Stanley road, el mejor Paul Weller

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TREINTA ANIVERSARIO

«Weller se sintió libre para crear sin ataduras y, aunque se trataba de mirar hacia adelante en lo artístico, en lo personal tiró de nostalgia»

 

Fernando Ballesteros se adentra en el tercer disco en solitario de Paul Weller. Un álbum de tintes autobiográficos salpicado de colaboraciones estelares, que contó con el aplauso de la crítica y el público.

 

Paul Weller
Stanley road
GO! DISCS, 1995

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Para hacernos una idea de la importancia que tiene Paul Weller en la historia de la música de las últimas cinco décadas, lo mejor es no gastar muchas palabras, pero como vamos a echarle un vistazo a lo que hizo en 1995 con el sobresaliente Stanley road, únicamente recordaremos que, en aquel momento, ya iba camino de las dos décadas de una exitosa carrera.

Con The Jam alcanzó la gloria y abanderó el resurgimiento del movimiento mod a finales de los setenta y, una vez disuelto el grupo, se reinventó montando Style Council con los que fue varios pasos más allá a la hora de explorar otros sonidos. Lo de su primera banda fue casi un fogonazo, no hubo tiempo para la decadencia, pero, con los Council el éxito inicial se fue difuminando para terminar dando paso, con la llegada de la década de los noventa, a una carrera solista que aún hoy sigue dando frutos.

Paul Weller, en 1992, fue su primer disco en solitario. A aquel estimable elepé, le siguió el superior Wild wood un año más tarde y, empeñado en demostrar que su trayectoria apuntaba al alza, su siguiente álbum significó todo un salto de calidad. Stanley road llegó en un momento importante para un artista que había visto cómo su segundo elepé cosechaba un éxito notable y era recibido con muy buenas críticas. Weller se sintió libre para crear sin ataduras y, aunque se trataba de mirar hacia adelante en lo artístico, en lo personal tiró de nostalgia desde el mismo título de la obra.

 

Un nuevo comienzo mirando a la infancia
Stanley road nos remite al nombre de la calle de Woking en la que se crio de chaval. La casa en la que vivió aquellos años ya no estaba allí en 1995, pero sí un paso de cebra cercano, lo que le llevó a plantearse la posibilidad de recrear la portada de Abbey road, una idea de la que le hicieron desistir, por lo que, finalmente, decidió trabajar con el diseñador Peter Blake. Pero ese, a fin de cuentas, era el envoltorio; lo que importaba por encima de todo era la música y en este apartado vivía un período de gran inspiración.

El propio protagonista recordaba años más tarde que aquella época fue divertida y positiva en lo artístico, pues desde Our favourite shop, de Style Council, no disfrutaba de un éxito semejante. A esta nueva realidad había contribuido la admiración que profesaban públicamente por su obra los artistas que copaban las listas en las islas. Los chicos de Blur y Oasis podían tener muchas diferencias, pero en lo que estaban de acuerdo era en considerar a Weller como un maestro y una influencia. Aquellos jóvenes escuchaban sus nuevos discos, pero su admiración llegaba hasta sus días al frente de The Jam.

Sin embargo, mientras en lo artístico las cosas parecían ir sobre ruedas, en lo personal pintaban bastos, se había separado, se preguntaba hacia dónde se dirigía su vida y tampoco se estaba cuidando demasiado. Refugiado en la música, Paul trabajó duro en sus nuevos temas y entró en el estudio con la mayor parte del material que iba a grabar ya escrito y bien rodado. Había estado más de un año girando con las canciones de Wild wood y entre viajes, tiempos muertos y habitaciones de hotel, acertó a encontrar huecos suficientes para ir creando su siguiente disco.

Con toda esa tarea adelantada se metió en The Manor Studio, un lugar en el que ya había registrado su anterior trabajo y en el que se sentía como en casa. Las sesiones fueron tan fructíferas, que Stanley road es una de esas obras en las que prácticamente todo está grabado en vivo.

 

Una soberbia colección de canciones
El buen trabajo de guitarras es una de las constantes de todo el trabajo y en ”The changingman» apoya la voz de Weller que aparece llena de potencia. Un comienzo repleto de regusto soulero que le devolvió al Top-10 de la lista de singles británica.  “Porcelain gods” se mueve en atmósferas amables, pero la voz se deja el alma en la interpretación y en un mensaje en el que el autor, como una persona que se lo cuestiona todo, habla de un Dios de porcelana que se hace añicos al caer.

“I walk on gilded splinters” es una magnífica versión de Dr. John, en la que aparece como invitado Noel Gallagher. Al parecer, el mayor de los hermanos Oasis se presentó un día de visita en el estudio y, casi de forma improvisada, agarró la acústica y se puso a tocar, más o menos, lo que haría poco después, devolviendo la visita, Paul en “Champagne supernova” de los de Mánchester.

La versatilidad de una voz en gran momento de forma se muestra en todo su esplendor cuando se trata de bordar baladas como “You do something to me”, con su cautivadora introducción de piano, y “Time passes”, otra demostración de saber hacer y de tocar la fibra con una bonita y emotiva canción.

“Woodcutter’s son” es uno de los temas en los que toca Steve Winwood, otro de los invitados en aquellas sesiones que aquí aporta su teclado y que también toca el piano en “Pink on white walls”. Y hablando de aportaciones, imposible no detenerse en el gran trabajo guitarrero de Steve Cradock, que ya había aparecido en el anterior elepé de Weller y que fue ganando peso hasta ser lo más parecido a la mano derecha de Paul. De hecho, ahí sigue el fundador de Ocean Colour Scene, tocando con él en directo y produciendo su último disco de versiones, Find El Dorado. Ninguno de los dos protagonistas de esta bonita historia de amistad y admiración mutua habría sospechado que las cosas iban a ir por ese camino, cuando un adolescente Steve quiso llamar la atención de su ídolo hasta el punto de que éste se lo tuvo que quitar de encima. Pasados unos años, con Cradock ya al frente de Ocean Colour Scene, se produjo el reencuentro, Paul pensó que aquel chaval le sonaba de algo y  poco tiempo después había surgido un vínculo que parece inquebrantable.

El disco, que termina con la brillantísima “Wings of speed”, con Weller dando lo mejor de sí mismo y Carleen Anderson aportando un punto de góspel que le da aún más belleza a los grandes coros, se puso a la venta el 7 de junio del 95 y se convirtió en cuádruple platino.  A pesar de alguna crítica tibia, como la de NME, Stanley road fue tan brillante y casi unánimemente reconocido que, cumplido su objetivo de liberar a su creador de su pasado, pasó a convertirse, en poco tiempo y de forma paradójica, en algo así como su nuevo pasado; una referencia que, a partir de aquel momento, iba a perseguir a su autor como uno de esos trabajos muy difíciles de superar en el futuro.

Tampoco pareció importarle en exceso, su siguiente paso Heavy soul (97) no batía a su predecesor, pero rayaba a gran altura; y, a partir de entonces, Weller es una especie de institución del pop británico, una figura respetada y admirada por todos, que posee una sólida discografía que, más allá de altibajos, no ha minado la consideración que tienen sus fans del modfather. Eso sí, somos unos cuantos los que si tenemos que elegir uno solo de sus discos solistas nos quedamos con Stanley road.

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