El que quiera dormir, que se compre una colchoneta, de G-5

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DISCOS

«Kiko dice que se han montado un tributo a ellos mismos y Muchachito que son un grupo fantasma»

 

G-5
El que quiera dormir, que se compre una colchoneta
EL VOLCÁN MÚSICA, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

El año 1977, la CBS, con casi una década de presencia en España, se vio en el mayor compromiso de su andadura discográfica. Un catalán —José María López Sanfeliu, más conocido como Kiko Veneno— y dos andaluces —los hermanos Rafael y Raimundo Amador—, les presentan unas canciones que hacen que los consideren poco menos que unos locos y una portada con una piedra de hachís sobre papel de plata, que se descartó al instante. La historia es conocida, no vendieron casi nada, y eso hizo que se separaran y que Kiko proyectara una carrera en solitario y los hermanos fundaran Pata Negra.

Fueron sumándose años, y, poco a poco, el disco que pasara desapercibido, fue subiendo escalones en esas listas que se montan con lo mejor del pop o del rock. Más importante aún, su espíritu caló y ese desparpajo, esa trituradora hecha de irreverencia, surrealismo y desfachatez, fue filtrándose y empapando la carrera de artistas que querían escapar de los convencionalismos. Fueron sus mentores, sus faros. No se trata solo de que pasaran su obra por el túrmix del andalucismo canalla, Veneno adapta un poema de Miquel Martí i Pol y subtitula “La muchachita” como “Canción antinacionalista zamorana”, un panfleto que Agustín García Calvo repartía en el París de los primeros años setenta.

Poco a poco, fueron siguiendo esa estela Tomasito, Muchachito Bombo Infierno o Los Delinqüentes, que toma su nombre de una canción de ese primer elepé de Veneno y en donde estaban el Canijo de Jeréz y el Ratón, en cuyo estudio —en el centro de Jerez— se ha grabado el disco. Mientras tanto, la carrera de Kiko seguía en terrenos propios, pero en 2006, maestro y discípulos, se juntaron para perpetrar Tucaratupapi. Y ahí se volvió a quedar la cosa. Y pasaron más años, casi veinte, en los que cada uno siguió enfrascado en sus cosas.

Pero en este 2025 suben de nuevo a la palestra con El que quiera dormir que se compre una colchoneta. Y vuelven a ser palabras mayores, porque, casi cincuenta años después, lo más parecido a Veneno que podemos encontrar, aparte de su disco, es el que aquí presentamos. Y lo deja claro desde el primer corte, “Querido Javier”. Es nuestra música, por la sencillez que es connatural a su espíritu, por su cachondeo de chirigotas, sus guitarras como único acompañamiento, su desarrollo armónico y su letra, en este caso contra el vicio del trabajo, dedicada a Javier Liñán, el gerente del sello que los publica, al que le van pidiendo dinero, como buen mecenas que es.

Esas letras que, a la manera del clásico repertorio de Kiko, hablan de personajes estrambóticos, que tan bien sabe perfilar. Aquí, por ejemplo, con ese hombre bala de innumerables trapisondas, que se cuela por la ventana o con el cigarrito que habla en “El porro” y que mantiene un amor con sus consumidores. Todo está teñido de una suprema desfachatez. La hay en “Vaya sarao”, con la misma crudeza de esos Veneno primigenios y una rumba con tumbao llena de energía, o en “Helsinki”, con ambiente de total diversión en el estudio y, en este caso, llena de swing, vitamina y coros grupales en lo que casi es un himno etílico. El culmen de este sector del disco es “Badajoz”, cuya letra es una frase repetida hasta la saciedad, con armonías graves, lentitud casi institucional y un cachondeo que uno no se explica cómo se sostiene sin que el grupo reviente de la risa.

Recorren, eso sí, otros senderos. El de la música íntima lo representa “Afectados por las galletas”, aunque la letra —como no— es gamberra. La etiqueta bluesera se la apropia “La moto”, sostenida por el robo de una vespa con recuerdos del “Mi carro” de Manolo Escobar. En “Sancti Petri Boulevard” despliegan una historia lisérgica en ese que fue poblado fantasma, abandonado en tiempos, y que hoy es un complejo de lujo. En ella, aparece algún deje de los Beatles psicodélicos —otra influencia de Kiko—, con resultados brillantes.

Radiante es también “Dímelo, dímelo”, que se inicia con la letra de “Guantanamera”, o el poema de José Martí, que es lo mismo —las referencias intertextuales son continuas en el disco—, y continúa con guitarras y voz, más afín a las mejores rumbas de Los Chichos o Los Chunguitos que a cualquier otro estilo.

Ellos, afortunadamente, se lo toman todo a guasa. Kiko dice que se han montado un tributo a ellos mismos y Muchachito que son un grupo fantasma. Fantasmas que han vuelto a aparecer de nuevo con una filosofía muy alejada del terror y muy cercana a la alegría sin complejos. Es lo que llamamos aquí, difícil de explicar, una mezcla de anarquía y felicidad, jaleo.

Anterior crítica de disco: Pressing onward, de Big Freedia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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