapa, la propia Victoria Bermejo conecta, de forma muy inteligente, la excitación de esos años en el cómic con la excitación en la música. Eran tiempos en los que una generación empapó todo, como una bebida carbonatada a la que se agita antes de abrirla, porque el mismo espíritu de la Nueva Ola —que a los adolescentes-jóvenes de entonces nos emocionó— está en las páginas de lo que llamaron «neotebeo». Así que también me sirvió para descubrir mi música.
Ahí aparece un grupo de dibujantes levantinos a los que se llamó «escuela valenciana», representados, por ejemplo, por Daniel Torres, con sus guiones policíacos y retrofuturistas, y Mique Beltrán, con su mundo barroco y colorista. También Gallardo, que venía de la revista rival —rivalidad inventada por los periódicos— El Víbora, y Tha, la conexión con Bruguera y TBO, puesto que había trabajado en ellos. Pero si hubo una conexión significativa fue la de Josep Coll. Uno intuye que, frente a tanta presencia del cómic de raigambre francesa, los gestores de la revista quisieron conectar con una tradición que no solo fuese foránea, era la manera de ligarse a un relato. Y escogieron a Coll, una de las estrellas de TBO que, a pesar de eso, en 1964, comenzó a trabajar de albañil porque el sueldo de la revista era un «sin palabras». En el primer número de la revista ya le habían hecho una entrevista y en la de “Conocerlo es amarlo” nos habla de una Barcelona que ya no existía, de sus calles y sus salas de fiesta.
Hay dos preferidos míos hasta el máximo nivel. El primero, el que abre la serie, Montesol, con su costumbrismo suavemente irónico y su pretensión —urgente y necesaria, deja entrever en la entrevista— de volcarse en ideas nuevas. También bebía los vientos por Pere Joan, mallorquín, con su aparente infantilismo en azul mediterráneo.
También fui devoto de los dos entrevistados que se dedicaban a la palabra y no al pincel, Ramón de España, que me había guiado por nuevos vericuetos musicales, e Ignacio Molina, que pronto se convirtió en Ignacio Vidal-Folch y del que leía y releía su primer libro, El arte no paga.
Así que, ante esta novedad de la colección Intermitente, de Efe Eme, solo puedo dar las gracias. Gracias a Victoria Bermejo por darme a conocer a artistas que han marcado mis gustos. Gracias a Joan Navarro por permitirme vivir unos tiempos efervescentes. Gracias por descubrirme a Tardi y, de paso, a Leo Malet y a tantos grupos musicales que todavía me emocionan. Gracias por todo.
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Anterior crítica de libros: Los viejos amores, de Rosa Ribas.