Couds taste metallic, el final de la primera parte de los Flaming Lips

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TREINTA ANIVERSARIO

«The Flaming Lips eran decididamente complicados, los sonidos que salían de la cabeza de Wayne, así como sus letras, estaban muy lejos de lo convencional»

 

Hasta el séptimo álbum de estudio de la banda de Oklahoma se remonta Fernando Ballesteros. Un disco que demostró que, pese a las expectativas generadas y el salto a firmar con una gran compañía, Wayne Coyne y los suyos no perdieron la identidad.

 

The Flaming Lips
Couds taste metallic
Warner, 1995

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Después de más de una década de carrera, Clouds taste metallic (95) supuso algo parecido a un punto de inflexión para The Flaming Lips. En primer lugar, porque era el primer trabajo de los de Oklahoma con el que se habían disparado las expectativas depositadas en ellos. En 1992, la industria discográfica se comportaba de una forma que estaba profundamente marcada por el éxito de Nirvana. Todos los sellos se lanzaron a la caza y captura de su nueva sensación alternativa, y ese clima de locura y atrevimiento hizo que propuestas, en principio tan alejadas de lo comercial, como la del grupo de Wayne Coyne tuviesen también su contrato con una major sobre la mesa.

Así, Warner puso sus ojos en estos auténticos perros verdes y los incorporó a su escudería para intentar explotar su, hasta aquel momento, oculto potencial comercial. Hit to death in the future head (92) fue la primera referencia con su nuevo sello, aunque su estatus apenas cambió tras su edición. Fue tras la salida al mercado de Transmissions from the satellite heart (93) cuando comenzaron a pasar cosas. El inesperado éxito de su single “She don’t use jelly” actuó de detonante y les bautizó en el mainstream, hasta el punto de protagonizar hitos como el de aparecer en la exitosa serie televisiva Beverly Hills 90210, casi nada. De manera que los Flaming, que ya estaban presentes en la MTV, en tiempos en los que aquello era muy importante, se encontraron, a mitad de la década, ante la tesitura de grabar un nuevo álbum y por primera vez, se esperaba bastante de ellos en términos cuantitativos.

¿Cómo iba a contestar el grupo? Pues, básicamente, desmarcándose de cualquier presión; al fin y al cabo, el inesperado éxito había respondido a una causalidad y ellos no iban a poner nada de su parte para revalidarlo, es decir, que seguirían yendo a su aire, lo mismo que habían hecho desde que Wayne, con su hermano Mark y un par de conocidos, puso en marcha el invento en 1983. Desde entonces, habían sido muchos los cambios introducidos en la banda hasta que llegó la grabación de Clouds taste metallic.

El bajista, Michael Ivins había estado allí desde el minuto uno. Con los baterías la cosa fue muy diferente, aunque, en aquellos primeros momentos, era Richard English el que se ocupaba de las baqueas. Wayne se convirtió en cantante tras la marcha de su hermano y así grabaron sus tres primeros elepés. Pero aún habría más entradas y salidas, Nathan Roberts sustituyó a Richard English y el Mercury Rev, Jonahan Donahue se unió a ellos en 1989 aunque terminaría abandonando la nave tras la edición de su debut para Warner. Así que, los Flaming Lips de Clouds taste metallic, estaban formados por Wayne, Michael, Ronald Jones y Steven Drozd.

 

El último disco con Ronald Jones
La estabilidad, sin embargo, tampoco duró mucho, pues el que nos ocupa iba a ser el último disco en el que Ronald Jones se ocupó de la guitarra. En un principio, se dijo que fueron sus problemas de salud los que motivaron su salida, pero con el tiempo, se supo que, más allá del cansancio acumulado tras las largas giras,  fueron las adicciones de Steven Drozd las que le hicieron decir basta.

Nos habíamos preguntado, unas líneas atrás, sobre la respuesta que iba a dar el grupo con su siguiente disco tras su sorprendente aparición en las listas de sencillos gracias a “She don’t use jelly”, pues bien, no cambiaron mucho las cosas en el universo creativo de Coyne. Los viajes espaciales y las distorsiones seguían conviviendo con armonías cuya inspiración había que buscar en Brian Wilson. Seguían siendo diferentes y, desde luego, no le iban a poner fáciles las cosas al oyente. Eran uno de esos grupos a los que se tilda de inclasificables para, acto y seguido, soltar una ristra de estilos y referencias con los que no se pretende otra cosa que meterlos en un compartimento y pegarles una etiqueta. Esa vez no caeremos en esa trampa.

El disco, como era de prever, teniendo en cuenta cómo se las gastaban sus autores,  tampoco les hizo subir ningún escalón comercial. En general, fue recibido con buenas críticas, cuando llegó a las tiendas en septiembre, pero su público no creció de forma considerable. The Flaming Lips eran decididamente complicados, los sonidos que salían de la cabeza de Wayne, así como sus letras, estaban muy lejos de lo convencional. Clouds taste metallic apunta, eso sí, hacia logros aún más destacados que llegarían en el futuro y entre los largos títulos y la marea psicodélica del álbum, asoman canciones ligeramente más pegadizas y luminosas que las que habían escrito hasta aquel momento.

 

Una obra difícil, brillante y emocionante
Se trata, ante todo, de un disco al que hay que darle varias escuchas para que todas las piezas terminen encajando. No podía ser de otra forma cuando estamos ante una obra que se abre con la lenta cadencia de “The abandoned hospital ship” y su larga introducción de dos minutos que parece avisarnos de que ahí comienza el viaje. Si te subes, y te dejas acompañar por la explosión de guitarras, ya no hay marcha atrás.

También se hace la remolona “Psychiatric explorations of the fetus with needles”, pero cuando explota lo salpica todo de psicodelia, rock y esa inspiración melódica que hay que buscar por debajo de alguna que otra capa de distorsión. La rítmica “Placebo headwound”, con sus cambios de ritmo y su estribillo adictivo, es otro de los momentos destacados de un disco en el que cuesta detenerse en momentos concretos.  Sin embargo, no me resisto a poner el acento en la visceralidad de “Lighning stikes the postman”, en la celebración melódica en la que se convierte la preciosa y acústica “Brainville” o en ese viaje —aún más— psicodélico que es “They punctured my yolk”.

La primera palabra que se me ocurre para describir las melodías contenidas en Clouds taste metallic es emocionante. Es que prácticamente todas consiguen tocar la fibra, desde el comienzo y hasta el final, protagonizado por “Bad days” y ese arranque acústico antes de que las guitarras y la belleza terminen desbordándolo todo.

 

Una marcianada antes de dar un paso más hacia el pop
El disco es una maravilla de principio a fin, la obra de un grupo en un excepcional momento de inspiración que, quién nos lo iba a decir, estaba, no obstante, a pocos pasos de cruzar a una nueva dimensión. Pero antes, se embarcarían en el triple salto mortal de la experimentación y el espíritu juguetón con la publicación de Zaireeka (97), un disco que incluía cuatro compactos que tenían que reproducirse, de forma simultánea, desde cuatro equipos de música diferentes.

Su siguiente paso, The soft bullein (99), está considerado por buena parte de la crítica y de su público como su gran obra maestra; un disco excepcional, donde las composiciones seguían siendo sobresalientes y en el que la banda daba un paso más allá a la hora de experimentar y buscar nuevos caminos en el estudio. Con el ensoñador Yoshimi battles the pink robots (2002), aún se acercarían más a fórmulas pop algo más convencionales, pero igualmente sorprendentes. Wayne Coyne y los suyos recibían el nuevo siglo en un extraordinario momento de forma.

Probablemente At war with the mystics (2006) fue el último disco de los Flaming que esperé con impaciencia y, aunque inferior a sus anteriores trabajos, seguía manteniéndoles en el notable. Ahora, situados en la cumbre, colaborando con celebridades y encabezando festivales cuando se lo proponen, son una especie de institución respetada por todos. Se lo han ganado.

En cuanto a Clouds y al tratamiento que ha recibido con el paso de los años, en  2015, coincidiendo con el vigésimo aniversario del disco, se lanzó Heady nuggs: 20 years after Clouds taste metallic, un monumental triple trabajo repleto de caras B, tomas alternativas y canciones en directo, que, además de ser una golosina para el fan, ayuda a comprender mejor y a tener una imagen ampliada y rica en detalles de lo que eran los Flaming Lips de 1995 y lo que estaba por venir.

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