
«Canciones que nos devuelven la mejor versión de Quique González: la de un músico que nos acompaña en nuestro viaje más íntimo, ese que hacemos por dentro de nosotros mismos»
Tras la gira de celebración de su 25 aniversario y el disco de versiones Copas de yate, Quique González regresa con su decimoquinto trabajo discográfico, 1973. Lo analiza Arancha Moreno.
Texto: ARANCHA MORENO.
La primera vez que escuché “Siempre tendré un ojo puesto en ti” no sabía lo que se nos venía encima. Quique sí. Entonces solo era una maqueta, una canción que se quedó colgando cuando andaba grabando Sur en el valle, como esas composiciones pequeñas y hermosas que se esconden en discos como Salitre 48 o Pájaros mojados. Como “Permiso para aterrizar”, “Reloj de plata” o “Avión en tierra”. Canciones sencillas y sobrecogedoras que canta con la suavidad de una nana, tan íntimas como reveladoras, que remueven desde la sutileza. Una canción que nos anticipaba el camino de la paternidad, ese que él ya había emprendido, porque sabía que después de cruzar ese umbral nunca volveríamos a mirar, ni a vivir, de la misma forma.
Ahora, esa canción se llama “S.T.U.O.P.E.T.” y está agazapada en los compases finales de 1973, ese disco con el que vuelve a recibirnos con calidez, al calor de la lumbre, y nos remueve de principio a fin. Sucede desde los primeros versos de “La caja de herramientas” («Cuanto más conspira el universo / cuanto más esfuerzo pones tú / la verdad escupe un sentimiento / y te lo querías ahorrar») hasta los tigres de papel que siembran el pánico en el ocaso de “Oro líquido”. Once canciones que apelan al origen desde el título, tan redondo como aquel Me mata si me necesitas (2016), en el que encontramos la mejor versión de Quique González: la de un músico que nos acompaña en nuestro viaje más íntimo, ese que hacemos por dentro de nosotros mismos.
Tuvimos esa corazonada cuando escuchamos los paisajes furiosos de “Terciopelo azul”. Nos dejó la electricidad en el cuerpo, un puñado de relámpagos que presagiaban la mejor de las tormentas. Fue la primera descarga eléctrica de un disco que también contiene pasajes acústicos y en el que abunda el rock de medios tiempos con las tintas bien cargadas. Un álbum cinematográfico hasta la médula, con guiños a Calles de fuego, al Joker o a Kris Kristofferson, y algún thriller donde emerge el Quique más oscuro y áspero, como sucede en “Descosiendo un milagro”. Un espíritu, el del séptimo arte, que impregna la creación de ambientes y escenas mientras despacha algunas de las metáforas más bellas de su carrera: «¿A dónde van mis callejones / el remolino de gorriones / que sube por la espina dorsal?», se cuestiona en “Preguntas sencillas”. Canciones en las que escoge con intención cada imagen, cada palabra, cada acorde, sobreponiéndose a su disco más accidentado, ese en el que —premonitoriamente— ha dado «doscientas vueltas de campana sobre una cama deshecha», en el que vuelve a erigirse en faro en mitad de la tormenta.
Sobreponiéndose a los contratiempos de la grabación, Quique vuelve a contar con su tripulación: Jacob Reguilón, Edu Olmedo, Raúl Bernal y Toni Brunet, con la incorporación de Javi Pedreira. Su banda salvavidas, sus camaradas. Fabián escondido en algún coro; el trío góspel que forman María Ovelar (madre de su querida Nina Morgan), Araceli Lavado y Maisa Hens. César Pop firmando con él alguna de las músicas, como Toni. Y Brunet salvando los muebles, ejerciendo de productor de un álbum que empezó en otras manos y que él salvó con la destreza que le caracteriza. Un disco de trago largo en el que el rock coquetea con el soul y el góspel, con The War on Drugs o Van Morrison. Un trabajo moderno y clásico al mismo tiempo, que ha salido adelante gracias al empeño de todo el equipo.
La voz invitada en “De verdad lo siento”, la de Gorka Urbizu, era una de sus cuentas pendientes. Quique había puesto el ojo en él hace tiempo, y al escuchar cómo empastan sus voces, condenadas a encontrarse, entendemos por qué. Un instante después, empatizamos con el rocanrol “Coleccionistas” y esa extrañeza que siente la Generación X: «Nos sentimos fuera de la pista / nos cuesta entender el juego / seremos la última generación de coleccionistas». Ahí esparce ese simbólico polvo de mudanza que aparece cuando mudamos de piel en estos tiempos de vértigo, en los cambios de ciclo, mientras afloran la crítica social, la incertidumbre y el instinto de supervivencia.
Un instinto de supervivencia que planeaba por el álbum antes de imaginar lo mucho que costaría sacarlo adelante, porque la buena ficción siempre nos prepara para la realidad. Una mirada hacia atrás sin nostalgia, pero también una mirada al frente en la que emergen un sinfín de dudas. Preguntas que planean por todo el cancionero y que Quique resuelve en los versos clave de “Cheques falsos”: «Solo se trata de sobrevivir con lo que llevas dentro». Sobrevivir al tiempo, al dolor, a la incertidumbre, a la pérdida. Ahí está, salvándonos una vez más a través de sus canciones. Recordándonos por qué cada uno de sus discos nos hace sentir en casa. Y dejándonos un nuevo álbum que es, precisamente, una magnífica caja de herramientas. Nuestra mejor caja de herramientas para los días que están por venir.



















