Pídemelo todo menos seso, de Rafa Balbuena

Autor:

LIBROS

«Estremecedoramente pornográfico sin escenas de sexo. Es lo que tiene la locura de amor»

 

Rafa Balbuena
Pídemelo todo menos seso
ORPHEUS. EDICIONES CLANDESTINAS, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Rafa Balbuena es —y ha sido, y será en el futuro— muchas cosas. Es licenciado en Geografía e Historia, cronista del pop y el rock asturiano con su libro No se salva nadie, que retrata la música de los ochenta en el Principado, periodista y editor de la excelente revista Atlántica, heredera de esas excelentes revistas del nordeste —ilustradas a la perfección, llenas de textos costumbristas, comprometidos y modernos—, y ahora, novelista con este su primer texto que encaja en parámetros más literarios.

Y lo cierto es que Pídemelo todo menos seso no tiene nada que ver con la catarata de actividades que han llevado a Balbuena a ser casi un cronista de lo que ocurre en Asturias. Apenas hay alusiones geográficas, todo se basa en un intimismo a veces desconectado del exterior y se inscribe en esa tradición de amour fou, una temática de Occidente que presenta el amor como destrucción y que recorre los ciento cincuenta años que van del Werther, de Goette, a La dama del viento sur, de Javier García Sánchez. Rafa Balbuena se encadena a este río.

En todo caso, la novela es un manuscrito encontrado. Un cabo de la Guardia Civil redacta un informe en el que se habla sobre Alfonso Ruiz Talavera, un misterioso personaje que —diciendo ser historiador— se instala en la pensión de un pueblo, intima con muchos de los vecinos y desaparece sin dejar más rastro que una novela, que es la que el lector tiene en sus manos. Una novela que no desvela el misterio de ese viajero, puesto que trata de tres procesos de enamoramiento —tres novelas cortas— que siguen la dinámica de Stendhal en Del amor. En los tres casos, el dolor que se produce es inversamente proporcional a la felicidad que se esperaba.

Los tres amores cuentan con apodos. La primera es La Larga, un amor de veinte años atrás —ella con catorce—, compañera de clase y en ambientes que rodeaban la mala vida, donde buscaba siempre el peligro y resultaba ofensiva y cruel. La fascinación por La Larga hace que pueda jugar con él hasta que un episodio doblemente doloroso cambia el sentido de la relación. La Larga deja los estudios —su mente era más libre de lo que le podían enseñar— y se va a vivir con alguien diez años mayor, pero lo que pasó entre ella y Talavera entra en la categoría de lo precioso. Son conversaciones de quince años, el olor del amor como nunca se volverá a sentir, tan bonito que ni ellos mismos se lo creen.

Después de La Larga vino La Rubia, una relación sin tensiones, pero que cae por ello en el más rutinario aburrimiento. Neutra en todo, hablaba bajito y callaba casi siempre algo interior que la hizo ser una bebedora compulsiva. Todo su mundo era de raros y perdedores que la hacen descender por todos los círculos del infierno. Un infierno como el que vivió el narrador con La Flaca, a la que en la primera frase de su capítulo califica de «puerca». Es la narración más estricta y el estilo más espinoso —mientras que el resto del libro es lírico y demorado—, porque cada amor requiere su tono, y este es hermoso y triste a un tiempo.

Uno, tras la lectura del libro, como su protagonista, ha pasado por el horror y ha salido indemne, se ha liberado, no sin dolor, y todo es purificador. Estremecedoramente pornográfico sin escenas de sexo. Es lo que tiene la locura de amor.

Anterior crítica de libros: Todas las guerras empiezan en verano, de Diana Aller.

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