
«Uno ya va teniendo una edad y hay que tomarse el paso del tiempo con sentido del humor»
El músico madrileño charla con María Canet a propósito de 1973, su decimoquinto trabajo de estudio. Un disco de búsqueda con el que explora nuevas sonoridades e invita a resistir, aceptando el pasado sin nostalgia ni resentimientos.
Texto: MARÍA CANET.
Fotos: OLIVIA LH.
Quique González (Madrid, 1973), aparece por una de las callejuelas aledañas a la Gran Vía madrileña con gesto alegre y tranquilo. Su chaqueta bordada estilo western y sus pitillos negros contrastan con la última moda que anuncian los escaparates de las grandes franquicias de ropa al girar la esquina: transparencias, plataformas, prendas anchas y deportivas. Busca la postura en la silla de una de las terrazas plantadas en el callejón gris plomizo, de la misma forma que parece haber querido buscar su lugar (y el de su generación) en 1973 (Cultura Rock Records/Varsovia!!, 2025), su nuevo disco. Once canciones con las que el artista reivindica la aceptación y la resistencia como herramientas para ubicarse en el presente. Como esos bares de menú del día, la droguería centenaria de la calle Desengaño o los neones de los clubs nocturnos, que le rodean una tarde de viernes, y resisten en esa acera del foro ante la gentrificación. No pierde de vista el pasado, pero lo hace sin añoranza ni resquemor; rescata lo aprendido y lo que ha sumado para avanzar.
Una evolución palpable en las novedades que ofrece su decimoquinto trabajo de estudio, bajo la producción de su cómplice, Toni Brunet: exploración en su habitual sonido de poso norteamericano con sintetizadores, aproximación al góspel, una lírica más criptica, y juego con su propia voz. Un elepé que, tras casi treinta años de carrera, le ha hecho enfrentarse por primera vez a desafíos en el estudio de grabación (la decepción al trabajar con uno de sus ídolos) y le ha llevado a reunir en una banda a amigos-compañeros de diferentes etapas de su trayectoria. Quique González ha atesorado lo mejor de su pasado para anclarse al presente. Una cuenta saldada sin rifle de por medio, sino con un apretón de manos. La bandera blanca anuncia que está en paz consigo mismo.
Ha pasado tiempo entre Sur en el valle (Cultura Rock Records/Varsovia!!, 2021) y este nuevo trabajo, aunque entre medias publicaste un disco de versiones, Copas de yate (Cultura Rock Records/Varsovia!!, 2023) ¿cuándo nacen las canciones de 1973?
La primera que compuse fue “S.T.U.O.P.E.T”, cuando estábamos terminando de mezclar Sur en el valle y, de hecho, tuve la tentación de meterla en ese disco, pero, no sé por qué, me parecía que estaba como en otro sitio o que era más un hilo del que tirar para lo que iba a venir después. Me ha pasado muchas veces; escribo canciones entre disco y disco, que no sé si son de uno o de otro. Creo que es porque te quitas la presión de tener el disco, te quitas el peso de encima, te relajas y, de repente, te salen. Me ha pasado con varias, “Reloj de plata” entre Salitre 48 (Universal Music, 2001) y Pájaros mojados (Universal Music, 2002) o “La luna debajo del brazo”, entre Avería y redención (Warner Music, 2007) y Daiquiri blues (Cultura Rock Records/Varsovia!! Records, 2009). Me parece que esas canciones en tierra de nadie tienen mucha magia.
¿Ha cambiado mucho desde esa concepción inicial a la versión inicial que incluyes en el disco?
No, porque es de las pocas que he terminado en pocos días. La compuse con el dobro y no ha cambiado en cuanto a la estructura. La toma que aparece en el disco es la tercera que hicimos.
El disco se titula 1973, haciendo alusión a tu año de nacimiento ¿tiene más calado generacional que personal?
Las canciones hablan de un mundo que ya no existe, por eso hay más primera persona del plural que del singular. Habla de los que nacimos en los setenta/ochenta, que tratamos de ubicarnos en un mundo que nos es difícil de comprender: venimos de lo analógico y hay una explosión de lo tecnológico y lo digital que va muy por delante de lo que podemos entender. Tenemos un volumen de información tan grande que no podemos asimilar, por eso me pareció un título adecuado. Por eso se llama 1973, habla de un mundo que no existe: no hay referencias a teléfonos móviles, ni a Instagram, es un disco que podría ser en blanco y negro, de los setenta. Puede ser un fallo o un acierto.
Más allá de lo tecnológico, ¿hay algún aspecto más en el que notes esa distancia?
Claro, es lo tecnológico, lo emocional, las relaciones personales que son distintas, la deshumanización… Va a lo colectivo, lo emocional y lo cotidiano. Es algo que comparto con amigos, compañeros de generación o profesión.
Este disco ofrece muchas novedades, pero también tiene mucho de regreso: es una especie de recopilación de distintos momentos de tu trayectoria. ¿te ha permitido reconectar con el pasado o lo sientes más como una evolución?
Creo que, el hecho de hacer el año pasado la gira 25 aniversario me dio una perspectiva: me hizo reencontrarme con discos y canciones que había hecho hace mucho tiempo y que dejé ahí porque me interesaba más tirar hacia delante. Intento pensar en lo que quiero hacer ahora más que en lo que hecho, no quedarme muy colgado de eso. Pero al tener que revisitar esos discos y esas canciones, me ha hecho reconectar con un tipo de canciones que hacía tiempo que no hacía, eso mezclado con el tipo que soy ahora y con los años que llevo en esto. Me dio perspectiva para hacer estas canciones, pero sin ánimo de repetir fórmula, sino como una forma de identificarme con las canciones que has escrito.
¿Cómo ha sido el proceso de grabación de este disco? Habéis grabado en tres estudios diferentes (La Mina en Granada, Estudio Uno en Madrid, Gaua Estuidos en Bizkaia) y empezasteis a trabajar con el productor Mark Howard (Bob Dylan, Tom Waits, R.E.M, Neil Young) pero, al parecer, la cosa no acabó bien…
Nos leímos en la furgoneta un libro de Mark Howard, ¡Grabando! (Libros Cúpula, 2021), donde habla de sus experiencias produciendo a Tom Waits, Dylan, Daniel Lanois, Sheryl Crow, Lucinda Williams… ¡todos los que nos gustan! Nos flipamos un poco y decidimos llamar a su puerta, mandarle un mail para ver si quería trabajar con nosotros y dijo que sí. Tiene una forma de grabar peculiar ahora mismo: no graba en estudio, sino en casas, cines abandonados, hoteles deshabitados… Él viaja con su equipo y monta su material en espacios diferentes. Nosotros fuimos a La Mina que es una casa-estudio en Granada. Para las canciones más aéreas, tranquilas, sin mucha batería, funcionaba de maravilla y son las que hemos dejado. Pero para el resto de canciones no nos gustaba el sonido, le faltaba empuje, porque todo el mundo tenía que tocar muy bajito y en la mezcla sonaba descafeinado. No nos gustó. Tampoco fluyó con él ni personalmente ni profesionalmente, esa es la verdad, entonces tuvimos que volver a grabar la segunda parte del disco. Y, luego, en Estudio Uno, hubo un error humano, perdimos la sesión del último día, tuve que volver a cantar todas las voces, las acústicas… Eso lo entendí como un error humano y lo acepté con deportividad, pero lo de Howard fue un poco durillo.

«Tenemos un volumen de información tan grande que no podemos asimilar»
¿Te decepcionó?
Sí, sí. Durante un mes, estuve triste, con rabia, pero entre tirarlo a la basura y lucharlo, es mejor lo segundo. Me lo tomé con deportividad
¿Cambiaron cosas de la grabación que hicisteis con Howard a la de Estudio Uno o, simplemente, fue trabajar en ganar ese sonido contundente que buscabais?
Claro, en Estudio Uno ya podíamos tocar sin estar encorsetados como estábamos con Howard, al volumen que necesitábamos, sobre todo la base y las guitarras. El ecosistema había mejorado porque estábamos con Jordi Mora, un ingeniero de sonido con el que hemos trabajado en los últimos discos con el que nos entendemos de maravilla, y en Estudio Uno que son majísimos, y ahí estábamos a gusto. Al tener que volver a hacerlo, intentaba mejorar algunas estrofas, estructuras, dije “ya que tenemos esta oportunidad, vamos a intentar cantarlo mejor, hilar más fino en algunos momentos, meter algún instrumental que no habíamos pensado, coros”.
¿Te planteaste la posibilidad de no sacar el disco?
Muy brevemente. Más como un calentón, porque iban pasando cosas continuamente, la primera reacción, muy humana, es «lo mando todo a tomar por culo», pero no tiene ningún sentido porque llevábamos dos años y medio trabajando en esto. Hay un contratiempo, vamos a ver cómo solucionarlo. Todo el mundo, y, sobre todo Toni Brunet, ha tenido una actitud positiva y constructiva para no repetirlo con pereza, hastío o desgana. Hemos intentado mejorar lo que teníamos y eso ha sido fenomenal, ha sido fantástico.
¿Esta experiencia ha influido en tu forma de trabajar estas canciones?
No, hemos seguido el mismo patrón, porque yo confío en los profesionales. Un tío con ese currículum, que ha grabado mis dos discos favoritos, Oh mercy (Columbia Records, 1989) y Time out of mind (Columbia Records, 1997) de mi artista favorito, Bob Dylan… Le tienes en un pedestal y te parece surrealista llegar a ese punto (risas).
¿Lo has asimilado?
Sí, sí, lo he asimilado. Tuvimos un error muy grande, porque somos unos flipados los músicos, y fue pensar solo en los discos que grabó hace treinta años y no en lo que estaba grabando ahora. Él está en otro sitio muy distinto al que estamos nosotros, y treinta años, personalmente también, eres otra persona distinta, la tecnología ha avanzado mucho. Yo nunca había tenido ningún problema grabando con nadie, ni con un ingeniero, ni un productor, nada grave, una diferencia de opinión, pero nada que ver con lo que hemos vivido. Era duro no querer estar trabajando en la misma habitación que una persona.
En este caso, no ha ocurrido, pero existe el riesgo de renegar de esas canciones, ¿no?
Claro, claro, puede pasar eso, pero yo confiaba en las canciones. Para mí la decepción fue que tú vas con un equipo increíble, una banda increíble, unas canciones con las que estás ilusionadísimo y hay alguien que ves que no cuida ese material con el cariño que a ti te gustaría. Le estás dando las llaves de tu casa a alguien que no está cuidando tu casa. Ha sido una lección, lo normal es que le pase a todo el mundo, porque le ha pasado a todo el mundo. A veces, que pasen cosas como estas en un disco, hacen que acabe teniendo algo especial. Esto demuestra, una vez más, que lo que hacemos no es sota, caballo y rey, y eso, mola. Tú crees que lo tiene muy claro, que lo controlas, que con la experiencia que tienes… He trabajado con músicos norteamericanos y nunca he tenido ningún problema, al contrario, con Brad (Jones, productor de Daiquiri blues) y su equipo fue todo amabilidad, confianza, generosidad, porque respetan mucho lo que tienes. Yo pensaba que con este tipo iba a ser parecido, y no ha sucedido.
Mencionabas a Toni Brunet como pieza clave en este proceso. Ya lleváis varios discos y muchos años trabajando juntos, haciendo un tándem creativo ¿qué crees que te aporta?
Creo que Toni es muy exigente con las canciones, con la música en general, es muy gourmet, sabe muchísimo, hace muy buenas canciones, lo que me obliga a que mis canciones estén a ese nivel, por lo menos (risas). Le pone mucho cariño, mucho trabajo, muchas horas, es muy generoso, sabe llevar muy bien a una banda en estudio y en directo, sabe lo que le puede ofrecer cada músico, tiene un trato muy sensible y educadísimo con todo el mundo.
Hablemos de la banda que te acompaña, porque, para este disco, te has arropado de músicos que han formado parte de tu trayectoria. Has recuperado a miembros de la Aristocracia del Barrio: está Jacob Reguilón al bajo, Edu Olmedo grabó las baterías y percusiones, pero ahora en directo te acompaña Karlos Arancegui, Javi Pedreira a la guitarra. Luego está Raúl Bernal en los teclados, que te viene acompañando estos últimos años, César Pop y Toni, por supuesto… Has conseguido una especie de híbrido que reúne a miembros de tus diferentes etapas ¿no?
Sí, tienes razón; hemos hecho un buen grupo de mezcla de gente de diferentes etapas, más o menos de la misma generación. Me ha gustado mucho. Lo de Javi Pedreira fue idea de Toni, por querer que hubiera en la grabación otra guitarra eléctrica que le añadiera un poco de pimienta; que hubiera dos guitarras tocando en directo a la vez. Respecto a la batería y percusiones, Txarli es el único que podía cubrir el hueco de Edu porque es de la familia. Lo de Edu también fue un palo, ha decidido dejar las giras, tocar solo en Valencia por su salud, su bienestar, pero fue durillo. He tocado con todos, pero en diferentes etapas, y es una mezcla chula. Necesito estar con gente con la que tengo confianza y con la que me llevo bien.
Metiéndonos ya en el disco, tiene un aura cinematográfica, muy de banda sonora en muchos momentos.
Lo puede parecer porque tiene desarrollos instrumentales más largos; no nos hemos cortado un pelo en hacer un do-fa durante dos minutos, igual no hay un desarrollo en la armonía, no es nada complejo, es una banda tocando. Yo que siempre he sido enemigo de los fade out, ahora he tenido que hacerlo porque si no las canciones duraban siete minutos (risas).
Una de las novedades que ofrece son las letras. Es un disco muy visual, con imágenes que lanzas para que el oyente imagine, no eres tan explícito como en otros trabajos, ¿a qué se debe?
Sí, igualmente, creo que hay un equilibrio entre canciones más explícitas y otras más crípticas. Pero sí es cierto, que en los últimos discos me interesa más crear imágenes; casi me interesa más el escenario en el que está pasando la canción que lo que pasa. Pero hay otras que están más claras. Me gusta que haya un poco de misterio, jugar con los dobles significados. Como soy cineasta y guionista frustrado, en mis canciones me gusta hacer mis pequeños guiones, mis pequeños cortos, que para mí pueden tener un significado que para otra persona no.

«En los últimos discos me interesa más el escenario en el que está pasando la canción que lo que pasa»
Tres conceptos predominan en el disco: búsqueda, aceptación y resistencia.
Creo que no hay nostalgia en el disco. Habla de estar en paz con lo que ha pasado, lo bueno, lo malo, y creo que no hay nada de resentimiento.
El disco empieza muy arriba con “La caja de herramientas”, tanto a nivel melódico con guitarras y baterías potentes, como con la letra: «Cuanto más conspira el universo / cuanto más esfuerzo pones tú / la verdad escupe un sentimiento y te lo querías ahorrar».
Esta canción rescata una imagen que tengo de mi infancia: mi madre abrazada a un árbol debajo del edificio en el que vivíamos, porque tuvo algún tipo de movida con una vecina. Quería meter ese verso de «llorarás en el ayuntamiento», por reproducir algo parecido a ese plano inolvidable para mí de mi madre llorando abrazada a un árbol. Me imaginé también una chica que escapa de su pareja, cómo intenta poner tierra de por medio y alguien le dice que necesita herramientas para seguir adelante. De hecho, pensé en llamar el disco La caja de herramientas, pero llamamos a Black+Decker para que lo patrocinara y dijeron que no (risas).
“Tercipelo azul” introduce otra novedad a nivel sonoro, los sintetizadores, muy War On Drugs, que combinas con la letra, quizá, más poética del disco.
Igual es la más críptica. Es más bien un cuadro que una canción. Lo de War On Drugs fue casi un accidente, fue idea de César (Pop), porque le sonaban unos sintes en la cabeza y probamos. Por supuesto, a mí me encantan, y creo que la canción tiene una influencia a parte de los sintes: parece que no está pasando nada y pasan muchas cosas, tiene muchas capas. Si no hubiera habido esos sintes de los que yo he renegado tanto (risas), no sé si se hubiera acercado tanto. Es cierto que le da una épica y un vuelo que le viene muy bien a la canción.
¿Cómo surge la colaboración con Gorka Urbizu en “De verdad lo siento”?
Porque Hasiera bat (Only in Dreams, 2024) es mi disco favorito del año pasado. He ido a verle en directo y es una maravilla, me cae genial, vino a vernos a Vitoria con la gira 25 aniversario, no habíamos ni empezado a grabar el disco y le dije que me gustaría mucho que cantase en él. Nos ha dejado un regalo increíble. Le hemos llamado por pura admiración de toda la banda.
Este tema habla de esa necesidad de apartarse o de apartar a alguien, aunque no quieras, ¿se puede mirar desde esas dos perspectivas?
Pues sí, cualquiera de las dos encaja. Para mí es un poco el final de un viaje con alguien: puede ser un amigo, una pareja. Cuando llevas tanto tiempo viajando con alguien, hay tantas cosas buenas, se ha vivido tanto, lo mejor es separarse en ese momento donde aún no se han empezado a romper cosas.
Cuando hablabas al principio de la conversación de que has vuelto a acercarte a la forma que tenías de hacer canciones en el pasado, “Coleccionistas” recuerda en cierto modo a “Justin y Britney” (La noche americana) con ese misterio, esa tensión en las guitarras…
Puede ser, esa cosa un poco también como “39 grados”, ese tipo de canción. Tiene una letra kilométrica que estuve con ella casi tres años y he ido entendiéndola según la hacía (risas). Creo que es más interesante que “Justin y Britney” (risas), pero tienen cosas en común, estoy de acuerdo.
En la letra hay un imaginario habitual de tu cancionero: «vestimos chándal de matanza en las noches de fiesta/trajes de etiqueta en el jergón», ¿referencia a Los Soprano?
Sin duda, sí. Es sopranismo pasiego (risas). Este verso me encanta, salió de un amigo mío que, allí donde vivo en el valle del Pas, vino a arreglarme el tejado con el chándal manchado de sangre, después de matar el cerdo. Me sigue impresionando mucho la matanza, no puedo ir, pero para ellos es lo más normal del mundo y después se van a la fiesta popular, te está hablando como si nada, y tú solo puedes mirar las zapatillas llenas de sangre como si viniera de encerrar o matar a alguien (risas).
¿Un posible guiño, también a Los Enemigos mencionando el «jergón»?
Me encanta esa canción, y es una palabra que nunca he escuchado en ningún otro tema. Estaba la contraposición «vestimos chándal de matanza en las noches de fiesta/trajes de etiqueta en el jergón», me gustaban esos versos cruzados.
Puede que en el disco no haya nostalgia a nivel emocional, pero sí por lo material: «Seguimos comprando revistas /confiamos en los trileros / seremos la última generación de coleccionistas».
Lo veo más como un canto a la resistencia: nos sigue importando lo material, aunque nadie le haga caso ya. Seguimos comprando el Ruta y el vinilo de John Mellencamp, somos eso.
Como mencionas en la letra, ¿resistir es la única opción que nos queda?
Es a lo que nos están llevando, ¿no? Aunque la canción no hable de eso, nos llevan a conformarnos. Como, por ejemplo, en una ciudad como esta. Si tienes que pagar 1.000 euros de alquiler para vivir tú sola, y estás ganando 1.500, tienes que hacer magia, quitarte de todas las cosas que te gustan, y, aun así, estás viviendo en la precariedad, y te están pidiendo que te conformes. Entonces, resistir es la única opción que te dejan.

«Intento pensar en lo que quiero hacer ahora, más que en lo que hecho»
Otra sorpresa es la aproximación al góspel en dos de los cortes, “Preguntas sencillas” y “Cheques falsos”.
Lo probamos en Copas de yate, que fue un disco de versiones para poder probar cosas distintas, entonces vinieron las Golden Girls (la madre de Nina de Juan, Morgan, junto a sus compañeras, Araceli Lavado y Maisa Hans). Toni lo propuso y quedó bonito. Son unas maestras las tres, escuchaba las pistas que me mandó Toni, sus voces levantadas y por debajo el resto de la canción, y es increíble cómo controlan el tempo y la precisión con la que cantan.
Aportan mucha luz a esas dos canciones…
Buscábamos eso. Soy muy poco espiritual, pero de alguna manera creo en ello; hay como espíritus cantando por detrás, imágenes que aparecen un poco fantasmagóricas.
Son, quizá, los temas más esperanzadores del elepé.
Sí, por eso también las hemos puesto juntas, en medio. Me gustaban que hubiera un “momento Golden Girls”, un impasse. Igual este rollo espiritual o religioso que imprimen los coros góspel, te quita la culpa (risas).
Hablábamos antes del tono góspel de “Preguntas sencillas”, pero también tiene algo de Antonio Vega.
Antonio, para mí, probablemente, ha sido la influencia más grande, en el sentido que yo quise hacer canciones porque me encantaban las canciones de Antonio. Es un ídolo absoluto, y, de hecho, me gustaría considerarme parte de su tradición.
En “Cheques falsos” insistes en esa idea de resistencia: «solo se trata de sobrevivir con lo que llevas dentro».
En mi mundo, en mi tripi, habla de los buscavidas y de las herramientas que tenemos, de las formas que tenemos para engañarnos con el objetivo de seguir para hacia adelante, de dejar cosas atrás, tu entorno.
También asoma ese «joker que sale a repartir».
La caña puede ser para fuera o dentro, lo más sano es que sea para dentro, para no hacer daño a los demás. Yo he sido de gatillo fácil y entiendo ese verso como que, a veces, nos van bien las cosas, estamos en nuestro sitio, y, a veces, se nos cruza el cable y la liamos con quién no tenemos que liarla. No hay que castigarse mucho tampoco con eso porque a la otra persona no le ha importado tanto como a ti, no está tan dolida como lo estás tú al día siguiente.
Hay también humor, ironía: «estamos viejos y nos falta swing». ¿Forma parte de ese proceso de aceptación?
Sí, uno ya va teniendo una edad y hay que tomarse el paso del tiempo con sentido del humor. Es absurdo para mí este esfuerzo inútil de tratar de intentar aparentar que eres más joven de lo que eres. Lo entiendo, por la seducción, por lo que sea, pero realmente es ridículo, porque la gente tiene mejor perspectiva de lo que tenemos nosotros mismos.
Hay humor y también una toma de conciencia de ese cambio de etapa, pero sin nostalgia. Ocurre en “Flashes”: «solo me aproximo, pero entiendo la emoción/ ya no va conmigo, sólo fue una ensoñación».
Claro, porque te siguen llamando la atención muchas cosas, quieres seguir viviendo cosas que vivías antes, pero, en este momento, no es lo más importante. Tu vida actual te impide seguirte colgando mucho rato de ello e intentas estar en paz. Ya no vas a vivir cierto tipo de cosas, pero no pasa nada, te has comprometido con la vida que llevas y eso está bien.
¿Y esa mención a Kris Kristofferson?
Al principio era Alain Delon, pero murió Kris Kristofferson y lo cambié; me sonaba mejor y me caía mejor, así que Kris Kristofferson se comió a Alain Delon (risas). Me parece que, aparte de su música, es un personaje que me ha caído siempre superbién, también me recuerda a Nashville, un sitio que ha significado mucho para mí, y soy peliculero, me gustaba la imagen de los créditos como lo que dejas cuando te mueres; te quedas viendo los créditos con una canción de fondo.
“Descosiendo un milagro” es otro de los cortes donde predomina ese poso cinematográfico, con una melodía misteriosa y explorando un registro de voz más grave que recuerda a Tom Waits, o, también, a la versión que hiciste en Copas de yate de “¿Qué es lo que será?”, de Carlos Cano.
Fue una de las aportaciones que, precisamente, hizo Mark Howard: sugirió que cantara la canción una octava por debajo de lo que llevaba en la maqueta. Es cierto que coge una profundidad mayor, tiene más misterio, un poco rollo True detective, que era a lo que llevaba la canción: oscuridad y pantano. Era un poco arriesgado, yo no lo tenía muy claro, pero la banda me convenció, así que dije, para adelante.
A nivel musical, “S.T.U.O.P.E.T” y “Oro líquido” son composiciones muy delicadas e íntimas, las más próximas al folk, al country, en la línea de artistas como John Prine.
Pensábamos en otro John, Mellencamp, los discos que grabó con T. Bone Burnett, que es de mis productores favoritos. Me encanta esa mezcla con las canciones más oscuras.
En cuanto a la letra, en “S.T.U.O.P.E.T” vas enumerando imágenes, elementos, que han sido importantes para ti. ¿En ese repaso no hay ni un resquicio de añoranza?
En absoluto, es una mirada al futuro, es una canción que he escrito a mi hija. Es una forma de decirle que, aunque hay cosas que me siguen llamando la atención y me distraen o me quitan tiempo, siempre tendré un ojo puesto en ella.
Sin embargo, en “Oro líquido” cantas: «Soy consciente de que se ha hecho tarde y aun así me parte en dos», «no adivino lo que te hace falta», «ojalá me hubiera dado cuenta antes». ¿El arrepentimiento forma parte de ese proceso de aceptación?
Es una canción que habla de la despedida de un padre con su hijo posadolescente. El día que el hijo sale de casa, y el padre le tiene que llevar a otra ciudad para que él empiece a vivir su vida fuera de su casa. Es una historia que me contó uno de mis mejores amigos con su hijo: me narró esa escena abrazando a su hijo antes de despedirse y me conmovió. Otro de mis mejores amigos, somos amigos los tres, le dijo: «ese abrazo que te dio es oro líquido». Son las dos canciones de paternidad, la primera para Nora, y esta, para el hijo de mi amigo, por eso van seguidas.
El álbum termina con “Santos”, un tema que, a pesar de ser acústico, suena con mucho empaque.
Estamos Toni y yo con dos acústicas. Ha cerrado el disco, pero al principio pensaba que iba a abrirlo. Se ha quedado al final, pero me gusta que termine así.
Aquí sí que hay un atisbo de melancolía: «Puede ser que sí, que andamos melancólicos», ¿a modo de confesión final?
Sí, pero no pasa nada, que no nos hagan mucho caso (risas).



















