DISCOS
«Bellísimo, no hay otro calificativo para este disco»
La Dama Se Esconde
La tierra de los sueños
WARNER, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
A principios de los años ochenta, apareció en Donostia un cuarteto llamado Agrimensor K. El nombre y el título de algunas de sus canciones —“El castillo— dejaban bien a las claras su querencia por los mundos de Kafka. Su música, evidentemente adoptaba patrones oscuros y era bastante apreciada entre los degustadores del estilo.
Tras la escisión, dos de sus componentes —Ignacio Valencia y Nacho Goberna— llevan adelante otro proyecto: La Dama se Esconde. Prueban con un minielepé y un elepé, llenos de hermosas canciones, con las que no ocurre nada, en las que seguían apostando por ambientes lúgubres, con el añadido de paisajes lejanos, afines muchas veces a las imágenes de fantasía de El señor de los anillos, y a desarrollos oníricos.
Pero todo cambia cuando WEA les ve posibilidades y les edita un tercer disco, este que acaba de ser reeditado por el mismo sello en un ejercicio de recuperación necesario. Levemente, son un nuevo grupo. La mayor presencia de componentes electrónicos y unas canciones que ya no eran tan vaporosas y se vuelven más melódicas y definidas es un giro de guion. La llegada al gran público estaba ya preparada y lo hicieron con la canción que da nombre al elepé, que alcanzó las listas de éxito, los bares musicales de barriada y los programas televisivos. Se trata, sin duda, de una de las mejores canciones del pop español. Tres minutos justos de exquisita melodía, fondos potentes y levemente melancólicos y una letra repetitiva que habla de que el amor es fantasía o no es.
La canción llegó a comerse al disco, que contiene temas que son más que mero acompañamiento. Son letras que juegan con la sugerencia, como la de “Un sendero”, más ampulosa, con un bajo siempre presente, algo de cuento y algo que se acerca a la grandilocuencia pero que no llega a entrar en ella.
Hay líneas suficientes para conformar un buen puñado de estilos, adscritos al pop que se hacía en su época. “Garabatos” marca tres de ellos. Suena a funky de ojos azules —igual que “Sombreros empapados”—, y se encuentra cercana a los últimos discos de La Buena Vida, no sin asumir dejes más rockeros que en el resto de cortes. También afín a la manera de hacer de La Buena Vida es “Zambullirte”, en sus treinta primeros segundos, tras los que surgen imágenes acuáticas y metáforas amorosas obsesivas e intensas sobre un piano lento y una batería que marca compases lejanos.
Un par más de canciones se dan la mano con sus paisanos Duncan Dhu. “Sensaciones oceánicas”, por ejemplo, que es casi rockabilly y la más alocada del disco, metida en el mundo de los sueños, y, sobre todo, “Es un teatro”, con guitarras acústicas, más ligeras, y un bajo que también puede asimilarse a sus contemporáneos Aventuras de Kirlian y al pop de San Sebastián en los años noventa.
Hay una parte incluso más rockera, la que abre “Cuatro direcciones”, no muy alejada de lo que hacían por entonces Los Negativos. Cuenta con pulso de ciudad, de noche, con esas pasiones de las guitarras, con teclados más escondidos, pero a todo tren y un estupendo crescendo. “Esto solo es” tiene más de 091, totalmente directa y potente, con un precioso juego de guitarras que va emergiendo. Además, en su letra es una joya escondida de angst adolescente y rebeldía.
Por otro lado “Nunca he entendido a las sirenas”, el segundo single que se extrajo del disco, tiene algo de Radio Futura, incluso la voz es cercana a la de Santiago Auserón. Su crescendo inmenso coge fuerza y hace que la canción se transforme en una rodaja soul.
Siempre cuentan con paisajes de océanos, desiertos, largas extensiones de nada. Siempre acogen sus letras orquestaciones amplias, pero que no llegan a la ostentación. Siempre se dirigen a las telas del corazón hasta llenarlas de esperanza y oxígeno. Bellísimo, no hay otro calificativo para este disco.
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Anterior crítica de disco: Jump into life, de Sacred Paws.
