“Qualsevol nit pot sortir el sol”, de Sisa, un canto de vida y esperanza

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«Una invitación a un tiempo nuevo que estaba naciendo, antes del desencanto que cayó como jarro de agua fría sobre el anhelo democrático y la transición»

 

Luis García Gil se detiene en la esencia, la personalidad y el legado de “Qualsevol nit pot sortir el sol”, la emblemática canción de Sisa que ha cumplido, igual que el disco homónimo al que pertenece, cincuenta años.

 

Texto: LUIS GARCÍA GIL.

 

Hay canciones que reflejan el espíritu de una época, su propia encrucijada, la trémula estampa de un tiempo y de un país. En 1975, entre la libertad que se anunciaba y el franquismo que agonizaba, refulgía sobre los estertores de un tiempo oscuro un himno ingenuo y libertario que llevaba por título “Qualsevol nit pot sortir el sol”. La canción venía firmada por un genio ecléctico y galáctico llamado Jaume Sisa y dio título al elepé que había publicado ese mismo año.

El Sisa, verso libre de la canción catalana, provenía del inquieto Grup de Folk que venía a ser una alternativa a Els Setze Jutges con una estética menos afrancesada y apegada al universo de los cantautores. El Grup de Folk era como más hippie y se miraba en la canción folk estadounidense. Todo eso encajaba con Sisa que, en 1968, graba su primer single con “L’home dibuixat” y “Orgia”, que dará título a su primer elepé en 1971. Por distintos avatares no publicará el siguiente, el consagratorio Qualsevol nit pot sortir el sol hasta 1975. Un disco que contiene varias joyas, entre ellas “El setè cel”, pero cuyo emblema es, sin duda, “Qualsevol nit pot sortir el sol”, una reunión de personajes entrañables provenientes del cómic y del imaginario popular que se convierte en un revulsivo canto de vida y esperanza de una ternura arrolladora.

En aquel disco, Sisa se acompañaba de su grupo habitual con Manel Joseph, Dolors Palau y Xavier Riba. Todo ello, bajo la producción de Rafael Moll al que Sisa convenció para que la canción tuviera un arreglo sustentado en el sonido del piano, que contribuye a la atmósfera de cuento que debía respirarse, y a la que Sisa contribuye en la manera de cantarla con una cadencia muy intimista.

La canción de Sisa vino a ser como una invitación a un tiempo nuevo que estaba naciendo, antes del desencanto que cayó como jarro de agua fría sobre el anhelo democrático y la transición. “Qualsevol nit pot sortir el sol” venía a ser un manantial ácrata, en cuya corriente se cruzaban entrañables seres de ficción nacidos de la imaginación de historietistas como Francisco Ibáñez, Vázquez o Escobar, de Zipi y Zape a Mortadelo y Filemón pasando por la familia Ulises o Carpanta, entre otros muchos; porque el fresco era enorme e incluía personajes de cuentos infantiles como Blancanieves, Pulgarcito o Los tres cerditos, monstruos legendarios como Drácula, el hombre lobo o Frankenstein y héroes como Popeye, el Guerrero del Antifaz, el Capitán Trueno —en patinete—, Tarzán —mona Chita incluida— o Supermán. La canción duraba cerca de siete minutos con su memorable estribillo que muchos se aprendieron: «Oh, benvinguts, passeu, passeu / de les tristors en farem fum / a casa meva és casa vostra / si es que ha casas d’algú».

Hacer de las tristezas humo era la proclama que Sisa abanderaba con su heterodoxia palpitante de cantautor galáctico, con gusto por los heterónimos a lo Pessoa, en este caso ya se deja ver como sosias Ventura Mestres.

“Qualsevol nit pot sortir el sol” funciona como collage acumulativo que autorretrataba al Sisa niño de posguerra, lector de tebeos en el barrio del Poble Sec barcelonés. A su modo citar a todos aquellos personajes de la niñez era como exorcizar algunos demonios interiores e invocar la esperanza de un tiempo nuevo de libertad y sueños compartidos. La canción tiene la propia esencia de Sisa, entre tierna e irónica con un punto surrealista. “Qualsevol nit pot sortir el sol” invitaba a soñar con el melodioso tintineo de su mágica y fraternal nana en la que cualquier noche puede salir el sol y, en cierto modo, empezó a salir con la muerte del dictador Franco el 20 de noviembre de aquel 1975.

Ese mismo año, Sisa cantó en la mítica sala Zeleste de Barcelona que el promotor musical Víctor Jou creó a imagen y semejanza del Marquee de Londres. Entre las canciones escogidas no faltó “Qualsevol nit pot sortir el sol”, en una deliciosa recreación —vaporosos coros femeninos incluidos— que mejoraba la versión en estudio.

Sisa al Zeleste 1975 vio la luz discográfica y permitió asomarse a aquel Sisa en estado de gracia, que fue capaz de alumbrar una maravilla como “Qualsevol nit pot sortir el sol” que culminaba haciendo partícipe al propio oyente de aquella alucinada reunión al lado del mismísimo Charlot, de Asterix, de Obelix y hasta del hombre del saco. “Qualsevol nit pot sortir el sol” sonó también por los altavoces en el emblemático Canet Rock de aquel año, pero no en directo, ya que Sisa fue vetado por las autoridades del moribundo régimen en aquel festival.

La canción mantiene en este siglo veintiuno su aureola y ha conocido, además, multitud de versiones; entre ellas las propias de Sisa, que demuestran su arraigo y su lugar en la historia de la música popular, más allá de los límites de la canción catalana.

Entre las versiones de la canción de Sisa cítese, a modo de curiosidad, dos en castellano: la del grupo infantil Sausalito y la de Joaquín Sabina, que la cantó en La Mandrágora —hay registro pirata— junto a Javier Krahe y Alberto Pérez. En la música catalana se contabilizan más de una veintena de versiones, de Albert Pla a Marc Parrot pasando por la jazzística versión instrumental de Manel Camp.

El recorrido de “Qualsevol nit pot sortir el sol” tuvo otros destinatarios curiosos. Tanto la canción como el disco llegaron, a través de Mario Pacheco, a los oídos del gran productor inglés Joy Boyd que cayó rendido ante los encantos de aquella composición tan entrañable que ha cumplido cincuenta años y no ha perdido un ápice de su encanto. Manuel Vázquez Montalbán también lo tuvo clarísimo cuando escribió que una canción como “Qualsevol nit pot sortir el sol” constituía per se un referente obligado de nuestra sentimentalidad.

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