La profunda raíz sureña de Lucinda Williams

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«El peso de la moral o el dramatismo lo heredó, por vía paterna, de la literatura gótica sureña, género donde destacaron escritores como William Faulkner o Carson McCullers»

 

María Canet se adentra en la obra de Lucinda Williams para analizar la huella sureña que, a nivel emocional, lírico y sonoro, atraviesan sus canciones.

 

Texto: MARÍA CANET.

 

El sur de Estados Unidos es un universo tan complejo como fascinante. Inabarcable en su extensión, es un enclave donde darse de bruces con costumbres, prácticas o pensamientos desfasados, que cogen polvo como objetos olvidados en un viejo baúl. Pero también es un lugar de mezcla, de contrastes y novedad donde la diversidad impera. Hacia el oeste, es el pueblo recóndito de Texas donde la bola de paja atraviesa una carretera vacía; al este, se encuentra el bullicio de Nueva Orleans. Lucinda Williams nunca ha querido renunciar a ninguna de las dos vertientes. Nacida en Lake Charles, Luisiana, se labró fama ante la crítica musical especializada, de ser demasiado rock para el country y demasiado country para el rock, cuando en 1988 publicó su tercer álbum, un disco homónimo (Rough Trade Records), que fue rechazado por varias discográficas.

La artista posee tantas aristas como el sur de su país. Desde sus inicios a principios de los ochenta, se erigió como la mejor discípula de los forajidos del country (Willie Nelson, Johnny Cash, Waylon Jennings, Kris Kristofferson), crítica con la industria de Nashville y su sentido de la pulcritud del género, se ha mostrado permeable al country, al folk, al bluegrass, pero también al rock and roll, al blues o al cajún, incapaz de anclarse a un único puerto musical. En su obra se encuentra tanto el lamento solitario en la barra de bar de un honky tonk de carretera donde se pretende curar el desamor con alcohol, como la alegría de Nueva Orleans; atormenta la culpa bajo el yugo de la moral católica, pero también se reivindica la libertad.

Su discografía conforma un viaje por una geografía física concreta, pero, sobre todo, emocional. Si bien resulta evidente el poso en sus melodías, que brotan en gran medida del blues, los ritmos criollos, el folk o el country, sus letras, nutridas de una fuerte narrativa sureña, son el hilo conductor que vertebra su obra. Hija del poeta Miller Williams, el oficio de su padre (profesor universitario) hizo que pasara su infancia y juventud en Mississippi, Arkansas, Georgia o Nueva Orleans, lo que sin duda influyó en su carácter errante y en su vis literaria a la hora de componer. Aunque, siempre bajo una mirada propia y en movimiento, las costumbres o los paisajes típicos de la zona situada más al oeste, se nombran sin cesar. También el peso de la moral o el dramatismo, algo que, sin duda, heredó, por vía paterna, de la literatura gótica sureña, género donde destacaron escritores como William Faulkner o Carson McCullers.

Los paisajes rurales, protagonistas con el alma herida, la tragedia, melancolía o la moralidad católica que se manifiesta a través de la culpa están arraigados en las canciones de Williams. Es el caso de “Pineola”, tema perteneciente a Sweet old world (Chameleon Records, 1992), donde aborda la tragedia del suicidio de Frank Standford, poeta amigo de la familia del que Lucinda se enamoró. Una oscura tragedia donde escenas cargadas de idiosincrasia autóctona se abren paso entre el polvoriento y crudo slide de la guitarra: «Sonny se disparó con 44 / y lo encontraron yaciendo en su cama/nacido y criado en Pineola / su madre creía en el Pentecostés / consiguió a un cura para que dijera unas palabras / así no estaría perdido». El dramatismo que desborda el tema que da nombre al álbum, donde la muerte vuelve a alargar su sombra, profundiza en esa temática lúgubre.

Otro destino trágico, el de Blaze Foley, músico de Austin, Texas, íntimo amigo de Townes Van Zandt, protagoniza “Drunken angel”, tema perteneciente a Car wheels on a gravel road (Mercury Records, 1998), un tributo a otro espíritu libre del folk que fue brutalmente asesinado. Foley es representado a través de sus luces y sus sombras, como un antihéroe, un «ángel ebrio», una sugerente antítesis. Concretamente, Car wheels on a gravel road es uno de los trabajos que mejor despliega su carácter sureño. Alusiones directas a su ciudad natal, “Lake Charles”, donde Williams se encuentra con sus raíces pero, también, de nuevo, con la muerte, en esta ocasión, de su pareja, Clyde Woodbard. La fatalidad del destino parece brotar irremediablemente de esa dura tierra: «tenía un motivo para volver a Lake Charle s/ nació en Nacogdoches / eso es el este de Texas / no lejos de la frontera / pero le gustaba contar a todo el mundo que era de Lake Charles».

Hay que tomar la desviación hacia el este para alejarse de episodios tristes y encontrarse con los buenos recuerdos. Lucinda también sabe desprender la belleza de la cotidianidad sureña, mientras coquetea con la festividad del bluegrass, la canción que, precisamente da nombre al disco, funciona como un botón que dispara una sucesión de imágenes, sensaciones u olores tan evocadores y sugerentes como sureños: «Sentada en la cocina, una casa en Macon / Loretta está cantando en la radio / olor a café, huevos y bacon / las ruedas de un coche sobre el camino de grava».

El oeste queda atrás, la carretera acerca a Lucinda a Nueva Orleans, el puerto donde toca tierra. Su propia tierra de libertad. Allí se olvida de los sinsabores de la vida y vuelve a la infancia en canciones como “Bus to Baton Rouge” (Essence, 2001), capital de Luisiana donde se encontraba la casa de su abuela. Una mirada nostálgica pero feliz hacia el pasado, entre coros soul que conectan con la música negra: «tengo que volver a esa casa una vez más / para ver si las camelias están en flor / por múltiples razones me ronda la cabeza /  la casa de la avenida Belmont / cogí un bus a Baton Rouge». Una melancolía alegre gracias al protagonismo del fiddle subyace en “Crescent city” (Lucinda Williams, 1988) dedicada a la ciudad de la música, a través de cuya letra recorre las calles o los sabores y sonidos criollos de Nueva Orleans entre recuerdos junto a sus hermanos: «solíamos bailar toda la noche / mi hermana y yo / mi hermano y yo / solíamos caminar junto al río». De oeste a este, siempre en combate entre la dulzura y lo aspereza, la fuerza y la fragilidad, Lucinda Williams traslada a sus canciones la lucha de ese crisol sureño.

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