DISCOS
«Petisme es capaz de afinarse en cualquier estilo y compás, y sabe dar elegancia a este repaso por los apasionantes años veinte y treinta del pasado siglo»

Ángel Petisme
Posada de la Sangre (Buñuel y el 27)
TRANVÍA VERDE, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
Ángel Petisme lo ha vuelto a hacer. Va para 25 años que publicó Buñuel del desierto, un disco-libro que rendía homenaje al cineasta aragonés el año de su centenario. Ahora han pasado 25 más, y esta efeméride, junto a la que está a punto de producirse con el aniversario de la Generación del 27, hace que vuelva a abrazar el mundo del cineasta. Esta suma de celebraciones, además, lleva a que nuestro músico, también aragonés, revise la obra de los autores de dicha generación más desconocidos, u olvidados, y así, junto al autor de Viridiana, aparecen Manolo Altolaguirre, Concha Méndez, José Moreno Villa o Pedro Garfias.
El título del disco alude a un hospedaje de Toledo donde aquella juventud de los felices 20 protagonizó irreverencias y locuras, una posada castellana icónica en la que Luis Buñuel hacía de condestable e iba repartiendo cargos de caballero, secretario o escudero dependiendo de las ganas de juerga que mostrasen los amigos en cuestión en la sobrecogedora y mística noche toledana. Este mismo espíritu de sensibilidad y desmelene se recoge en el disco.
“Buñueloni swing”, por ejemplo, fue cambiando de corrido a blues y, finalmente a swing, porque Petisme es capaz de afinarse en cualquier estilo y compás —es un conocedor de estilos excepcional—, y sabe dar elegancia a este repaso por los apasionantes años veinte y treinta del pasado siglo. El piano de Maribel Vistel y el clarinete de Nacho Mastretta le ayudan a vestir la canción de belleza sofisticada.
Hay poemas y textos del mago del cine, como “Al meternos en el lecho”, con imágenes que se traspasan a su cine y un sintetizador que llena la canción de oxígeno. “Carta a Juan Ramón” no es más que eso, una misiva que él y Salvador Dalí escribieron al poeta de Moguer tachando a su obra de repugnante y cadavérica. Solo Petisme es capaz de convertir en canción una carta real y tan ignominiosa contra el poeta oficial del país, aderezada con ese ritmo rock que odiaba el director aragonés. También está basada en textos suyos “El recuerdo que acaricia”, un tango con violín y bandoneón y empujado por la lectura de sus memorias, Mi último suspiro, y la adaptación del rockabilly, con el título de “Ménage à trois”, que cierra Viridiana. Su letra juega —igual que Paco Rabal con su prima— con los avatares de la película.
Hay poemas de compañeros y amigos. Concha Méndez aparece recogida en “Para que yo me sienta desterrada” —de arreglos ensoñadores—, escrito en el exilio mexicano y que resulta sugestivamente moderno, y José Moreno Villa en un poema inédito hasta hace poco —“En el camino de Cuernavaca”—, que recoge las excursiones que hacía con la familia Buñuel y cuenta con supremas muestras de escatología y recuerdos a la melodía de “La Tarara”. Luis Cernuda se muestra con uno de sus poemas últimos y más áridos de su producción, abierta ya toda su sangre y muerta completamente su relación con España. Ansiaba nuevos horizontes, que oteaba con una herida que para él fue brutal.
Pero la presencia más sobrecogedora es la de Pedro Garfias, con “Entre España y México”, que recita El Drogas y que se desliza con las palabras más amargas y más esperanzadas del exilio. “Que un día volveremos”, dice en él, entre un bandoneón y el sonido del mar, quien nunca volvió y acabó alcoholizado. Recita el propio Garfias, en uno de los cortes del disco, “Cinematógrafo”, un poema demoledor en el que se desdobla, más borracho por inadaptado que por el alcohol.
Las recreaciones de Calanda son especialmente evocadoras. La primera, “Los despertadores de la aurora” recoge un canto que, por las calles de la villa, un grupo de muchachos entonaba para despertar a los vendimiadores que debían ir a trabajar. La documentación sonora de fondo es el canto de esos vendimiadores. Más ligerito, pero igual de emocionante, es “Belleza insomne”, un poema que Petisme le escribió a su amigo Luis Eduardo Aute para presentarlo en su Aragón natal cuando fue a tocar los tambores de Calanda. El 4 de abril de 2020, día en que falleció, le compuso esa música maravillosa, la más alegre que ha diseñado nunca.
Hay fragmentos recitados, de los que ya hemos hablado, que se completan con un par de cortes de Ángela Molina —con susurros que me evaporan—, con una anécdota que explica Pepín Bello un día que Petisme acudió a verle y compartieron palabra y bebercio, o con otro sucedido que explica Josep Maria Pou.
No hemos hablado aún del exquisito libreto —diseñado por el impagable Pejo—, con un papel ahuesado, crudo que juega con tonos de azul. En él, aparte de las letras y de innumerables fotos, encontramos un prólogo de Mario Barro Hernández y un estudio del mismo Petisme que expone el papel de la música en las películas de Buñuel, pequeños poemas para cada una de sus producciones, y una miscelánea de textos varios que conforman un coherente y delicioso volumen.
El disco cierra con “No quiero despertar”, y no hay final más perfecto, con esas preocupaciones sociales de Buñuel, con todo lo que él previó y que nos va a llevar a sitios peores, si no a la extinción. Por ello, Posada de la Sangre es un disco necesario. Y también por su belleza, por recuperar a esos maravillosos poetas de nuestra literatura que parecen haberse quedado sin voz, por los ambientes jazzys y sofisticados de El ángel exterminador y por la actitud guerrera de Petisme, defendiendo aquello en lo que cree, defendiendo su mundo hecho de poesía y justicia frente a tanta banalidad innecesaria.
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