
«Fue una respuesta artística a ese vacío: una suite de rock transgresivo, lírica y visceral, que hablaba de libertad, autodestrucción, soledad y sobre todo, resistencia»
Pedrá, el quinto álbum de estudio de Extremoduro, cumple 30 años. Un buen momento para volver a él, en este aniversario que, además, se celebra con una nueva edición.
Texto: JAGOBA ESTÉBANEZ.
En febrero de 1995 vio la luz uno de los discos más insólitos y revolucionarios del rock en español: Pedrá, de Extremoduro. Tres décadas después, este álbum sigue siendo objeto de culto, y su reedición en vinilo ha reavivado el interés por una obra que desafió todas las convenciones musicales de su tiempo.
El disco se grabó en agosto de 1993 en Lorentzo Records de Berriz (Bizkaia), por un grupo de dinamiteros formado por Robe (guitarra, voz y coros), Iñaki Antón «Uoho» (guitarra y teclados), Gary (batería) y Selu (saxo y cante jondo), a los que se sumaron Fito Cabrales en la guitarra flamenca (por aquel entonces militaba en Platero Y Tú junto a Uoho) y el diseñador Ramone (voz).
El álbum original contiene una única canción de casi media hora, siendo uno de los proyectos más experimentales de Robe Iniesta e Iñaki Antón “Uoho” en su amplia trayectoria. Esta edición celebra el treinta aniversario del disco y contiene la canción dividida en las dos caras, en una edición realizada por Álvaro Rodríguez Barroso, colaborador habitual de Robe. A pesar de no haber pistas, los fragmentos en Pedrá fluyen como movimientos de una sinfonía rockera. El proyecto fue inicialmente concebido como algo paralelo a Extremoduro, bajo el nombre de La Pedrá, aunque ninguna discográfica quiso arriesgarse con una propuesta tan experimental. Finalmente, DRO accedió a lanzarlo, pero bajo el nombre de Extremoduro.
A mediados de los noventa, España vivía la efervescencia cultural posmovida, con una juventud desencantada que buscaba nuevas formas de expresión, transitando entre la resaca de los ochenta y la modernización europea. En ese contexto, grupos como Extremoduro o Platero Y Tú canalizaban la rabia, la poesía y la marginalidad de una generación que no se sentía representada por los discursos oficiales. Pedrá fue una respuesta artística a ese vacío: una suite de rock transgresivo, lírica y visceral, que hablaba de libertad, autodestrucción, soledad y sobre todo, resistencia.
La letra es un viaje por la psique de Robe Iniesta, con versos que alternan entre la crudeza y la poesía y un trasfondo de filosofía existencialista que recuerda a Nietzsche. Una exploración emocional alejada de la narrativa lineal, construyendo un discurso fragmentado, casi onírico, que refleja estados de ánimo cambiantes, pensamientos caóticos y una búsqueda constante de sentido. Robe comenzó a mostrar en esta obra sus dotes de fotógrafo de guerra: yendo a la ruina para encontrar la belleza, o provocando un final apoteósico donde poder aferrarse a un atisbo de esperanza alcanzando la catarsis mental. Y, sin duda, transmitirlo desde las entrañas. Este enfoque se convertiría en tónica habitual en Extremoduro, acompañado por las guitarras y arreglos de Uoho, resultando en cobijo para infinitos seguidores.
Quiero tomarme el placer de desgranar una serie de versos que no solo conmueven, sino que invitan a la reflexión, y han sido citados por generaciones como mantras de resistencia emocional. En Pedrá hay libertad y rebeldía: «Me acuesto de día, cuando llega la luz, y tengo claro que no quiero ser como tú», expresando el rechazo a la norma y la afirmación del yo. Hay autodestrucción y redención: «Vuelvo a tener que beber de mi propia medicina», reflejando la lucha interna con las adicciones y el deseo de cambio, curándose con lo que le enferma, donde el veneno y el remedio son lo mismo. Valentía y desarraigo: «y caer mil veces más, y levantarse de nuevo, sin más bandera que sus güevos», mostrando una identidad sin raíces, libre pero vulnerable, que un lustro después elaboraría en “A la sombra de mi sombra”.
Pero también soledad y resignación: «He aprendido, de estar solo, a llorar sin molestar, y a cagarme en los calzones, y a dudar». Pasajes de sexo explícito: «Si quieres que yo te quiera, lo vas a tener muy crudo, pues yo no meto la lengua en ese chocho peludo» o «con tu flujo me alimento de mamar», demostrando tener el don de ser de los pocos cantantes que no suenan soeces a pesar del exabrupto como desahogo, mezclando lirismo y palabrota. Y más de lo mismo con una síntesis perfecta del nihilismo esperanzado que caracteriza a Robe: «La vida desperdiciada. Tanta lefa, para nada. ¡Escupe, bastarda!». Constantemente transitando en el vaivén entre la locura y la lucidez; el arte y el caos.
La canción no tiene estribillos ni estructura tradicional: hay saxofones que aportan un aire jazzístico y melancólico en los pasajes más introspectivos, guitarras potentes y expresivas (en ocasiones con riffs pesados) que van desde el punk hasta el flamenco, solos de piano dando profundidad emocional y contraste, coros distorsionados usados como recurso expresivo casi teatral y pasajes instrumentales que se funden con la voz desgarrada de Robe. El disco mezcla hard rock, punk, rock progresivo y flamenco, en una amalgama que anticipa lo que años después sería Extrechinato y Tú, otro proyecto paralelo que sí logró emanciparse de la marca Extremoduro. Cabe destacar que en Pedrá se utilizaron varios versos de Manolo Chinato como inspiración.
Aunque, inicialmente, incomprendido por parte del público y la crítica, Pedrá al final se convirtió en un símbolo de libertad creativa. Su letra es un espejo roto donde cada fragmento refleja una parte del alma. Su música es un viaje sin mapa donde cada instrumento es una voz más en el diálogo interno de Robe. Su carácter rupturista lo hizo destacar en una escena musical que aún se regía por formatos convencionales.
Con el tiempo, fue reivindicado como una obra maestra del rock español, una declaración de independencia artística que rompió moldes y abrió caminos. Treinta años después, sigue siendo una experiencia artística total que desafía, emociona y transforma. Joder.



















